Jair Bolsonaro ha perdido las elecciones en Brasil y miles de personas han salido a la calle y han bloqueado las carreteras reclamando al ejército que diera un golpe militar e impidiera que el presidente electo Lula da Silva tomara posesión del cargo. Sin embargo, no se trata de un fenómeno aislado, tercermundista o bananero cuando algo parecido está ocurriendo en la primera potencia mundial. El martes hay elecciones de medio mandato en Estados Unidos y las encuestas vaticinan que, sin una reacción demócrata de última hora, los ciudadanos reclamarán con su voto el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el mismo Trump que convocó el asalto violento en el Capitolio todavía no hace dos años. Oh my God!

Todo parece preparado para que Trump anuncie su intención de volver a postularse para presidente inmediatamente después de las elecciones del martes. Esto se debe a que confía en que los republicanos obtendrán una gran victoria. Hasta hace poco parecía que los republicanos sólo tenían asegurada la victoria en la Cámara de Representantes, pero en los últimos días las encuestas han dado un vuelco no previsto en cuanto a las elecciones al Senado y existe un riesgo elevado de que los conservadores pasen a controlar ambas cámaras. El blog FiveThirtyEight, que dirige el matemático Nate Silver y que hace promedio de encuestas con un método muy específico, le da a los republicanos el 55% de posibilidades de reconquistar también la mayoría en el Senado. Que haya alternancia política en las cámaras forma parte del funcionamiento democrático y no debería ser preocupante, pero sí lo es que el avance de los republicanos lo protagonizan los candidatos ultras que se han impuesto en las primarias del Grand Old Party a base de mentiras, teorías conspirativas, discursos incendiarios y, por supuesto, el apoyo de Donald Trump.

La decadencia de Estados Unidos contagia a Europa la deriva contraria a los valores democráticos

Con una o dos cámaras con mayoría republicana, los dos años de presidencia que le restan a Joe Biden se convertirán en una continua carrera de obstáculos, con su agenda progresista sistemáticamente bloqueada y el Partido Demócrata desnortado, sin liderazgo, dada la debilidad de un Biden ya octogenario y una vicepresidenta, Kamala Harris, que no convence ni a sus correligionarios. Y Trump, ocupando el escenario mediático, utilizará su candidatura como un arma intimidatoria para escapar de sus responsabilidades en el asalto violento al Capitolio. Porque la violencia se ha convertido en omnipresente en la política estadounidense.

Desde 2016 se ha generado en Estados Unidos un ambiente proclive a la violencia política que tuvo su momento álgido en el asalto al Capitolio el 6 de enero del año pasado, pero que no se ha detenido ni mucho menos. El reciente ataque al domicilio de la líder demócrata Nancy Pelosi es un episodio ilustrativo que, como no registró ningún fallecimiento, no forma parte de la estadística de los 440 asesinatos por razones políticas registrados, el 75% de los cuales estuvieron perpetrados por grupos de extrema derecha. La inflación ha sido asunto principal de la campaña de las mid-term, pero también la violencia se ha convertido en una referencia del debate político y, paradójicamente, quien capitaliza electoralmente el rechazo son los mismos candidatos que atizan el fuego a base de amenazar e intimidar a los adversarios. La retórica violenta se asimila como una actitud de fortaleza hacia la incapacidad de los débiles. A los ciudadanos estadounidenses les preocupa la violencia, pero buena parte de ellos cree que a menudo está justificada o que debe combatirse con más violencia.

La decadencia de la democracia en Estados Unidos nos afecta y mucho. Estados Unidos ha ejercido con mano de hierro su condición de imperio, pero, con todas sus contradicciones, no puede negarse que durante décadas ha ejercido una cierta referencia moral en cuanto a la evocación de los principios y los valores de la libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos. La presidencia de Donald Trump a partir del año 2016 supuso una renuncia a este liderazgo moral y marcó de rebote el inicio de una decadencia de las democracias en todas partes y especialmente en Europa. Trump reconoció a Putin casi como un aliado y homologó regímenes dictatoriales como el de Kim Jong-un en Corea del Norte o el de Bashar Háfez al-Ássad en Siria. A continuación, Europa también ha avalado sátrapas como el turco Erdogan, especializado en la aniquilación del adversario, o ha mantenido una actitud condescendiente con la Hungría de Viktor Orbán, más allá de señalarlo —porque de momento sólo le señala— como líder de un “régimen híbrido de autocracia electoral”. Y cuando el líder pierde la vergüenza, a continuación la pierden todos, y ante tantas evidencias, algunos abusos ocurren como anécdotas.

España ya no tiene inconveniente ni vergüenza en dejar de ser un estado de derecho cuando se trate de preservar la unidad de España y la monarquía

Para hacer una referencia más cercana, el Gobierno más progresista de la historia de España no encuentra la manera o, mejor dicho, no acaba de atreverse a derogar la llamada ley mordaza que da unos poderes omnímodos a la Policía para ejercer la represión y supone una auténtica amenaza al activismo político. Ni Corcuera se habría atrevido a tanto. Tampoco se atreve el Gobierno de Pedro Sánchez a derogar los artículos del Código Penal que tipifican el delito de sedición pensados en el siglo XIX para ahogar cualquier disidencia... Si algo ha quedado claro con el proceso soberanista catalán y con la corrupción de la monarquía borbónica, es que la democracia en España sólo lo es hasta ciertos límites. No tiene inconveniente ni vergüenza en dejar de ser un estado de derecho cuando se trate de preservar lo que, desde poderes ocultos pero omnipresentes, se consideran bienes superiores, la unidad de España y el rey. Las instituciones avalan y/o practican la persecución de los disidentes a base de tratarlos como delincuentes y exoneran la delincuencia conocida en torno a la Corona. Y si un disidente es elegido democráticamente, como Puigdemont, se anula la voluntad popular porque le falta un papel. El problema es que hemos llegado al extremo de que todo parece peccata minuta si lo comparamos con los asesinatos, las cárceles secretas y las purgas masivas de un aclamado líder de Occidente como Recep Tayyip Erdoğan.

Los editorialistas del New York Times están muy preocupados por la deriva antidemocrática y violenta en Estados Unidos y han señalado cuatro tendencias/amenazas a la democracia que merece la pena tener en cuenta porque también han llegado aquí: la impunidad de los grupos paramilitares organizados —aquí los encontramos en la plaza Artós—, la presencia de extremistas en las fuerzas del orden y las fuerzas armadas —Jusapol y el ¡a por ellos!—, la propagación de ideas extremistas y el número creciente de políticos que utilizan la amenaza de violencia para intimidar a los oponentes. Efectivamente, los Pérez de los Cobos son la versión española de una plaga occidental.