En una democracia, el discordante, el hereje, el minoritario, tiene derecho a enfrentarse políticamente a quien tiene la sartén por el mango. A molestarle, a hurgarle en el ojo. En una democracia no se anula la confrontación, de hecho se la fomenta, de hecho se la estimula, porque no puede ser que estéis, diputados y diputadas, tan guapos todos, tan de acuerdo en todo, no puede ser que seáis tan unánimes si pretendéis representar a la sociedad que os lo paga todo, si es de verdad que sois servidores de la sociedad, excelencias. La sociedad, de unánime, poco, poquito. El sistema democrático, a fin de cuentas, es una manera de organizar, de manera civilizada, la inevitable lucha por el poder. Una manera de cambiar a los que mandan, cuando la mayoría los quiere cambiar, sin un baño de sangre, sin guerras civiles. De hecho, una democracia es lo contrario a una guerra civil porque sirve para enfrentarse sin entrematarse. Porque ya tenemos bastantes muertos y bastante dolor. En una democracia el hereje está protegido, tiene inmunidad parlamentaria.

La inmunidad no sirve para saltarse la ley. La inmunidad sirve para trabajar abiertamente contra el poder

La inmunidad no sirve para saltarse la ley. La inmunidad sirve para trabajar abiertamente contra el poder. La inmunidad sirve para que los diputados demócratas puedan intentar echar a Donald Trump y el presidente estadounidense no les estrangule con esas manazas que tiene. Para que no persiga a sus familias. De hecho le quieren destituir por haber conspirado contra la inmunidad de los demócratas, por haber intentado perjudicar al demócrata Joe Biden, quien seguramente intentará sustituirlo en la Casa Blanca. La inmunidad parlamentaria sirve para que los líderes independentistas no terminen en la cárcel, para que no les castiguen por haber intentado independizar a su país tras ganar reiteradamente las elecciones. Quizás pensarán que es un detalle sin importancia, pero el independentismo gana las elecciones y, por ello, tiene derecho a independizar su país. Del mismo modo que si el españolismo ganara las elecciones tendría derecho a mantenerlo dentro de España. Cuando repasas a todos los líderes independentistas, desde Francesc Macià a Laura Borràs, enseguida ves que comparten, esencialmente, dos cosas: que hablan catalán y que terminan ante un juez que les quiere borrar del mapa. Un juez que no cree en la inmunidad inherente a los líderes políticos. A Kennedy lo mataron en Dallas ya que sus enemigos eran incapaces de derrotarlo políticamente.

La inmunidad parlamentaria es más vieja que Matusalén. En la antigua Roma, por ejemplo, los tribunos de la plebe, una especie de diputados de los pobres, estaban considerados como personajes sagrados y no se les podía ni tocar ni molestar ni nada. Pero como tantas y tantas cosas de nuestro país, podemos decir que la idea de inmunidad de la democracia catalana nace de nuestro parlamentarismo medieval, que sin ser tan robusto como el inglés, protegía a los discrepantes del poder, que no era nunca absoluto, que la monarquía catalana gobernaba habitualmente a través del pacto y del pactismo. Sí, ya podéis leer en los libros de Derecho que la inmunidad parlamentaria nace con la Carta Magna inglesa de 1215, con la Petición de los Derechos de 1627, con la famosa ley del Habeas Corpus de 1670, todo eso es verdad. Pero también es verdad un episodio que reporta la Crónica del rey Pedro el Ceremonioso. Seguro que no os acordáis, pero su padre, el rey Alfonso, llamado el Benigno, se había casado en segundas núpcias con Leonor de Castilla, una reina dominante y autoritaria, incapaz de entender la cultura política de la nación catalana. Leonor intentó, por ejemplo, un golpe de palacio para dejar al Ceremonioso sin corona, pero de esta guarrada ya hablaremos otro día. El caso es que, con motivo de las donaciones hechas a la nueva reina por parte del rey Alfonso, estalló una grave revuelta en Valencia, encabexada por Guillem de Vinatea. Y llegó un momento en que, mientras que el rey se esforzaba por encontrar una solución de compromiso, la reina reclamaba a su marido que la rebelión se debía reprimir de manera sanguinaria. La reina era muy ávida de dinero. Y abrió la boca para decirle a Don Alfonso: “Señor, esto no lo consentiría el rey don Alfonso de Castilla, nuestro hermano, que él no los degollara a todos”. La solución de siempre, cortar cabezas. La respuesta del monarca catalán se puede leer a continuación en la Crónica: “Reina, reina, nuestro pueblo es franco (libre) y no es así subyugado como es el pueblo de Castilla; pues ellos nos tienen a Nós como señor, y Nós ellos como buenos vasallos y compañeros”. El derecho a la confrontación política, viene de aquí, de cuando un rey medieval no te considera un enemigo, cuando te ve como a un compañero, como uno de los suyos, como algo íntimo. Piensen que, en catalán antiguo, los compañeros era el nombre que también recibían los testículos.