Si la mayoría de nosotros, si la mayoría de los catalanes, fuéramos una colección de necios, de intransigentes y de mal nacidos, pensaríamos que todos somos ángeles sólo por el hecho de haber nacido catalanes, unos seres de luz casi perfectos, sólo gente como es debido, y que nuestros enemigos —enemigos y no adversarios, ya que nos quieren borrar del mapa— no merecen ni respirar. No, los catalanes no nos sentimos superiores, ni tenemos ningún motivo para pensar en eso, ni para sospecharlo. Lo de “soy español, a qué quieres que te gane” es imposible de adaptar a nuestro universo. Nos sentiríamos grotescos. No somos lo que decía Georges Brassens, la race des chauvins, des porteurs de cocardes. Les imbéciles heureux qui sont nés quelque part (la raza de exaltados patriotas, de portadores de banderitas. Unos imbéciles encantados de haber nacido en cualquier lugar). Como mucho nos sentimos diferentes, y no siempre podemos. De hecho nos parece una pérdida de tiempo esta costumbre tan extranjera del servilismo y de la arrogancia, del clasismo, del ir presumiendo como un lelo de la vanidad de este mundo. Josep Pla en 1976 recordaba a Joaquín Soler Serrano, en la famosa entrevista, que la sociedad catalana es la más democrática del mundo, en contraste con España, incluso con Inglaterra y Francia, donde la aristocracia y las clases enriquecidas dominan completamente el Estado. El catalán sabe perfectamente que no es nadie. Y también sabe que nadie es nadie. En Catalunya todo el mundo es igual, en Catalunya existe la ingenuidad adámica del que lo mira todo por enésima vez, con cara de niño demonio, y no encuentra nada que no hubiera visto la primera vez que abrió los ojos. El catalán desconfía del bombo y platillo, de la grandilocuencia. De los tremendismo, de la exageración y de la claque, de la propaganda. Pots comptar es la frase catalana más repetida. Nuestro escritor lo resume así: “aquí no hay nadie importante, todo el mundo es igual, por eso los catalanes somos tan groseros”. Nuestra disidencia es completa, firme, y permanece en el tiempo. Ahora estaba pensando en el Don Jaume Conquistador de Pitarra, escrito hacia 1862, donde aquel catalanista y más famoso autor teatral resume así la gloria militar del nuestro padre de la patria: “Pues, es decir... ¿que el rey moro / a don Jaime le ha dado por el culo?”.

Con esta manera de hacer y de pensar, tan disolvente, es difícil que exista ultraderecha catalana. Es metafísicamente imposible, marcando mucho la pronunciación de la primera i, como hacía Salvador Dalí, otro maestro catalán de disidencias y desengaños. Para ser facha debes creerte superior o aparentarlo. Y por eso, íntimamente, el catalán sabe que ganará su independencia. No porque se la merezca, para nada, ni porque nuestros políticos sean ninguna maravilla, tampoco es eso, y ni que exista motivo alguno para subir a la azotea a lanzar cohetes. Los catalanes llegaremos a la independencia porque delante sólo tenemos a una España sin proyecto ni estímulo, visceralmente anticatalana, completamente desbordada por la situación. Llegaremos a la independencia en breve ya que la vergüenza ajena nos estimula, porque esto no hay quien lo aguante. Sólo hay que ver al exaltado de Ignacio Garriga diciendo barbaridades, a Pablo Casado confesándose con el microfonista Jordi Basté y diciendo que Catalunya es estupenda, que él nos ama. O a Carlos Carrizosa peleándose con los demás españolistas para salvar los muebles de su chiringuito. Ciudadanos, esto sí que es un auténtico chiringuito. Circulan nuevas encuestas que pronostican una fabulosa victoria independentista. ¿Y será verdad? Yo desconfío, tú desconfías y él desconfía, Naturalmente. Nosotros desconfiamos. Pero también sabemos que podría ser verdad. Los catalanes tenemos todavía otro horrible defecto, y es que somos muy cabezotas, tercos, y no vamos a parar. Nunca jamás. Y en España se están dando cuenta, que no vamos a parar, y que aunque cada día todos los medios de comunicación nos viertan sermones de amor al españolismo, nos resbala. De hecho no pararemos aunque el domingo gane las elecciones Falange Española. Tienen ellos mucho más que perder que nosotros.