A medida que la cifra de contagios y muertes por la Covid-19 sigue aumentando, los norteamericanos ven la vacuna como la única solución para recuperar la tranquilidad de que ni ellos ni sus familias caerán enfermos y de que la economía del país seguirá recuperándose de la fuerte caída del segundo trimestre de este año.

A pesar de eso, no hay una aceptación demasiado grande de las vacunas, porque ni siquiera la mitad del país cree que será segura y dará buenos resultados, aunque el 62% se declara dispuesto a dejarse vacunar cuando sea posible.

Por el momento, hay un calendario provisional para administrar las dos vacunas aprobadas por las autoridades sanitarias norteamericanas (Pfizer y Moderna), aunque por ahora no es más que una lista de preferencias y no hay datos específicos. Es una programación previsible después de haber visto cuáles son los grupos en más peligro, lo que no quiere decir que la mayoría del país esté convencida de que la recibirán los que la necesitan más: sólo el 46% piensa que la distribución corresponderá a las necesidades de la población.

Y eso porque, en parte, es muy difícil hacer llegar las vacunas a lugares con poca gente y sin instalaciones para mantener las vacunas refrigeradas a temperaturas de menos de 70 grados bajo cero. Pero también porque hay sospechas de que en las decisiones habrá influencias racistas, discriminación y favoritismo.

Si se analizan estas opiniones, es imposible no quedar sorprendido: el colectivo donde hay más riesgo de contagio y menos posibilidades de recuperación es el de ciudadanos negros, pero son precisamente ellos quienes menos deseo tienen de vacunarse: sólo el 26% se declara dispuesto a hacerlo, mucho menos que el 43% de los blancos y el 36% de otras minorías.

En el colectivo más favorable a la vacunación, que es la gente de más de 65 años y que se declara partidaria de administrarla lo más pronto posible, sólo el 69% está dispuesto a que se la pongan.

Sólo el 46% de la población estadounidense piensa que la distribución corresponderá a las necesidades de la población

Eso no es un problema en estos momentos, porque la vacuna de Pfizer, que ya se empezó a administrar antes de Navidad, todavía está limitada a 20 millones de dosis —lo cual representa una disponibilidad para 10 millones, porque hacen falta dos dosis por persona y la de Moderna no recibió la aprobación hasta unos días más tarde.

Pero la previsión es que haya suficiente para todo el mundo —y pronto: Moderna ha prometido 200 millones de dosis, igual que Pfizer, que ya ha empezado a distribuir—. Este es un contrato con el gobierno federal, que ha dado a cada una 4 mil millones de dólares para financiar las vacunas. Con estas cantidades tendría que haber suficiente hasta el mes de julio, porque los problemas logísticos de transporte y manipulación de la vacuna son considerables y difícilmente podrán vacunar a más de los 200 millones de personas que estarán cubiertas con las dos vacunas.

La población total norteamericana es de 329 millones y el gobierno se ha reservado el derecho de encargar 400 millones de dosis de Pfizer y 300 millones de Moderna, que es mucho más de lo necesario para vacunar a toda la población.

No sólo hay problemas técnicos de transporte y mantenimiento de las bajas temperaturas, también hay miedo a que haya delincuentes que la quieran robar, así que las mismas compañías han pedido garantías al gobierno, que ha decidido poner controles policiales e incluso utilizar el ejército para proteger los suministros.

Es inevitable, sin embargo, que en una cuestión que ha trastornado toda la vida y la economía del país, los problemas sociales habituales, como la posible discriminación contra negros, minorías inmigrantes, mujeres o las diferencias entre ricos y pobres, provoquen enfrentamientos políticos casi imposibles de evitar.

Y eso aunque ya tenemos una especie de calendario: primero los trabajadores sanitarios y residentes de centros para personas mayores, después los de más de 75 años y grupos de riesgo, seguidos de los de más de 65 años, antes de ir a la población en general, que seguramente la empezará a recibir en el segundo trimestre del año. Muchos piensan que el segundo grupo, es decir, los más viejos, la empezarán a recibir en la segunda mitad de enero.

Con el tiempo necesario para que la gran mayoría de la población esté vacunada —y, en el caso más positivo, que reciba la protección que se busca—, el panorama no es muy bueno, porque ahora están muriendo algunos días hasta 3.000 norteamericanos.

Para dar una protección más rápida, algunos expertos sugieren que haya millones de test para hacerse la prueba en casa, cosa que cuesta poco en tiempo y dinero: se pueden tener los resultados de manera casi inmediata y comprar las pruebas tendría que ser fácil si las tienen en las farmacias locales, que son las grandes cadenas como CVS, Walgreens o Walmart, que además han prometido ya ampliar sus instalaciones para poder guardar las vacunas congeladas y ofrecerlas cerca de las áreas residenciales dentro y fuera de las ciudades.

En este país de dimensiones gigantescas, eso es importante, porque el 90% de los norteamericanos viven a menos de 15 kilómetros de un Walmart, la red de tiendas donde uno lo puede comprar todo, desde comestibles hasta televisiones, medicamentos o plantas para los jardines.

Es probable que esta sugerencia no guste mucho a los colegios de médicos, los laboratorios y los hospitales, donde hoy la gente tiene que ir para hacerse cualquier prueba a unos precios astronómicos para los que no tienen mutua —a menudo, 10 veces más caras que las tarifas de las aseguradoras.

Pero es un cambio que se pide desde hace mucho, para dar acceso a todo el mundo a unos precios razonables. Sin la presión y la angustia de la pandemia, sería difícil superar la resistencia de organizaciones poderosas que dan millones de dólares para influir en el proceso legislativo.

Lo que haría falta para que todo el mundo tuviera en casa un paquete para 20 pruebas sería que el gobierno ponga sólo mil millones de dólares para financiar la fabricación, lo cual sólo representaría el 0,1% de lo que ha costado hasta ahora luchar contra la pandemia en los EE.UU.

Eso permitiría que los contagiados asintomáticos lo supieran para tomar las medidas proteger su familia y su entorno.

Políticamente, sería muy rentable para la nueva administración del presidente Joe Biden, que entra en funciones dentro de 3 semanas: la gente irá olvidando que la producción de vacunas más rápida de la historia se hizo con el presidente Trump, para ver como Biden se lleva el premio por el control de la pandemia.

Como con otras enfermedades o crisis, los cambios que la Covid-19 traerá serán de gran alcance y duraderos en la sociedad norteamericana, porque dará a los pacientes más control y es seguro que reducirá los precios de la medicina más cara del mundo (11.600 dólares al año por persona y casi el 18% del PIB, comparado con los 3.200 euros en España con un 6% del PIB)

Es muy probable que se harán populares otros test, como para la gripe, lo que evitaría contagios en escuelas y empresas, aunque muchos de estos lugares cambiarán, porque ya no estarán en oficinas empresariales, sino en casa de los funcionarios, técnicos y otro tipo de trabajadores, con las consecuencias que todavía no se pueden prever casi en el mundo del transporte, de las guarderías, que no harán falta porque los padres trabajan desde casa, o los millones de oficinas vacías por todo el país que no se sabe todavía en qué se convertirán.

Aunque la situación médica en los Estados Unidos es muy peculiar, si nos fijamos en todos los cambios que su tecnología y costumbres nos han traído, tenemos que pensar que también en eso veremos cambiar las estructuras y las costumbres en Europa y aquí.