Están hasta los cojones. Incluso algunos de los que nos apoyan, esos, también están un poco hasta los cojones. Muchos de los hombres y algunas de las mujeres que viven a nuestro alrededor son incapaces de comprender la trascendencia histórica que la jornada de hoy tendrá para el conjunto de la sociedad y para las mujeres en particular. Se trata de la primera huelga feminista de la historia de España y ocurre 163 años después de la primera huelga general de la clase trabajadora que, por supuesto, dejaba fuera las reivindicaciones de las mujeres. Aunque ellas, nosotras, se lo montaron desde el principio para dar la batalla, como demostraron las cigarreras que paralizaron con violencia varias fábricas en España a finales del siglo XIX. Desde entonces, 16 huelgas generales en España, 11 de ellas convocadas por los sindicatos de la democracia, y ninguna para reivindicar la brutal discriminación de las trabajadoras. La brecha salarial que desangra a las mujeres en todas las franjas de edad, la brecha de las pensionistas que ingresan un 34% menos que los varones a pesar de haber duplicado —y triplicado— jornadas dentro y fuera de casa. La brecha de los contratos parciales y del trabajo no remunerado, no declarado. Invisible. La brecha de la imposible conciliación y de la pobreza de las madres. Es la primera vez que una huelga general no la convocan los principales sindicatos. Comisiones Obreras y UGT han registrado sólo un paro parcial de dos horas. Por eso esta huelga no es de ellos, es nuestra. Por eso algunos susurran “qué pesadas, coño”.

Hasta hace dos días ser aliado feminista era muy fácil. La historia venía sucediendo como cuando en mi colegio se celebraba el día de la Paz. A la hora del recreo tenía lugar la performance. El director anunciaba que soltaríamos una paloma blanca como símbolo de libertad y paz y pedía al paisano que venía con la jaula que le acercase al bicho. Así era como el director cogía con sus manos a la paloma y la soltaba bajo los vítores de los alumnos. La paloma sobrevolaba nuestras cabezas unos pocos metros, hasta que el carcelero hacía sonar su silbato y el ave volvía, obediente, a la jaula. Al día siguiente el periódico local recogía la hazaña. Una instantánea de paz y libertad que había olvidado a aquella paloma que se pudría en su jaula. A nadie le importaba la libertad de la paloma. La gloria era para su secuestrador que ni siquiera había reparado en su privilegio.

Algo así pasa con el movimiento feminista. Hemos sido el trofeo de muchos para pasearnos y chulearnos mientras servíamos de complemento para los intereses que todavía mantienen un sistema económico injusto basado en la explotación laboral y doméstica de las mujeres. El sistema en el que ellos triunfaron mientras nosotras regalábamos la plusvalía del trabajo doméstico y no remunerado. Pero acercarnos para reclamar poder nos hace peligrosas. Porque las mujeres nunca hemos tenido entidad como colectivo, ni siquiera para representar a la clase trabajadora.

Por fin nos hemos dado cuenta de que nos teníamos las unas a las otras, y de que todos nuestros derechos son también mérito nuestro

Nos dijeron que solas no podíamos mientras sostenían la jaula. Nos dijeron que nos odiaríamos y nos animaron a buscar el complemento directo masculino. Nos negaron la conciencia de género y supusieron que tendrían que ser ellos siempre los que nos abriesen la puerta. Por fin nos hemos dado cuenta de que nos teníamos las unas a las otras, y de que todos nuestros derechos son también mérito nuestro. A pesar de las jaulas, las cárceles, las cadenas invisibles y la violencia. Al fin y al cabo, no hace tanto tiempo que conseguimos acceder a la universidad, y hoy somos mayoría.

Hoy seremos muchas las que salimos, pero también serán muchas las que no lo hacen, aún estando en situaciones y entornos social y laboralmente favorables. Apelo a la responsabilidad individual de las personas en situaciones privilegiadas para alzar la voz por las que no pueden. Por las que han sido amenazadas por sus empresas, por las trabajadoras domésticas sin contrato, por las falsas autónomas, por las de los contratos temporales, las madres solas, las maltratadas, por las que están atrapadas en procesos de justicia patriarcal, por las mayores con pensiones injustas y por el injusto futuro de las jóvenes discriminadas en procesos selectivos. Por las que han tenido que dejarlo todo para cuidar y cuidarnos. Apelo a que vacíen los puestos de trabajo y llenen las calles. A que griten que vivas, libres e iguales, nos queremos. A que sean muy pesadas. Como lo fueron Rosa Parks, Clara Campoamor, las sufragistas o Concepción Arenal. Si ellas se hubiesen resignado a aceptar el establishment de su tiempo, hoy seguiríamos bajo la guarda de nuestros carceleros.

Esta huelga, además, tendrá trascendencia internacional y se realizarán paros en más de 40 países del mundo. Será la huelga que inaugure —si no lo hemos hecho ya— la nueva ola feminista, la de la igualdad real y efectiva. La de destruir este sistema para construirlo sin jaulas.  

Bajo el amparo y la seguridad de la ley que otras consiguieron para que nos pudiésemos manifestar os pido, por favor, que seáis muy pesadas. Nadie lo hará por nosotras.