Después de más de cinco horas en la sala de espera del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago de Compostela (CHUS, para los amigos) entro en la consulta donde un joven doctor me pregunta qué me ocurre. A lo que yo respondo: tengo cistitis. La respuesta, que debió parecerle un agravio y un desacato a la autoridad médica, desató su ira, que se encargó de restregarme mientras me recordaba que los diagnósticos allí los daba él, que quién era yo para decirle a él lo que tenía, y que si yo era médico no entendía el por qué de la consulta. Después de varios minutos de mucha tensión con la vejiga hirviendo y los mofletes al baño María, le expliqué educadamente que sabía perfectamente lo que era tener cistitis porque la había tenido muchas veces y que los desagradables síntomas que incluían quemazón en mis partes nobles y unas ganas horribles de orinar sin ser capaz de hacerlo, me resultaban familiares. El señor doctor me mandó a hacer unos análisis de orina sin molestarse siquiera en ponerme un dedo encima para buscar otras posibles patologías. Así que allá me fui, obediente, a hacer estalactitas de orín para tragarme otra hora más de espera en la sala del hospital.  Cuál fue mi sorpresa cuando entré por segunda vez en la consulta, que el médico ya me estaba recetando el antibiótico correspondiente sin haberme dado tiempo de sentar el culo en la silla. “¿Entonces tengo cistitis?” le digo, convencida, a lo que él me contesta “Tendrás. No he mirado los resultados”.

Muchos años antes, en segundo de carrera, fui a un psiquiatra porque empezaba a padecer de los problemas de ansiedad que me acompañarían el resto de mi vida adulta y que me impedían casi ir a clase y salir a la calle. Además, el no saber lo que me pasaba y la sensación de pérdida de control absoluta, junto con el pensamiento horrible de que jamás podría trabajar de periodista, ni hacer nada por mí misma con sólo 19 años, me sumieron en un estado emocional de absoluta depresión. Su remedio a mi enfermedad fue muy sencillo: volver a casa de mis padres y dejar la carrera porque “tampoco te hace tanta falta.” No me dijo que me tomase unos días, tampoco que les pidiese ayuda, ni siquiera me dijo que dejase pasar el curso, no, aquel médico me recomendó dejar la carrera porque “no la necesitaba”. Apuesto a que en ese momento deseaba añadir que yo, al menos, tenía la suerte de ser mujer para quedarme en casa cuidando a los niños.

Y todavía más años antes, con 15, un endocrino al que me derivaron cuando tuve anorexia nerviosa, se hartó de decirle a mi madre –y supongo que a la madre de las demás chicas- que me tenía muy mal educada y que debía dejar que mi padre pusiese cartas en el asunto. Dando por hecho que mi madre era incapaz de cuidarme, responsable en parte de mi enfermedad y que el remedio, sin duda, pasaba por esas bofetadas que se imaginaba me daría mi padre. Un tipo que, por cierto, trabajaba en una unidad específica de trastornos de la alimentación dependiente del Servicio Galego de Saúde pública, en donde más del 90 por ciento de las pacientes eran mujeres jóvenes.  

Los nervios y el conocido “quejarse de vicio”, también me lo decía un respetado traumatólogo cada vez que iba allí hasta que me diagnosticaron una osteocondritis de astrágalo que, para quien no lo sepa, es una lesión muy complicada, dolorosa y difícilmente operable, del principal hueso del tobillo. La lesión provocó que durante muchos años apoyase mal el pie, una rotación de la rodilla y el dolor, en ascendente, de todos y cada unos de los músculos de la pierna y de la cadera que, según su –respetadísimo- criterio, se me pasarían, por arte de magia, ¡cuando me quedase embarazada! Espero que mi feto me devuelva el centímetro cuadrado de cartílago de hueso que ya he perdido.

A las mujeres, se nos trata infinidad de veces como menores de edad, incapaces, caprichosas, quejicas, exageradas y directamente, histéricas

Volvamos al tema. La violencia médica hacia las mujeres es tan amplia y está tan normalizada que ni siquiera nos damos cuenta la mayor parte de las veces. A las mujeres, se nos trata infinidad de veces como menores de edad, incapaces, caprichosas, quejicas, exageradas y directamente, histéricas. Un término que acuñó Freud para hablar precisamente de eso, de las enfermedades de las mujeres.

Esta visión machista y viciada de las enfermedades femeninas provoca mucha frustración, incomprensión y problemas psicológicos –que se encargan de solucionar con pastillas a las que nos hacemos adictas para luego pasar a tratarnos directamente como putas locas- . Si eres mujer, y estás o has estado bajo tratamiento psiquiátrico, te resultará familiar la condescendencia médica, la alargada sombra de la duda ante todo lo que dices que tienes/sientes y la necesidad, penosa, de ir acompañada por otra persona (a poder ser hombre) para darle credibilidad a tu enfermedad. La violencia médica hacia las mujeres también provoca malos diagnósticos y retrasos en los mismos que, en muchas ocasiones, son fatales.

Desde que anuncié en mis redes que iba a escribir sobre el tema de la violencia médica hacia las mujeres un aluvión de PUTAS HISTÉRICAS me escribieron para contarme sus historias. Casos que he agrupado en varias categorías “tú lo que tienes son nervios”, “tú lo que necesitas es un embarazo”, “es normal, eres mujer”, “mira que eres puta” y “violencia obstétrica”.

