Eran fantasías y fantasías son. Los pronósticos del reputado penalista Xavier Melero le han desautorizado ya que los presos políticos no sólo no han sido declarados inocentes sino que su estrategia procesal se ha convertido en un fracaso tan ruidoso como bien pagado por unas personas a las que, encima, se atreve a menospreciar. El fracaso de Melero confirma lo que dictaba y dicta el sentido común, que en un juicio político el abogado es una figura decorativa y, al mismo tiempo, una colaboración necesaria para que el simulacro parezca un juicio verdadero, justo, para que la farsa pueda continuar. Nunca se ha sentado a ningún político ante un tribunal de justicia si no es para condenarlo, eso nos dice el estudio de la historia, maestra de la vida. Nunca los juegos de palabras pueden sustituir la constatación de la verdad ni tampoco las astucias de un penalista reputado.

Melero el sagaz, Melero el pícaro, dice que el juicio ha sido justo pero que la sentencia ha sido injusta. Es un buen intento de contentar a todo el mundo pero que no, que no cuela. Como si la sentencia no formara parte inseparable del juicio, al igual que Madrid es una parte inseparable de España y Catalunya es una parte separable y pronto, como se verá, separada. La defensa de Xavier Melero se presentó como una defensa técnica, apolítica, en un juicio político, una defensa tan técnica y tan profesional que, en sueños, conseguiría que la interpretación de los hechos de septiembre y octubre de 2017 no fuera la de Vox sino la de Melero. Una interpretación consistente en calificar el intento de independencia del Gobierno Puigdemont en una astracanada, en una gilipollez comparable a la absurda película posfranquista Amanece que no es poco de José Luis Cuerda.

La estrategia argumental de Melero es falaz porque ya sabemos lo que esconden, en realidad, las personas que dicen que no se meten en política, porque ya sabemos que los que siguen el famoso consejo del general Franco de no meterse en política acaban permitiendo que el fascismo y que la injusticia continúen vigentes. Como si la política no fuera la imprescindible dimensión cívica de un ciudadano en una democracia. En la sala del Supremo Melero desnuda a los presos políticos de su naturaleza política y al mismo tiempo, simultáneamente, Melero no deja de hacer declaraciones políticas en los medios de comunicación, despreciando al independentismo que le paga la minuta. Si el Honorable Joaquim Forn se considera a él mismo un preso político y Melero acepta ser su abogado no le puede apuñalar por la espalda como ha hecho. No hay ninguna razón jurídica que justifique las declaraciones personales de Melero, según las cuales su cliente no es un preso político. No hay ninguna razón que permita descalificar a tu cliente, aunque tu cliente crea en ovnis o en la sagrada unión de España. Ni tampoco hay razón para calificar a la mitad de la plana mayor del independentismo político, encarcelado y juzgado por el Tribunal Supremo, de cuatro desquiciados como argumentó Melero en el alegato final de la defensa. Fue cuando se puso a hablar de cine español sin saber lo que decía, citando mal, sin mucha competencia profesional, un absurdo conflicto sobre Faulkner.

La opinión política de Melero ha desplazado la de sus clientes para ocupar todo el protagonismo. Y quedó aún más subrayada cuando el 31 de agosto pasado dijo a la radio que “de fiesta y de copas, seguro, me voy con Javier Zaragoza, con Marchena y con Luciano Varela”. Con auténtica profesionalidad, en cambio, Gonzalo Boye acaba de demostrarnos que una defensa jurídica, digna, de un político es posible sin acabar adoptando la tradicional estrategia de ruptura de los abogados de Herri Batasuna. Y al mismo tiempo sin caer en la frivolidad de estas declaraciones festivas, impropias. Parece que para Melero todo esto sea sólo un juego, un caso más, un episodio profesional, una injusticia más sobre la que él no tiene nada que ver. Cada vez parece más claro para muchos analistas políticos por qué el señor Boye no fue abogado de ninguno de los presos políticos. Y qué personas hicieron toda la presión posible para que el abogado chileno no vistiera la toga en el Tribunal Supremo. El contraste estratégico habría sido espectacular.