El día 14 apunta a que será un día para guardar para siempre en la memoria. Todo apunta a que se hará pública la sentencia del procés: finalmente sabremos qué hechos se imputan: si las leyes del Parlamento del 6 y 7 de septiembre, los hechos pacíficos del 20 de septiembre, el 1-O u otros hechos que hayan considerado relevantes los magistrados para probar el levantamiento violento y público (rebelión) o levantamiento público y tumultuario (sedición), la malversación de caudales públicos y/o la desobediencia. Veremos.

Siempre me he resistido a hacer un pronóstico concreto sobre la decisión judicial. Hoy también. Pero, como he expresado alguna vez, creo que la sentencia comportará muchos años de prisión, un montón de años de inhabilitación y muchas penurias más. No entro en detalles porque no los conozco.

Es más, estoy convencido de que, a pesar de las voces que dicen que la condena será para este o este otro delito, no ha habido filtraciones. Ciertamente, las filtraciones son casi un uso forense español de obligado cumplimiento. Pero, ¡qué mala suerte!, Europa mira y en Europa no hay filtraciones. Aqunque aquí nos encontremos en la indiscutible edad política del gobierno de los jueces, allí los magistrados no son estrellas mediáticas como lo son en la piel de toro. Esta publicidad es el primer síntoma de los desajustes de la Justicia en nuestra casa.

Lo que sé a ciencia cierta es que habrá sentencia. No habiéndose convocado la vista para la prórroga de la prisión provisional de los Jordis, la condena está cantada que estará antes del 15 y que simultáneamente se despachará la excursión de la sentencia porque los sentenciados que perdían su libertad ambulatoria inicien detrás de las rejas el cumplimiento de su condena. Y apartadamente, desde ahora mismo, de las actividades políticas y otras funciones públicas durante lustros. Tampoco es este un tema menor.

Eso sí que es cierto. No es ningún rumor ni ninguna filtración. Todo el resto es pérdida de tinta y de papel prensa. Y también sería mi alegría por, si por un milagro, estuviera equivocado y no hubiera condena. Mi proveedor de espirituosos y otros caldos sería feliz a costa de mi hígado, pero la situación lo merecería.

Pero sea como sea la sentencia para los procesados, especialmente para los que están encerrados, para los nuevos presos y presas, será un fin de semana terrible, como ha recordado hace unas horas uno de ellos, el siempre lúcido Jordi Sànchez:

Para un preso la pérdida de libertad es un daño inequívoco. Este es el efecto aflictivo que la pena privativa de libertad comporta. Sin embargo, a pesar de lo que dice la ley que la pena de libertad sólo priva de la libertad, el preso, preventivo o definitivo, se enfrenta a sí mismo, a la oscuridad de su mente durante las largas horas de confinamiento a la celda y buena parte de las que disfruta de libertad de movimientos dentro del perímetro carcelario.

En esta negrura la auténtica tortura es no perder la esperanza. La esperanza de la libertad, la esperanza del próximo beso de la mujer o el marido, la esperanza de la caricia de los hijos, la esperanza de la mirada empañada por las lágrimas del padres, la esperanza de la impotente mirada solidaria de los amigos a través del terrible cristal. La esperanza de la justicia que no llega. Sino que, muy al contrario, muchas veces parece que se aleje.

De verdad, nada deseo más que equivocarme.