Hace unos meses, decidí desintoxicarme de las redes sociales. Lo hice porque me estaban haciendo más daño que otra cosa. No lo digo yo, lo dicen las personas de mi entorno más cercano (yo nunca habría dicho algo así, ¿quién es el tonto que prefiere la cruda realidad, llena de gente imperfecta y de situaciones vitales insoportables, a las alegres y positivas redes sociales?). Según ellos, me había convertido en un monstruo sin sentimientos que insultaba a todo el mundo sin tener motivos para hacerlo (¡claro que tenía motivos!). Pero bueno, da igual, dejémoslo (¡tenía un montón!). La cuestión es que decidí hacerles caso (para que dejaran de torturarme psicológicamente) y estuve desconectada de las redes sociales dos minutos y medio. Les pareció poco tiempo, pero peor es nada, ¿no? Yo, con dos minutos y medio, hago diez historias de Instagram, cuatro Tiktoks y veintidós tuits dejando verde al primero que pase por mi cronología. ¿Qué hacen estos seres humanos que viven en la «vida real» (que la llaman ellos) durante este tiempo? Como máximo, tienen tiempo de ir a mear.

Los seguidores nos necesitan para saber qué deben hacer con sus vidas, somos el oxígeno que les permite respirar, el sol que les calienta...

¿Sabéis lo que significa estar dos minutos y medio fuera de las redes sociales? No os hacéis una idea. Puedes destrozar una reputación que has tardado años en esculpir y perder a cientos de seguidores. Además de esto —y dejando de pensar en uno mismo, que es muy egoísta—, puedes hundir la vida de tus seguidores. Los seguidores nos necesitan para saber qué deben hacer con sus vidas, somos el oxígeno que les permite respirar, el sol que les calienta...; ¿qué harían sin nosotros y sin saber qué opinamos de todo? Antes que nada, son ellos, ¿quién soy yo para irme y dejarlos tirados de un día para otro durante dos minutos y medio? Podría haber provocado el caos en las redes sociales. De hecho, casi lo provoco. Cuando hice la desconexión (me tuvieron que atar las manos con una cuerda y encerrarme dentro de un armario), se crearon grupos de WhatsApp en todo el territorio catalán para intentar averiguar qué me había ocurrido. Cada vez que pienso en ello, se me pone la piel de gallina y se me hiela el corazón. Pero mi entorno más cercano me hizo un chantaje emocional tan cruel que no pude negarme y tuve que abandonar a mis seguidores, a regañadientes, pero tuve que hacerlo. Me dijeron: «o desconectas de las redes sociales o te dejamos de pagar la manutención». Como comprenderéis, tuve que ceder y hacer lo que ellos querían.

¿Supongo que os debéis estar preguntando qué sentí durante aquellos dos minutos y medio de desconexión? Pues la verdad es que, después de pasarme quince segundos gritando como si me fuera la vida en ello, me hice la muerta, como una zarigüeya, para ver si daba pena a algún familiar, me desataba y tenía tiempo de hacer al menos un tuit. Así que solo sentí rabia e impotencia. Aún no he acabado de entender qué gran descubrimiento querían que hiciera durante aquel tiempo de desconexión, lejos de la felicidad incondicional de las redes. Lo único que constaté es que, en la «vida real», la gente no es feliz y que, cuando alguien tiene un problema, miran hacia otro lado: por mucho que grité y me hice la muerta, nadie se compadeció de mí. Esto no me habría ocurrido nunca en las redes sociales, tú publicas un tuit diciendo que estás triste y no paras de recibir comentarios de gente que no conoces de nada apoyándote y diciéndote que están allí para lo que necesites. Y, además, ninguna de las personas que interactúa contigo es fea, todo el mundo es guapo y joven —no es que considere importante el hecho de ser de buen ver, pero, quieras que no, siempre apetece ver a gente guapa. De momento parece que, mi entorno (que se preocupa mucho por mí y tampoco sería necesario) está más relajado y me dejarán tranquila una temporada. Bueno, os dejo, que todavía tengo que recuperar doscientos cincuenta seguidores, hacer tres Tiktoks, cuatro historias de Instagram y responder los trescientos comentarios de apoyo emocional que me han enviado mis seguidores de Twitter cuando han sabido lo que me ocurrió.