La camiseta de la Diada de este año es una mezcla de falsa urgencia y entusiasmo impostado. Lo han sido todas. La diferencia es que, desde 2017, las podemos mirar desde la luz del desengaño. "Tornem-hi per vèncer" después de "Lluitem i guanyem", "El deure de construir un futur millor”, “Objectiu independència” y “Fem la República Catalana” es la enésima muestra de en qué se ha convertido la Diada nacional del país que amo: en autoayuda. Es un intercambio entre un sector de la sociedad catalana independentista —mayoritariamente familias y personas mayores— y Òmnium y la ANC. Funciona así: tú te compras una camiseta y, a cambio, ellos te ofrecen el añico de esperanza que te servirá para aguantar las miserias de la política catalana hasta la Diada del año siguiente. Es lo más parecido a un taller de hogar de ancianos, un encuentro para que la gente no se sienta sola y recuerde quiénes son los suyos y, con un poco de suerte, vote a los que capitalicen este ejercicio de identificación colectiva siempre que haga falta.

La camiseta de la Diada es la enésima muestra de en qué se ha convertido la Diada nacional del país que amo: en autoayuda

Esta esperanza se consume anualmente porque está depositada en una clase política incapaz de cumplir con aquello que brama cada 10 de septiembre en el Fossar de les Moreres. Banalizan los ideales encima de los muertos con la única misión de calcular la dosis perfecta de esperanza que le hace falta a cada catalán para mantener la llamita viva entre pecho y espalda. Viva, pero no del todo viva. Viva para ir a votar. Viva para no desentenderse completamente de aquello que pasa en el país. Viva para saber que la lengua son las raíces de la causa y viva para no convertir el desencanto en españolidad. Pero nunca ardiente y desbocada, nunca quemando con un vigor que ponga en duda de la estrategia de los partidos. Tú compras una camiseta y a cambio ellos te tienen exactamente donde te quieren. Aquello que tenía que servir para presionar y fiscalizar lo que un día fue la cúpula de un movimiento independentista, hoy sirve para dejar a la sociedad civil en stand by. Si vas, te esperanzan a su servicio. Si no vas, caes en la más profunda desesperanza, si no es que ya has caído. Este es su juego. Con estas cartas tejen la fábula en la que no hay país más allá de aquello que te deje imaginar la esperanza que ellos te proporcionan. Pero es mentira.

Catalunya siempre vuelve, pero para que lo haga esta vez hace falta que los del "Tornem-hi per vèncer" no vuelvan más

Catalunya siempre vuelve. Detrás de todos estos hombres de espíritu empequeñecido y gastado que han convertido la liberación nacional en una estrategia de marketing electoral, todavía hay un país, una lengua, una cultura, una historia y una nación que trascienden las ambiciones personales de los postrados. Aquí es donde yo he escogido depositar mi esperanza, porque es el único lugar donde no me la pueden robar ni deformar. Es un lugar ingenuo, si queréis. Quizás naif. Pero queda fuera del negocio de los aspavientos forzados de quien lo hace todo desde la superioridad moral del vencido. Fuera de una manera de entender el país solo ligada a los que circunstancialmente le ponen cara. Fuera del marco mental en el que comprar una camiseta es la única cosa que se puede hacer por la independencia. Es esperanza porque implica a los hombres y porque cree que el problema empieza y acaba con los sepultureros de proximidad que hoy y a lo largo de la historia han arrastrado la tara de nación sometida hasta convertirla en la única manera de pensarnos. Para poner fin a eso no solo hay que enterrar a los sepultureros, también hay que enterrar todo aquello que nos haga parecernos. Catalunya siempre vuelve, pero para que lo haga esta vez hace falta que los del "Tornem-hi per vèncer" no vuelvan más.