La propaganda de Esquerra es mala. La de Junts es inexistente, lo que es aún peor, porque quiere decir que no hay ningún proyecto de grupo, ninguna estrategia pensada ni publicitada, ningún trabajo detrás. Es sólo lo de ir haciendo, si es que haces algo, algún día, tal vez, psé, psé, a ver cómo sale y no preocuparse mucho. Supongamos que eres el Molt Honorable Carles Puigdemont y te hacen la gamberrada de robarte la maravillosa placa de la Casa de la República, esa maravillosa placa que ya sabéis que me gusta tanto, que me entusiasma, decorada con la señal real de nuestros étnicos y belicosos monarcas medievales pero contrahecha con el color gris, con un gris deprimente que recuerda la climatología belga, tan contrahecha que recuerda una unión de tenderos. Y he aquí que cuando ves la gamberrada te exaltas al modo de Pilar Rahola, y haces un comunicado hablando de violencia, de intimidación, de denunciarlo a la policía y de mover cielo y tierra para castigar a los culpables. Unos culpables de vandalismo que, encima, iban decorados con una estanquera. Hasta aquí no hay mucho trabajo en materia de comunicación. Quizás el trabajo es necesario después. Porque después, como que eres nada menos que Carles Puigdemont, poca broma, consigues acojonar a los malhechores, y uno que se ve que trabaja en el Deutsche Bank, el asaltante principal, como que tiene miedo de ir a la cola del paro, va y se presenta conmovido y arrepentido al presidente legítimo. Y le devuelve la placa. Quizás entonces no se debía de calificar de "chico" a este hombre de veinticinco años que sabía perfectamente lo que hacía ni girar la versión de los hechos como un calcetín. Lo que Gonzalo Boye llegó a calificar de "muy grave", después Puigdemont, que todos sabemos que es todo corazón, acabó refiriéndose a ello como simple "error" sin mayor trascendencia. Ni rastro de la violencia ni de la intimidación a las que se refirió para quejarse al presidente del Parlamento Europeo David Sassoli. La comunicación pública del Molt Honorable president Puigdemont debe ser más profesional y menos emotiva. Sobre todo para que nos tomen en serio, sobre todo para que no piensen que somos unos llorones y que los de España son, en realidad, una gente estupenda. Por si fuera poco, el director de la oficina del president Puigdemont, Josep Lluís Alay, no hizo mucho caso en Twitter a todo esto. Está ocupado como siempre, hablando del Tibet y de otras apasionantes cuestiones de interés personal.

Decía que la propaganda de Esquerra es mala. Lo es cuando reaprovecha la propaganda que ya tenía preparada para justificar un tercer tripartito para celebrar ahora la nueva presidencia de Pere Aragonés. Si durante la campaña proponía pomposamente que harían no una sino cuatro revoluciones, la social, la feminista, la verde y la democrática, ahora que ya es presidente habla de "cuatro grandes transformaciones", de cuatro banderas. Y, ay señor, ninguna de estas cuatro banderas es la independentista, ni siquiera la catalana. Son gráficamente cuatro banderitas rojas que repiten esta inconcreta ideología que no quiere decir nada. Porque hoy día todo el mundo se hace llamar demócrata, verde, feminista y social. Incluso los de Vox. Lo que podría tener más sentido, cuando dicen que Pere Aragonès es un president republicano, continuador de Macià y Companys, ERC se desautoriza a sí misma. Es cuando dice que ahora tenemos un president independentista y de izquierdas. De izquierdas e independentista. Primero porque en catalán se dice de izquierda y no de izquierdas. Y después porque, en este caso, el orden de los factores sí altera el producto. Macià y Companys fueron independentistas y de izquierda. Ser primero de izquierda quiere decir que con la coña marinera de la fantasmagórica hermandad federal del pueblo trabajador ya no quieres salir de España. Joan Comorera, del PSU, lo tenía clarísimo.