Que Laura Borràs duda sobre si el gobierno de ERC y Junts está trabajando o no por la independencia lo dirá ella, pero no es verdad. Aquí no hay ninguna duda que valga, aquí ni duda el lector, ni duda Borràs ni duda el personal, ni dudo yo. Aquí la duda ofende. Aquí no dudamos más porque ya hemos llegado al final de la calle, porque nos ha costado un poco, pero ya hemos entendido que la independencia de Catalunya es la zanahoria que hace andar al burro. Al burro del pueblo humilde, al burro de los golpes, al pueblo catalán de los golpes, nuestro pueblo burro y asno apaleado que debe aguantar las hostias de la policía, las hostias de hacienda, los políticos pésimos, los articulistas mediocres y ahora, como regalo sorpresa, la miseria que anuncian todos los visionarios de la economía. Unos visionarios que tampoco dudan y siempre tienen razón cuando deben anunciar la catástrofe.

Aquí no hay duda, ni misterio, ni palabras reconfortantes, ni un Boecio que nos consuele filosóficamente porque tampoco tenemos tiempo para leer fuera del móvil. Cuando es la hora de la verdad, señora presidenta, no hay duda que valga. No haga como Jordi Pujol cuando tiró de metáfora, pero dijo, claro, nítido, que si le arrojaban piedras a su precioso nido caerían todos los nidos de la rama. Cuando volvió a amenazar con “entrar en la cuestión” y contarnos de una vez por todas en qué consiste la gran mentira catalana. O, si queremos decirlo de otra forma, la realidad y la farsa que viven a la vez los políticos catalanistas. Vivimos hoy una situación bastante vergonzosa, un divorcio bastante sangriento entre los electores y la clase política para osar, por una vez, jugar al juego de la verdad. Esto es lo que nos habían prometido los políticos que no eran políticos, los que venían de fuera para regenerar lo público. Como el presidente Torra, como la presidenta Borràs.

Hay que reconocer que Laura Borràs ha irritado a muchos funcionarios, especialmente algunos del Parlament de Catalunya que pretendían seguir cobrando sin trabajar. El gesto de odio de algunos bien pagados, de algunos privilegiados que cobran de todos nosotros, certifica para quien quiera verlo que Laura Borràs es algo más que prosopopeya personalista. Que algo ha hecho, más que algunos políticos. Y que es peligrosamente populista, pero también popular, que es ingenua y torpe, que es imprudente e imprevisible. Pero precisamente por eso es temible para sus adversarios y suficientemente suicida como para no ser fácil de adiestrar ni de conducir. Borràs quiere el poder contra el poder y a favor del poder. Esta contradicción es irresoluble y es el origen de todos sus males y el motivo por el que todos los medios de comunicación, todos los políticos de todos los partidos, todo el mundo que es alguien en Catalunya la tiene señalada con el dedo o, directamente, le ha declarado la guerra.

Su destino trágico está sellado porque Borràs se niega a entender que la hora de las medias palabras, de la ambigüedad, que la hora del estilismo y el preciosismo, de las relaciones sociales, ha pasado. Y no va a volver. El hipódromo de Montjuïc hace años que le cerraron. Laura Borràs puede pasar a la historia —para algunos la presidenta suspendida es ya historia— como otra señora más que un día se perdió dentro del laberinto de la política porque lo confundió con el jardín de casa. O, por el contrario, Laura Borràs puede demostrar a todas las Reguantes, Gabriels, Serres y a otras fruncidas en qué consiste una política feminista, independentista y progresista. Bastante más de izquierdas y revolucionaria que todas nuestras pequeñoburguesas disfrazadas de viudas de Mao. Y no porque tenga ninguna convicción socialista como su venerable padre, el doctor Borràs, sino porque la vida, la azarosa existencia, le ha llevado hasta donde está ahora.

¿Qué es lo que ocurrirá a partir de ahora? Naturalmente, no tengo ni idea, pero lo más probable es que Borràs acabe aplastada por los suyos, muerta, enterrada y olvidada en el gran carnaval de la política, donde el espectáculo, siempre, siempre, debe continuar y donde se intenta lo más difícil todavía. La presidenta suspendida es tozuda y no quiere aceptar que su único futuro político es la sublevación independentista. Este es su mal. La inmensa mayoría del electorado no solo ha desconectado emocionalmente de España, sino casi de toda nuestra clase política. Y no sabe a quién votar.