El artículo de David González de este lunes me recordó por qué después de Primàries me agarré tan fuerte a mi Patreon y por qué me ha resultado fácil mantener cerca a un grupo de amigos y colaboradores más cosmopolitas y leídos que yo. A medida que la impaciencia que promovió el procés se vaya diluyendo, se verá que España no lo tiene tan ganado como dicen los propagandistas de Vichy. Y también se verá otra cosa: se verá que el prestigio cuesta menos de perder que de ganar y que muchos muchachotes del cinismo fácil tiraron demasiado deprisa la toalla.

Como contaba mi estimado González, esta vez España se lo juega todo a la residualización del catalán. Durante el franquismo la prohibición de la lengua estaba pensada para liquidar los anhelos autonomistas del país. Si la revuelta militar del 36 no se convirtió en una guerra de independencia es porque los catalanes venían de más de 50 años de luchar para lograr un régimen autonómico. España era el marco histórico instintivo de los catalanes porque los castellanos no se habían apoderado todavía de los últimos resortes económicos y simbólicos del imperio. Y porque Europa era una trituradora indecente de carne humana.

El objetivo que ahora tienen los ataques al catalán es impedir directamente la independencia. Incluso los darwinistas de Vox reconocen que las autonomías están demasiado consolidadas para abolirlas. España ha hecho tarde para imitar a Francia; ya no puede seguir el ejemplo de París, que es capaz de prohibir el corso incluso en la asamblea corsa. España ha llegado tarde para imitar a Francia porque Franco no ganó tanto como la mayoría de antifascistas castellanos habrían querido. El clamor por la autodeterminación cogió por sorpresa el régimen del 78 porque se suponía que el aliado de Hitler y Mussolini había herido de muerte a Catalunya y que Jordi Pujol ya solo gestionaba una reserva indígena sentimental y moribunda.

En 2017 no perdió la nación catalana, perdieron los partidos del Estatut de 1978 y su malla socioeconómica

Si Catalunya fuera una nación de extracción étnica, como se piensan en Madrid, la historia de España habría ido de otro modo o quizás el catalán ya sería una reliquia. El hecho es que la base nacional de Catalunya es más constitucionalista que la española. El austriacista Josep Plantí ya lo decía en el siglo XVIII: una nación no la hace la etnia de sus habitantes sino la adhesión que generan el origen y el desarrollo histórico de sus leyes. La obsesión de Madrid por borrar nuestro pasado viene de este hecho tan sencillo. Francesc Pujols lo sintetizó con una frase que Salvador Dalí inmortalizó en su museo: "El pensamiento catalán sobrevive siempre a sus ilusos enterradores".

Así pues, si una guerra y cuatro décadas de dictadura no bastaron para impedir que Catalunya consiguiera su Estatut, ¿cómo lo tiene que hacer España para impedir ahora la autodeterminación y, por lo tanto, probablemente la independencia? Como contaba González, que vivió el intento de repoblar el país impulsado por el franquismo, si los españoles pierden la guerra cultural lo pierden todo. Por eso nos envían a enfermeras locas, sudamericanos fracasados y todo tipo de figuras estrafalarias que recuerdan a aquella bronca de Manuel Valls a los burgueses de Barcelona que lo habían contratado.

Si dejamos de banda a Jordi Amat, que es de los pocos intelectuales de Vichy que trabaja, los españoles solo tienen vividores en Catalunya. Solo hay que ver qué ha pasado con Gabriel Ferrater y qué pasa ahora con Mercè Rodoreda. Cada vez que un lameculos de Vichy intenta relacionar a Rodoreda con los nazis para que el PSC no parezca tan franquista, quien pierde el prestigio no es la escritora, sino el lameculos. Igual que ha pasado con los políticos, los títeres de la cultura cada vez están más desgastados. La culturilla de Vichy destruye a sus servidores, por el mismo motivo que los destruye la política, porque el país va por otro lado. Porque en 2017 no perdió la nación catalana, perdieron los partidos del Estatut de 1978 y su malla socioeconómica.

Este hecho costará de ver, pero irá emergiendo con la misma fuerza que emergieron las consultas. Durante el procés, los partidos premiaron la impaciencia hedonista de los caraduras que se habían pasado la vida navegando y esto hizo que, de entrada, la rendición fuera igual de frívola. La próxima vez que el país llegue a las instituciones, pero, no lo hará con los partidos del procés, ni con su capital humano y económico. Los vigilantes de la unidad de lo saben y por eso miran, ni que sea por intuición, de imprimir la derrota de los partidos en el idioma del país. Lo que no sé si han pensado estos patriotas es que el mundo de los partidos que hizo el procés trabajaba para Madrid y que, por más que ladren, tarde o temprano España también pagará su parte de la derrota.

Mientras tanto, para reforzar el cultivo de nuestra lengua indomable y milenaria, es importante que los catalanes aprendamos defensa personal, hagamos dinero y tengamos cuantos más hijos mejor.