La prensa da pena durante estas semanas. Quiero decir que da más pena de la habitual pena catalana. La crisis del virus no sólo ha acabado con el escaso prestigio que aún conservaban algunos políticos. La onda expansiva de la catástrofe también ha borrado a la mayoría de los comentaristas políticos, de golpe se quedaron desconcertados, tartamudeando, sin nada interesante que decir. Y es que ya no pueden seguir haciendo propaganda mal disfrazada de opinión libre e independiente, ya se les ve demasiado el plumero. Ya no saben qué botas deben abrillantar ni qué incestuosas relaciones mantener con el poder político. Estamos en la hora de la verdad, en la hora inapelable que ha tocado la campana de la tragedia; nos hemos quedado a la intemperie porque todo se ha ido al traste. Venga, sed pacientes y leed a las principales firmas de la canallesca si no termináis de creerme. El columnismo catalán se calla o se hace el loco, sin vergüenza. Los principales comentaristas políticos no son capaces de salir del viejo partidismo del que han vivido toda su vida, de la comedia que nos ha llevado hasta aquí, continúan como si escribieran elemental prensa deportiva, unos acríticamente a favor del Barça, los demás acríticamente a favor del Madrid. El columnismo catalán ha entrado en colapso mientras el desastre le ha pasado por encima, no sabe ya de qué continuar divagando mientras tiene ante sí un tema fascinante, un auténtico drama humano. El mismo tema, más o menos, y el mismo drama que tuvo delante Tucídides durante la plaga de Atenas el segundo año de la guerra del Peloponeso. O la tragedia suprema que Albert Camus describió en La peste en 1947, poco después de terminada la segunda gran guerra. Es en los momentos comprometidos cuando vemos en qué tipo de personas nos hemos convertido en realidad y qué amigos tenemos. Y qué credibilidad merecen las palabras de unos y otros.

Antes del descalabro criticaban al presidente Quim Torra porque es un activista, porque es un hombre de acción, porque no es un político profesional como por ejemplo Artur Mas. Y a la hora de la verdad, bueno, ya hemos visto lo que hacen, y para qué sirven, los políticos profesionales y nos podemos preguntar, seriamente, si lo que necesitamos son más activistas o no. Y también nos hemos preguntado si activista es Ada Colau o Quim Torra, y también si entre todos podemos distinguir quién es quién en este juego de disfraces en el que se ha convertido la política. Y mantenemos la duda sobre si los profesionales de la política pertenecen a un mundo que ya no existe, a un mundo en el que la opinión pública estaba constantemente manipulada e inducida por los grupos de presión y por una economía cada vez más depredadora e inviable. Porque la historia de la raza humana nunca estaba prevista, ni anunciada, y hemos llegado hasta aquí en contra de todos los profetas que nos anunciaban el futuro. Gestionar la contingencia, encararse con lo imprevisto, es lo que hacen las sociedades con capacidad para la sorpresa y para la innovación, sociedades que no creen que ya lo saben todo y que lo tienen todo bajo control. Y la prensa que tenía previstos los próximos millones de artículos de opinión previsible para los próximos años se los tendrá que comer, por la bocaza. Será muy divertido y esta fiesta en los tiempos de la pandemia no ha hecho más que empezar.