El PSC, el PSOE, no dan crédito a las informaciones de la CIA según las cuales Felipe González fue el máximo responsable del terrorismo de Estado en contra de ETA, el gran mandarín de los GAL. Dicho de otro modo, para que se entienda bien lo que quieren decir estos individuos que se autoproclaman socialistas: que aunque Felipe González se parezca a Fu Manchú como Xi Jinping se parece a sí mismo, cuando se mira cada día al espejo para hacerse el nudo de la corbata, ellos ni caso. No creen en eso, no son creyentes y ya está. Qué más dan las pruebas, Perry Mason, las evidencias, tanto es que lo diga la CIA como si lo quiere decir Iker Jiménez en su programa de televisión llamado Cuarto milenio. La política ha llegado a este punto realmente grotesco, a esta exacerbación del oscurantismo y del capricho de los niños mimados y pijos. Hay quien no cree en el cambio climático y no pasa nada, porque aquí se respetan todas las opiniones, especialmente las de Donald Trump, que somos una sociedad tolerante, especialmente con las gilipolleces y las mentiras, con eso siempre, en eso somos impecables. Hay quien cree en una confabulación mundial como Miguel Bosé, a propósito del virus coronado. Hay quien cree en la transubstanciación y hay quien cree en los ovnis, aquí paz y después gloria y tú a mí no me tienes que decir en lo que lo que tengo que creer, fascista de mierda, que tu padre ya no trabaja la Nissan y el mío todavía tiene trabajo en el PSC. La política socialista tradicional, el materialismo científico, el materialismo dialéctico, la emancipación y primacía, la independencia de la materia ante la conciencia y la espiritualidad, la cognoscibilidad del mundo en virtud de su naturaleza material, todo eso se va al carajo porque Felipe González es una fe en él mismo, porque es como Jordi Pujol, como el rey Juan Carlos o como la unidad de España, una fijación emocional, una creencia imposible de desmentir, camaradas. Una superstición que va más allá de la racionalidad humana.

Mientras Felipe González dirigía a los GAL también iba proclamando a sus dóciles electores que “somos un partido del pueblo, para el pueblo y al ritmo que marque el pueblo”, y la verdad es que sí, la mayoría del pueblo de Serbia, un pueblo con nobles y fuertes convicciones religiosas, cree, porque quiere creer en eso, que la limpieza étnica podría estar justificada, según como te lo mires. No hay nada como la oscura religión para una buena matanza. Todo en nombre del pueblo queda harto mejor, envueltos en la bandera, siempre en nombre del pueblo se entiende todo mejor, ya sea el despotismo ilustrado de Carlos III o el supuesto retorno de Quetzalcóatl, confundido con la cara de Hernán Cortés cuando el conquistador aparece repentinamente en México. Es igual que Felipe González sea hoy un servidor de los bancos, de las grandes corporaciones, de Carlos Slim, hoy uno de los hombres más ricos de Tenochtitlan. En el PSC tienen derecho a creer lo que quieran y la fe hace milagros, la fe mueve montañas. “Queremos, decía Felipe, remover las bases de la injusticia y lo podemos hacer”, lo decía mientras metía el neceser en la maleta para irse de vacaciones a Marruecos para no acabar coincidiendo con Aznar que se baña en el Caribe, y eso queda feo. “Conseguiremos cambiar esta sociedad, una sociedad cada vez más justa, más igualitaria”, decía el camarada Felipe, y es verdad, hoy la igualdad entre los españoles es la igualdad de la pobreza, la destrucción igualitaria de todos los oficios y las profesiones. La igualdad de los exiliados políticos, da igual que hayan buscado la independencia de Catalunya como que hayan escrito una canción contra la corrupta monarquía, como el rapero Valtònyc. Cuando no hay objetividad, cuando entramos en el territorio de las opiniones sin medida, de las convicciones, un juez hace lo que le da la gana y un gobierno puede dejar de contar los muertos del coronavirus. Porque tiene otra opinión, otra perspectiva, otra fe. La madre que los parió.