A pesar de las declaraciones de alivio de los funcionarios especializados en política internacional y de los medios informativos norteamericanos y de todo el mundo, no hay que esperar grandes cambios en la política internacional del nuevo presidente Biden. Con un estilo diferente, hará, como todos sus predecesores, lo que pueda hacer... y eso no se muy diferente de la política de Donald Trump, o de Barack Obama.

Hay muchos frentes a los que un gigante como los Estados Unidos debe atender en sus relaciones internacionales, pero en los últimos doce años los puntos centrales han sido China, Rusia y el Oriente Próximo. Es improbable que Biden traiga grandes cambios en ninguno de los tres frentes, o si los hay, serán en respuesta a los desarrollos en estas regiones.

Otras cuestiones, como la relación con Europa o la política del Medio Ambiente, seguramente ocuparán los medios informativos, especialmente los de nuestro continente, pero no serán prioritarias en la Casa Blanca o en el Congreso, por mucho que algunos periodistas norteamericanos se ocupen.

Donde hay mes posibilidades de cambios es en el Oriente Próximo, precisamente el área donde el expresidente Trump fue más activo, tanto para acabar con lo que lo vemos como ventajas inaceptables de Iràn, como para mediar en las relaciones entre Israel y los países árabes. De hecho todo está relacionado: Trump introdujo un elemento importante al trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén, lo que teóricamente era un objetivo para sus predecesores prácticamente desde el establecimiento del Estado de Israel y endureció las relaciones con la resistencia palestina.

Todos creyeron que eso sería el principio de una nueva era de enfrentamientos con los países árabes, tanto para Washington como para Israel, pero ya sabemos que fue todo lo contrario: el mundo árabe se ha alejado de los palestinos y ha establecido relaciones diplomáticas con Israel. El riesgo de nuevos enfrentamientos con Irán parece hoy más grande, pero precisamente por eso los árabes, productores de petróleo, parecen tener más miedo a Teherán que a Jerusalén.

Es una situación que condicionará la política de Biden en la región, porque difícilmente podrá volver a acercarse a Teherán con el riesgo que eso representa para sus amigos árabes. Ahora que estos amigos también lo son de Israel, el gran aliado de Washington, la capacidad de Biden de deshacer la política de Trump en la región es casi inexistente.

Menos cambios todavía se han de esperar con China: mucho antes de la campaña electoral, Biden ya criticaba los ataques de Trump contra China, que veía como un peligro comercial y militar: "¿Ustedes pueden imaginar que China sea un peligro para nosotros?", decía Biden de manera retórica y daba a entender que, si llegaba a la Casa Blanca, desharía las políticas de Trump con Pequín.

8 años más tarde hay otras realidades, hoy China tiene un cariz más inquietante después de la represión en Hong Kong, las amenazas a sus vecinos del Mar de China y su expansionismo internacional. Sería muy difícil para Biden volver a la política de cuando era vicepresidente -en el improbable caso que quisiera hacerlo. La cuestión parece estar ahora en manos chinas, en función de si quieren una política más conciliatoria para influir en Washington, o siguen en su línea mes agresiva. En ambos casos, Biden reaccionará pero no tomará la iniciativa.

Es casi seguro que, independientemente de cuál sea el escenario, Biden seguirá buscando equilibrios para un país que todavía es el más rico y fuerte del mundo, pero que va perdiendo la hegemonía de la superpotencia que ha sido durante más de medio siglo, después de unas Guerras Mundiales en que sufrió militar y económicamente menos que los otros, permitiéndole salir de la Segunda Guerra Mundial como un gigante económico en un mundo casi deshecho, convertido en la gran potencia militar que todavía es.

Ahora, con Biden habrá un cambio de estilo,  un nuevo maquillaje político podríamos decir, pero la sustancia seguirá siendo la misma: como sus predecesores.