La euforia por la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca es general, evidente... y frágil.

General, porque la personalidad y el comportamiento de Trump irritaba a casi a todo el mundo —salvo los 74 millones de norteamericanos que lo votaron. Evidente, porque sólo hace falta leer o escuchar los medios de todo el mundo para ver que lo reciben como al Mesías. Y frágil, porque los problemas internacionales y nacionales que Trump enfrentó durante su presidencia siguen pendientes.

El expresidente no supo o no pudo resolver grandes desafíos, como la subida cada día más agresiva de China al primer plano de la política y economía del mundo, el activismo de pequeñas y medias potencias como Irán, Turquía o los países árabes productores de petróleo, o las nuevas coordenadas de la economía del mundo y de los Estados Unidos, por no mencionar más que los más urgentes.

Tampoco hay ninguna razón, sin embargo, para creer que Biden los enfrentará con más suerte y con un equipo mejor.

Porque el alcance de la tarea que espera al 46.º presidente de los Estados Unidos es tan grande que no bastan las buenas maneras y voluntad, ni siquiera después la experiencia negativa de las acciones de su predecesor: Ahora hace falta, además de habilidad política, una visión clara y nueva de cómo tiene que ser el mundo de mañana... e incluso el de hoy.

Hacen falta una visión filosófica y una intuición de genio para dar al mundo reglas y mecanismos para la nueva situación y, por lo que sabemos hasta ahora, Biden llega a la Casa Blanca con un equipo que, a pesar de ser del otro lado de la política norteamericana, tiene el mismo techo y parámetros intelectuales que el acaba de salir. No vemos a nadie que se presente como un nuevo Kissinger del siglo pasado, o un nuevo Hamilton, uno de los líderes de la independencia de la colonia británica que casi llegó a presidente de los Estados Unidos.

Biden llega a la Casa Blanca con un equipo que, a pesar de ser del otro lado de la política norteamericana, tiene el mismo techo y parámetros intelectuales que el acaba de salir

Lo que hace falta, sin embargo, tanto en los Estados Unidos como en todo el mundo, es precisamente gente de este alcance, que dé ideas y fórmulas revolucionarias para un mundo que ha cambiado. Mutatis mutandis. Es una situación parecida a la del siglo XVIII, cuando hubo la Revolución Francesa, aparecieron los Estados Unidos, empezó a traquetear el Imperio Británico, empezó la agonía del sultanato de Turquía y el nacionalismo entró en el corazón de las políticas.

Fue un cambio del sistema y un rechazo a las reglas de juego del momento, pero este trasvase fue de la mano de una nueva filosofía, de grandes pensadores como Descartas, Kant, Darwin o Newton, y de un grupo de políticos y militares que habían entendido y aceptado la nueva realidad, aunque no fuera más que temporalmente.

Es evidente que a la Casa Blanca de ahora le hacen falta ideas y gente, igual que a Pekín, Bruselas, Nueva Delhi o Moscú, pero no hay ninguna prueba de que nadie de este alcance haya llegado al Capitolio ni a la Casa Blanca de la mano de Biden.

Claro está que, aunque no haya hasta ahora pruebas ni señales, no se puede descartar que llegue repentinamente una solución.