Estoy bastante convencida de que la Diada de este año tendrá mucho éxito. Obviamente, no creo que alcancemos las espectaculares cifras de los años más intensos que hemos vivido, pero también creo que será el indicador de una seria remontada que ya había dado indicios en los últimos tiempos, pero que empieza a consolidarse. De algún modo, podremos decir que el independentismo ha vuelto y, más allá de las muchas dificultades que todavía arrastra el movimiento, también podremos decir que ha vuelto para ser de nuevo el agente central de la política catalana.

Quienes ya lo habían dado por muerto, convencidos de que su situación era agónica, se dejaron engañar por el espejismo, sin entender la lógica de las luchas nacionales, que pueden pasar fácilmente de resguardarse en el Palacio de Invierno cuando pintan bastos, a volver a dominar la escena al llegar el primer deshielo. Como he escrito varias veces en este mismo espacio, el independentismo podía estar cansado, fastidiado, desconcertado, desunido, y sufrir todos estos adjetivos al mismo tiempo, y, sin embargo, seguir siendo muy fuerte. Es lo que sucede cuando un proceso colectivo de enorme trascendencia histórica es bruscamente detenido con la única razón de la represión, que en un momento u otro resurge con más fuerza.

Es cierto que una de las espuelas que ha reactivado la ilusión es el protagonismo que inesperadamente tiene el independentismo, de la mano del president Puigdemont, en la actual coyuntura española. Puigdemont ha dotado de profundidad conceptual lo que podía haber sido una simple oportunidad transitoria (como había sucedido hasta el momento con los pactos de ERC), y lo ha erigido con una notable inteligencia estratégica. De repente, el independentismo —aquel independentismo que Pedro Sánchez había "pacificado", Borrell había "domesticado" y el mass media español había enviado a galeras— volvía a estar en primera plana política y era la piedra angular de una investidura presidencial. No deja de ser extraordinario ver como el mismo Sánchez que ha vendido la enorme mentira de ser el gran pacificador de Catalunya —obviando las prisiones, los juicios, las persecuciones económicas, las directrices del CNI, los Pegasus, etc.— tiene que convertirse en espectador forzado de una rueda de prensa de Puigdemont, en el corazón de Europa, con centenares de periodistas internacionales. Si quería al independentismo enterrado, ahora lo tiene más vivo que nunca, verbigracia de sus perentorias necesidades presidenciales. Aquello del karma, que dicen, o el azar —si te pilla preparado— como es el caso de Puigdemont.

Resistir se ha demostrado mucho más eficaz para defender nuestros derechos que rendirse

Aparte de la provechosa coyuntura política que, sin duda, ha espoleado el ánimo colectivo del independentismo, tanto como ha activado las furias del españolismo, existen otros factores que confluyen en el optimismo. De entrada, la drástica quiebra del posibilismo republicano y su apuesta por el eje ideológico con el socialismo español, que no solo no ha aportado nada a los derechos nacionales de Catalunya —un simple acuerdo por la Mesa ha cambiado el catalán en el Congreso, por ejemplo— sino que se ha demostrado una vía plagada de trampas que ha acabado engullendo a sus protagonistas. Dudo, y lo digo con sorpresa, que Rufián, pero sobre todo Junqueras, puedan sobrevivir políticamente al error histórico que han cometido. Fue esta estrategia de retroceso la que desconcertó y desanimó a amplias capas de la población —que han respondido en consecuencia en las urnas— e, improductiva la vía de la rendición, la vía de la resistencia se fortifica. Nuevamente, el ejemplo del exilio es, en este sentido, paradigmático: resistir se ha demostrado mucho más eficaz para defender nuestros derechos que rendirse. La prueba es un Sánchez que en la anterior legislatura ha perseguido sin piedad al independentismo —desde la abogacía del estado, hasta los servicios de inteligencia, espionaje incluido— y ahora parece capaz de otorgar la amnistía. Los progres, los de izquierdas, los amigos y bla, bla, eran los buenos de ERC y Sánchez les dio migajas. Los malos, derechistas, hiperventilados y bla, bla, eran los de Junts, y Sánchez está dispuesto a ofrecerles la luna. Más claro, el agua. La resiliencia siempre contempla la posibilidad de vencer; la rendición no la contempla nunca.

Sea como fuere, le queda mucho trecho al independentismo para volver a mostrarse con toda su fuerza. Hay que unificar criterios, sumar restas, reforzar estrategias y, sobre todo, hay que salir con vida del callejón sin salida de la investidura, oportunidad que también encierra una trampa. Pero, si las dificultades son muchas, también es una evidencia que vuelve a estar justo en el centro del tablero y puede darle la vuelta otra vez a la situación. ¿Alguien recuerda, por ejemplo, que Salvador Illa ganó las elecciones en Catalunya? A estas alturas, poco importa, porque el paradigma ha cambiado.

En cualquier caso, y a la espera de los próximos acontecimientos, feliz Diada a todos. Recordemos lo que sabemos desde hace tanto tiempo: para defender a Catalunya solo estamos nosotros, solo estamos los catalanes.