Oh, bienvenidos, pasad, pasad. Vais a ver toda esta pavorosa tormenta y empuje, con el Parlamento convertido ya, definitivamente, en el Castillo del Terror, con momias, vampiros, fantasmas, brujas, hombres lobo, zombies, esqueletos vivientes y frankesteins. No falta nada de nada, ni siquiera las gárgolas sobresaliendo de las paredes, que llenan toda la casa de colores y de perfumes. Pero me confundo. No, para estar todos de verdad, falta Artur Mas, entonces sí que sí. El próximo 23 de febrero se acaba el hechizo de este hombre público, de este muy honorable presidente que, como la princesa de cuento, despierta de un sueño profundísimo. Habrán pasado los meses de la inhabilitación, en los que han eclosionado poco esos labios rosa tan besucones que el Altísimo le ha concedido, unos seductores labios rosa con los que Mas ha criticado a Quim Torra y a Carles Puigdemont cuando le ha convenido. Desde esta misma columna ya le dije, de malas maneras, que un ex presidente de la Generalitat no puede enmendar públicamente lo que está haciendo el actual Muy Honorable con la responsabilidad del gobierno. De malas maneras porque hay cosas que no hay que recordarlas, hay cosas que no te las tienen que decir porque ya las sabes, porque un político, cuesta creerlo, pero es así, un político no puede hacer siempre lo que le dé la gana. Hay cosas que no te las tienen que decir, que por pasarse de rosca Convergència Democràtica de Catalunya ya se ha convertido, para la historia, en sinónimo de corrupción cuando podría haber sido sinónimo de buen gobierno, de eficaz gobernación.

Un político no puede hacer siempre lo que le dé la gana. A Xavier Trias le dije una día, comiendo, a él que es médico pediatra, que uno no puede cambiarse de sexo más que una vez. Se rió, amistoso. Lo ilustré con el siguiente ejemplo, para hacerme entender mejor. Puedes decidir, si es que quieres, para sentirte más mujer —no es imprescindible, pero hay quien lo hace— puedes podarte el arbolito, dejarte la silueta del pubis bien recortadita, al rape, más aerodinámica para lucir unas faldas voladoras como las de Marilyn. Se puede hacer. Lo que ya se hace más difícil es volver a implantarte atributos masculinos después del tiempo de la poda. Si te echas atrás demasiado tarde todo se hace más complicado. Porque por mucho que te hagas interiorizar un muelle, la verdad, un muelle siempre será un muelle, incomparable con la espontaneidad de la lozanía natural. Cuando Artur Mas cambió de sexo, cuando se pasó al independentismo, hizo un gran servicio al país, creo que fue muy valiente y determinante, superando de un solo golpe de efecto la envenenada herencia política de Jordi Pujol. De un Pujol que le había despreciado y le llamaba Andreu para humillarle. Yo respeto a Mas bastante más y le defendí, alabé y aplaudí con entusiasmo. Sobre todo cuando fue capaz de lograr la unidad de los dos principales partidos del independentismo. Sobre todo cuando supo irse para salvar el proyecto. Sobre todo cuando escogió, por chiripa, a Carles Puigdemont como sucesor. Mas prefería a Neus Munté pero el caso es que, al final, el independentismo pasó a ser hegemónico gracias a él. Esto es lo que cuenta.

La vuelta política de Mas es para volver a conducirnos hacia el redil del autonomismo

La vuelta política de Mas es para volver a conducirnos hacia el redil del autonomismo. Un 23 de febrero. Si Mas se ha vuelto atrás me parece muy bien, si ahora quiere competir con Oriol Junqueras, me parece fantástico. Pero entonces, cuando tiene problemas financieros porque el Estado español quiere desplumarlo, ¿no sería más noble pedir dinero a los españolistas? Porque no parece muy coherente abrir la mano a los independentistas que te quieren ayudar y luego jugar al autonomismo. Criticar a los que queman los contenedores y luego facilitar un número de cuenta. Trabajar para traicionar a la gente que te ha pagado la casa está feo, y escupir sobre el pueblo que se manifiesta en Urquinaona, absolutamente imperdonable, Muy Honorable.