Josep Maria de Sagarra escribió Vida privada porque todo el mundo tiene derecho a hablar de lo que quiera. La lengua está hecha anatómicamente para golpear y no para ser mordida. Un aristócrata como Sagarra tiene derecho a ser escritor y a hacerse, también, republicano y disidente, y publicar una buena novela escandalosa. La libertad siempre quiere audacia; y si quieres ser libre, incluso puedes cotillear. Puedes chismorrear, si te da la gana, y entonces es cuando te metes donde no te llaman, y venga, va, opinas y charlas de un tema que no es de tu incumbencia. Sobre todo tiene gracia si no es asunto tuyo, la verdad. Sobre todo tiene gracia si le metes el dedo en el ojo a alguien poderoso. O en el culo. Ellos mandan, salen en la tele, a ver si encima no podremos criticarlos. Jean-Paul Sartre decía que el intelectual es aquel individuo particularmente molesto, un ser que molesta y que opina sobre lo que no le importa. Es alguien que ha venido a este mundo a fastidiar, especialmente a los intocables, a los arrogantes, a los listillos, a poner en cuestión este mundo nuestro, tan hipócrita y malnacido. Tan injusto. El intelectual es quien le ha perdido el respeto a la sociedad, a los principales protagonistas de esta sociedad, porque esta sociedad nuestra, tal como nos está quedando, francamente, no merece ningún respeto ni miramiento. De manera que hemos llegado a un punto curioso en que la prensa del corazón, tan criticada, el espacio en azul, en rosa, de algunos medios, es el único territorio que mantiene un poco de dignidad y de espíritu crítico. Un poco de disidencia, de vergüenza, mientras muchos de los periodistas supuestamente serios siguen lamiendo las botas de los que mandan. Lame que lamerás, lame que lamerás.

Muchos periodistas hoy no lo quieren decir, hacen como que no se acuerdan. Pero Josep Lluís Trapero fue el primer personaje histórico catalán, desde hacía años y años, que llevaba un uniforme y no nos avergonzaba. Que llevaba un arma y no nos disparaba. Lo mismo podemos decir de Teresa Laplana. Les admiro y les he aplaudido públicamente cuando he podido. Los dos representan la posibilidad de una policía diferente, honrada, catalana, nacida del pueblo y perteneciente al pueblo. Desvinculada del crimen y, por lo tanto, enemiga del crimen. Trapero y Laplana son unos mandos policiales que no se marcharon al exilio porque sabían que no habían hecho nada ilegal. Porque habían intentado ser políticamente neutrales, porque no se enfrentaron violentamente con la Guardia Civil ni con la Policía Nacional, pero tampoco participaron de la escabechina represora de Diego Pérez de los Cobos. Quisieron creer, quisieron imaginar, que podían mantenerse salomónicamente al margen del conflicto independentista. Que es lo que haría cualquier fuerza armada en cualquier país democrático y juicioso. Su comportamiento fue admirable, limpio, porque no favoreció a los españolistas ni a los independentistas. Precisamente por eso acabarán en la prisión, porque los jueces ultranacionalistas españoles consideran que si no estás ciegamente al lado de España estás en contra de España. Dicho de otra manera. No entiendo de qué se sorprende el mayor Trapero. Si España fuera aquel país en el cual la policía es neutral y los jueces son neutrales, y el ejército es neutral, y el jefe de Estado es neutral, si todo eso fuera la realidad española de cada día, los independentistas no seríamos independentistas. No entiendo en absoluto que el antiguo jefe de los Mossos d'Esquadra tuviera una percepción de la realidad tan idealista, tan volátil, tan ingenua. No sabía que existían policías ingenuos. No imaginaba que Trapero fuera tan poco realista e ignorara qué es realmente España y por qué nos queremos ir.

La gente de orden se lo tendría que hacer mirar cuando un policía ejemplar como el mayor Trapero es castigado precisamente porque es ejemplar. Por ser un buen policía. La envidia es muy mala y hay gente que por este motivo no lo pueden ni ver. La gente de orden tendría que entender, también, que cuando el conseller Buch emite un mensaje de apoyo a Trapero, y al resto de juzgados, lo que está haciendo es ensuciar la imagen pública del mayor. Porque Buch continúa en el cargo y tiene la credibilidad que tiene. Cuando habla Buch es como cuando habla Montilla: es igual que cuando maúlla mi gato. Bien, igual no, mi gato, aunque es gato y, por lo tanto, interesado, nunca me ha traicionado ni me ha arañado por la espalda. Tampoco entiendo que la gente de orden diga que entre todos tenemos que pagarle la multa a Artur Mas y que después el presidente, tan marinero, tan bronceado, en su vida privada, se deje fotografiar en un yate mientras mucha gente no puede hacer vacaciones ni comprarse un bañador nuevo. No, Mas, no me enseñes más postales. Tampoco entiendo que Pilar Rahola diga que quien cobra seis mil euretes al mes son clase media preocupada. Ni tampoco entiendo que el mayor Trapero, cuando era el jefe de los Mossos, se dejara fotografiar y filmar en aquel arroz de agosto de 2016 en casa de Pilar Rahola. Que no me enseñéis más postales, caray. Cada uno hace en su vida privada lo que quiere, naturalmente, pero después de cocinar el arroz para todo aquel grupo, después de las sonrisas y de los abrazos, después de cantar Paraules d'amor, senzilles i tendres, después de emocionar a las chicas, al lado de Joan Laporta y de Carles Puigdemont, después de eso, que Josep Lluís Trapero no diga en el juicio que no tenía ningún tipo de relación personal con el president de la Generalitat de entonces. Que no lo diga. Como diría el poli bueno en un interrogatorio: yo te quiero creer, Trapero, de verdad, chato. Yo quiero ser tu amigo, Trapero, lo que pasa es que no me dejas.