En el apartado “tú lo que tienes son nervios” nos encontramos el caso de una amiga que me cuenta que durante años ha sufrido problemas digestivos que alternaban la diarrea con el estreñimiento, ardor oral y gases que le impedían hacer vida normal,  ir al gimnasio o hasta salir a la calle “porque temía hacerme caca encima”.  Con la insistencia de los supuestos nervios (que, obviamente, tendría), acabó en una psicóloga, que, por suerte, le dijo que siguiese insistiendo para que la viese un digestivo. Después de mucho suplicar, le hicieron varias pruebas que arrojaron el diagnóstico de mala absorción de fructosa, sorbitol y lactosa además de una enfermedad genética conocida como enfermedad de Caroli. Sigue pendiente de pruebas como la colonoscopia y la endoscopia y desde aquí le mando mucho ánimo y cierto sentido de la urbanidad para no quemar el hospital en la próxima revisión médica.

Otra amiga se pasó más de dos años de médico en médico con síntomas que iban de la visión doble, a la pérdida de fuerza que le impedía casi caminar, y la caída, notable y evidente, de un párpado. Durante dos años tuvo que soportar la indiferencia médica que le aseguraba que todo se debía a la depresión por la muerte de su padre. Finalmente, y gracias a la ayuda de un médico amigo de la familia (el conocido enchufe gracias al que funciona la sanidad en España), fue diagnosticada de una rara enfermedad neurológica, autoinmune y crónica. Ahora, toma 10 pastillas al día que incluyen 8 corticoides que le han hecho ganar peso y que además, provocan comentarios acerca de su dramática gordura.

En el apartado “tú lo que necesitas es un embarazo/una buena polla” se encuentra una amiga, a la que aquejada de dolores de estómago y palpitaciones que resultaron ser los síntomas de un problema cardiaco, le recetaron tener hijos.

A otra amiga en una revisión ginecológica, su médico le soltó, directamente, si esperaba a la menopausia para tener hijos si ya tenía 31 años

A otra amiga en una revisión ginecológica, su médico le soltó, directamente, si esperaba a la menopausia para tener hijos si ya tenía 31 años.

En el apartado “es normal, eres mujer” nos encontramos con otra amiga deportista que después de la rotura del ligamento cruzado posterior de la rodilla recibió la siguiente respuesta del médico rehabilitador: “pero si eres una mujer ¿para qué quieres el cruzado?”.

En esta categoría podemos incluir también la endometriosis, una enfermedad crónica muy frecuente y que provoca reglas altamente dolorosas e infertilidad. La endometriosis es un enfermedad que tarda mucho en diagnosticarse porque la comunidad médica ha asumido como normal que la regla puede doler hasta que te desmayes. Otra amiga histérica y con endometriosis se pasó años soportando comentarios del tipo “es normal que te duela, dópate y punto” y la dispensación a cuchillo del medicamento favorito para las mujeres junto a los antidepresivos y ansiolíticos: la píldora anticonceptiva.

A otra amiga a la que diagnosticaron de dolores de regla “normales” le tuvieron que extirpar un riñón.

Los anticonceptivos, que están desaconsejados en mujeres con determinadas enfermedades circulatorias fueron la pastilla milagrosa que le recomendaron también a otra amiga que insistía en recordar sus problemas circulatorios al médico. La respuesta del tipo es que debía tomársela y que no tenía más tiempo para explicarle ciertas cosas. Total, cabecita de chica no lo iba a entender.

En el apartado “eres un poco puta, y lo sabes” tenemos todo lo relacionado con la sexualidad. Una amiga me comenta que cuando fue a pedir la píldora del día después con 16 años, tuvo que responder preguntas del tipo “qué postura estabais haciendo” o “desde cuándo eres virgen”. Y otra, que visitó urgencias por una enfermedad venérea, fue despedida de allí con un  gracioso “¡a seguir disfrutando!”.

Aunque como veis, la violencia médica hacia las mujeres afecta a todas las especialidades, hay una que se lleva la palma: la violencia obstétrica (también conocida como “tú no sabes lo que es estar embarazada ni parir”). La medicalización y la falta de feminización del embarazo y del parto despoja a la mujer de su propia voluntad y la somete a prácticas agresivas que vulneran su salud y su toma de decisiones.

Es habitual que ellos decidan hasta cuándo te tiene que doler, o si no te tiene que doler en absoluto y habituales son también comentarios llenos de paternalismo como “no seas histérica, mujer”, “¿qué te pensabas?” y, mi preferida, “para hacerlo no te dolió tanto, eh?” mientras te deshaces de dolor porque la cabeza de un niño está a punto de atravesarte el cuerpo y salir por tu vagina.

Partos provocados, cesáreas innecesarias, episiotomías que destrozan la sexualidad, la salud y la vida, y grandes negligencias como la que le ocurrio a una amiga que perdió el útero después de sufrir dos desangres. Cero información sobre cómo va a nacer –o ha nacido- tu propio hijo. Violencia que se extiende a pediatría donde las madres, una vez más (repetid conmigo) son tratadas como PUTAS HISTÉRICAS porque se encargan de cuidar de la salud de sus hijos. Como una amiga, con un niño con un problema real que le impedía mantenerse sentado con nueve meses y que recibió por respuesta médica un “las madres de hoy queréis que los niños hablen inglés con un año”.

La medicina actual está diseñada sobre el modelo del hombre blanco occidental, patrón que se ha utilizado tradicionalmente en la mayor parte de los ensayos clínicos

La medicina actual está diseñada sobre el modelo del hombre blanco occidental, patrón que se ha utilizado tradicionalmente en la mayor parte de los ensayos clínicos. Muchos de los medicamentos que nos tomamos hoy las mujeres (como los ansiolíticos y los inocentes antiinflamatorios) no han sido experimentados en mujeres y desconocemos sus efectos sobre nuestra salud y fertilidad. Pero más allá de eso, está todo lo demás, la violencia invisible que nos hace pequeñas, vulnerables y sufridoras de un sistema que pide a gritos la feminización de la medicina y unos cuantos quilos menos de histeria.