El día que me mates todo el mundo se pondrá las manos en la cabeza. En la radio, los tertulianos de turno se liarán en debates sobre si todos los hombres son malos y si los niños, en los patios de las escuelas, tienen la sensación de que ser hombre es pecado. Los diarios no hablarán de otra cosa y se recrearán en el "qué desastre, qué mal todo", y los partidos me utilizarán como arma para atacarse los unos a los otros, también los que se llaman feministas. Algunos hombres, ante la evidencia de la muerte, se empeñarán en dejar claro que ellos no podrían hacerlo nunca, que eso es cosa de cuatro tarados, como si mi asesinato hubiera sido causa de una enfermedad que tú sufres. Quizás hay una concentración delante del ayuntamiento de mi pueblo, quizás nadie sabrá mi nombre y pasaré a formar parte del recuento del peor mes de diciembre desde el 2022.

En realidad nadie sabrá como aterrizar el debate ni como conseguir que lo que me habrás hecho a mí no le pase a nadie más.

Se preguntarán qué sigue fallando, qué ha podido pasar. La opinión pública se centrará en los fundamentos del problema, en sí los jóvenes ahora suben más concienciados o no, si hay algún indicio de mejora. Se hablará de cifras y de anécdotas personales. Alguien pensará en mí como en su madre, su hermana o su actual pareja, porque será incapaz de captar la magnitud de la barbarie sin pasar por las mujeres de su vida. Habrá quien rellene su discurso hablando de terrorismo porque no encontrará ninguna otra manera de expresar su indignación, habrá quien habrá abusado tanto de la palabra violencia que ya no sabrá cómo describir mi muerte.

Se me utilizará para generar desconfianza en el sistema policial y judicial, la única arma que les quedará a tantas otras mujeres contra sus agresores.

Quizás te habré denunciado varias veces y quizás tendrás una orden de alejamiento, y por eso se me utilizará para generar desconfianza en el sistema policial y judicial, la única arma que les quedará a tantas otras mujeres contra sus agresores. Se alimentarán discursos de terror sexual y relatos en que las agresiones machistas pasan en callejones mal iluminados, con hombres desconocidos. Pero quizás tú y yo habremos convivido, hacía tiempo que me maltratabas física y psicológicamente y nadie no se había dado cuenta. Tal vez habrás utilizado las vacaciones de Navidad para convertir mi vida en una prisión y, al final, en un ataúd. Nuestros hijos lo habrán visto todo, y quien sabe si los habrás matado conmigo.

Tendrán que hacer el esfuerzo de entender que tú habrás escogido matarme y que en la violencia machista siempre hay una parte de libertad, la de quien escoge matar.

Si me matas por Navidad, se hablará del suceso en las mesas de la cena de Nochevieja e incluso en las de la comida de Reyes. Nadie sabrá qué decir más allá de las lamentaciones de siempre. Los hijos, padres, hermanos y tíos que se ponen a la defensiva cuando se habla de machismo porque se sienten personalmente atacados, se refugiarán en el silencio. Las hijas, madres, hermanas y tías que a menudo intentan explicar qué es el patriarcado y a veces caen en la trampa de pensar que todo es estructural y sistémico, tendrán que hacer el esfuerzo de entender que tú habrás escogido matarme y que en la violencia machista siempre hay una parte de libertad, la de quien escoge matar.

Alguien pensará en mí como en su madre, en hermana o en pareja, porque será incapaz de captar la magnitud de la barbarie sin pasar por las mujeres de su vida.

El día que me mates habrá mucho ruido mediático, pero en realidad nadie sabrá como aterrizar el debate ni como conseguir que lo que me habrás hecho a mí no le pase a nadie más. Todo el mundo quedará trastornado, incluso un poco desorientado. Habrás añadido un granito de miedo al corazón de muchas mujeres que hoy ya viven en permanente estado de alerta, y durante un par de días o tres, los telediarios irán llenos, porque el día que me mates todo el mundo pondrá el grito en el cielo, pero yo ya no podré gritar.