Campaña contra la pobreza en un bosque. La ONG Oxfam nos ha hecho sentir culpables esta semana titulando de forma muy chocante su informe sobre la pobreza, pensado para impresionar a los potentados del planeta, que se reúnen en el Foro de Davos: “62 personas en el mundo tienen la misma riqueza que la mitad del planeta”. La nota de prensa añadía que “los ricos son cada vez más ricos a expensas de los más pobres”. No es así. Tres casos ayudan a verlo. Abrahán es hijo de una familia de clase media de Nueva Jersey. Acaba de licenciarse en Económicas por la Universidad de Harvard. Se prepara para trabajar en alguno de los grandes bancos de Nueva York. Todo un triunfador de la globalización. Es el turno de Belle. Casada por la fuerza a los 15 años, embarazada de su cuarto hijo, vive en la región de Casamance, en Senegal. Su marido sale cada día a pescar. A duras penas consigue pescado suficiente para alimentar a la familia, así que se añade cuatro chavos a sus ingresos paseando a turistas. Finalmente, Catia. Es una chica de El Salvador que ejerce la prostitución en Los Ángeles. Buena parte de lo que gana lo pasa a su familia, que vive en el norte del país centroamericano y piensa que trabaja como dependienta. La semana pasada asesinaron a su hermano a plena luz del día en una calle de San Salvador, la capital, una de las ciudades más peligrosas del mundo. ¿Quién es más rico, Abrahán, Belle o Catia? Antes, una pequeña pausa metodológica. Oxfam obtiene los datos de su informe de un trabajo previo de Crédit Suisse basado en una estimación de la riqueza individual entendida como activos menos deudas.

¿Quién es más rico?

Abrahán no tiene ningún activo a su nombre, pero tiene una deuda de cerca de 50.000 dólares, resultado de haber pagado los gastos de la carrera en una universidad privada de élite. Abrahán es, pues, el más pobre de esta lista y debería ser parte de los desheredados del mundo, según el método usado por Oxfam. Belle no tiene ningún activo, pero tampoco ninguna deuda formal. La razón evidente es que en Senegal los bancos no prestan a familias como la suya. Eso hace que Crédit Suisse (y por lo tanto Oxfam) sitúen a Belle en una confortable clase media mundial. ¿Y Catia? Esta trabajadora del sexo utiliza el sistema financiero de los EE.UU. para enviar dinero a su familia, que tiene acceso a una cuenta a su nombre –porque es la única que trabaja– denominada en dólares, la moneda de uso corriente en El Salvador. Esta cuenta suma unos 6.000 dólares. Como Oxfam sólo tiene en cuenta los activos nominales y no el poder de compra, gracias a la subida del dólar en los últimos dos años este dinero acaba de situar a Cátia en la clase media-alta mundial, por encima incluso de cualquier abogado brasileño. Es un despropósito entender la pobreza así. Quizá debemos hacernos algunas preguntas clave:

¿Si estamos tan mal, dónde están estos millones de depauperados, de perdedores de la globalización? ¿En qué país? No pueden ser sólo los refugiados de Siria...

¿Si los pobres son cada vez más pobres, cómo se puede ser más pobre que un muerto de hambre? ¿Cómo puede haber un grado de pobreza superior a las hambres masivas de la década de los años 80?

¿Por qué estamos hablando de riqueza en lugar de renta?

¿Dónde están los pobres?

En menos lugares que nunca. En 1980 se contaban 2.000 millones de personas en situación de pobreza extrema en el mundo. Hoy son 700 millones. Son muchos, demasiados, pero muchos menos. Es el porcentaje más bajo de la historia. Si nos dejaran escoger cuándo nacer, pero no dónde, nacer hoy sería la mejor apuesta para vivir bien. Nunca tantos niños y niñas han sido escolarizados, nunca se ha sufrido menos hambre y nunca la humanidad ha disfrutado de una esperanza de vida tan larga. Por países la foto es más espectacular. Son contadísimos los países que tienen una renta per cápita más baja hoy que en 1990, como ocurre con Burundi y Gabón, en África, por ejemplo. En cambio, buena parte de los países antes calificados como “subdesarrollados” han más que duplicado su renta per cápita y son miembros de la clase media mundial. Botsuana, Ghana, Ruanda, Malasia, Tailandia, Perú o el Brasil son ejemplos espectaculares de crecimiento. En general, después de la sacudida generalizada de los años 80, en la década de los 90 la mayoría de países “pobres” han tendido a crecer mucho más rápidamente que los “ricos”. Es decir, lejos de aumentar, la desigualdad entre la mayoría de países se ha reducido sustancialmente. Quien quiera entretenerse puede buscar en el histórico de la renta per cápita del proyecto Maddison, que pilotó hasta su muerte el conocido economista británico Angus Maddison.

¿Son los pobres más pobres?

En cierta manera sí, pero no como pretende Oxfam. La oenegé utiliza la medida de capital menos deudas para contar la riqueza, así que, en realidad, la persona más pobre del mundo sería Jerôme Servion, un broker de Societé Générale que debe... 6.000 millones de dólares a su antigua empresa. Por lo tanto, los “pobres” entendidos como personas endeudadas sí pueden ser cada vez más “pobres” porque, en una economía cada vez más bancarizada que crece, siempre habrá personas que se endeuden más y más. Pero eso no quiere decir que pasen hambre. Si no, que se lo pregunten a otro “pobre”, al multimillonario brasileño Eike Batista, que aunque debe 1.000 millones de dólares “quiere volver a hacer negocios”.

¿Por qué riqueza y no renta?

Una comparación como la de Oxfam, hecha sobre renta familiar disponible, no tendría el mismo impacto. Al contrario, mostraría que el mundo es razonablemente igualitario. De hecho, la renta per cápita del país más rico del mundo, Catar, es sólo 10 veces más alta que la media mundial. Una media que, además, no deja de subir. Hay que pensar que la renta de Bill Gates es sólo un pequeño porcentaje de sus activos, una cifra similar al salario de miles de altos ejecutivos de todo el mundo. Otro factor: la “riqueza” de Oxfam no mide el impacto corrector de los impuestos, que sí se incluyen en la renta familiar disponible. Por lo tanto, Oxfam utiliza un dato sin impuestos para reclamar... aumentos de impuestos. Para acabar de arreglarlo, lo mezcla con estimaciones no probadas de los capitales depositados en paraísos fiscales. Porque... ¿a quién no le gusta pensar que si el vecino rico pagara una pizca más de impuestos –ni se daría cuenta– el resto viviríamos mucho mejor? ¿No es como pensar que haciéndote socio de una ONG que vive de la pobreza acabarás con la pobreza?

Adrià Alsina es politólogo y periodista. Ha trabajado como consultor de comunicación para organizaciones como el Banco Mundial, la OCDE o el Banco Interamericano de Desarrollo.