Contra el pronóstico de la mayoría, ayer Carles el Grande hizo aún más grande al independentismo, hizo más grande aún al estado de derecho y la democracia. A ojos del mundo es el capitán de los catalanes. A través de los medios de comunicación hemos podido ver, sin embargo, cómo había unos cuantos que no se alegraron para nada, unos cuantos que no, que no, que ellos continuaban extraviados en la lucha entre partidos, buscando su dosis diaria de adrenalina. Aún no han entendido que la victoria de ayer de Carles Puigdemont y de Toni Comín, que la entrada de Astérix en el Parlamento Europeo, es la victoria de los pequeños sobre los grandes, de los justos sobre los injustos, los que creen que la política debe hacerse a plena luz del día y no en cuartos oscuros ni secretos. Ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas. En nuestra sociedad moderna, abierta, en una sociedad de la información no hay lugar para las componendas de pasillo, para los acuerdos bajo una mesa, para las timbas con las cartas marcadas. La democracia está harta de darse vergüenza a sí misma.

Y ahora me podéis regañar, contradecir, y señalarme que, precisamente, que justamente, el Parlamento Europeo es, por un lado, la asamblea parlamentaria más grande que hay en el mundo elegida por sufragio universal directo, y por el otro, una cueva de Alí Babá, la apoteosis de los intereses creados y espurios, de la casta política del continente, los niños y niñas más mimados de nuestro mundo. Y tendréis razón en decirlo. Precisamente por eso Puigdemont ayer estuvo en Estrasburgo y Oriol Junqueras no estuvo. Porque la estrategia de Puigdemont, que es la correcta, ha sido la judicial y la política, identificando cada vez más los derechos de Catalunya con los derechos humanos, equiparando al independentismo catalán con la lucha internacional a favor de los derechos humanos. La estrategia de Junqueras ha sido la vía política y la de los políticos, y por eso ha perdido. La casta política con David Sassoli al frente, primero le reconoce como eurodiputado y, después, elegantemente, le deja con un palmo de narices en la celda de una prisión. Son tan guapos estos políticos italianos, tan bien vestidos, son tan entrañables, casi tan falsos como los nuestros pero, eso sí, cantan ópera.

La vía de los jueces españoles es la política, aunque vayan disfrazados de jueces imparciales

Junqueras se ha querido entender con ellos, dialogar con los españoles que mandan. Y, a través de Jiménez Losantos, estos señores ya nos han dejado dicho hoy que al Parlamento Europeo solo se puede ir a caballo, como el Cid, porque no hay nada que negociar. Punto y final, Santiago y cierra España. Y aquí quien manda es el Tribunal Supremo de España, que no es la vía judicial aunque lo quiera aparentar. La vía de los jueces españoles es la política, aunque vayan disfrazados de jueces imparciales. Porque la política en España, hoy la hacen los jueces, no los políticos. Dicho de otro modo. En España mandan los políticos jueces y en la Unión Europea la cosa está más repartida, en unas cosas mandan los jueces que hacen de jueces y en otras cosas mandan los políticos que hacen de políticos. No hay travestismo que valga, por ahora. Por eso no se ponen de acuerdo las instituciones europeas y nos ofrecen este espectáculo lamentable con Puigdemont en la calle y el pobre Junqueras a la sombra. Y por eso España no logrará el suplicatorio para juzgar a Carles Puigdemont. Porque en Europa cortarán el bacalao los jueces, unos jueces a los que les da absolutamente lo mismo estas peleas nuestras entre españoles y catalanes. Aplicarán el derecho de manera profesional y sanseacabó. El derecho de manera derecha, no torcida.