He visto la película que Ridley Scott ha dedicado a Napoleón y me ha parecido sorprendentemente floja. Quizás debamos esperar a ver la versión de Apple Plus, que dura casi dos horas más. La versión del cine es una colección de videoclips mal pegados, vagamente satíricos. El guion pasa de un episodio al otro, sin transiciones que den un sentido comprensible a la historia ni, todavía peor, un mínimo de profundidad a la evolución de los personajes.

La única figura que tiene un poco de matiz, y que trasluce un misterio a la altura de su papel histórico, es Josefina. Napoleón es una caricatura con todos los prejuicios sobre los hombres de carácter que corren hoy en día. Es como si Scott diera por sentado que todo el mundo ha leído biografías de Napoleón y se dedicara a jugar con la vanidad del público, sobre todo del público femenino, más atontado por los móviles y la propaganda. Si quieres pintar a Napoleón como un redneck domesticado por el sexo de su mujer, tienes que sacar el genio y contarlo muy bien.

La película ha recibido una avalancha de críticas por su falta de rigor histórico, pero la falta de rigor histórico no tendría importancia, si la trama se sostuviera sobre alguna idea más o menos bien explicada. Napoleón es un símbolo y el hecho de que el actor de la película haga la misma cara cuando tiene 20 años que cuando tiene 40, no me parece un problema. Tampoco me parece problemático que bombardee las pirámides de Egipto o que vea la decapitación de María Antonieta desde primera fila. Todo esto son licencias poéticas.

El problema es el vacío conceptual que resuena detrás la grandilocuencia manierista de las mejores escenas. La película de Scott no está a la altura de la fascinación que ha producido la figura de Napoleón. Es difícil creer que tantos hombres se hayan equivocado y que Napoleón fuera un simple jugador de póquer sin escrúpulos que dominó Europa con cuatro cañones y algún golpe de suerte. La debilidad del contexto narrativo y, sobre todo, la falta de una idea del poder bien pensada, hace que el impacto visual de las mejores escenas se disuelva en la nada y que no tenga una traducción catártica

Napoleón es una película épica sin sentido de la épica, una película histórica sin sentido de la historia, e incluso una película romántica sin mucho amor

Curiosamente, la película se salva por la romantización estética de la guerra. Las cargas de la caballería en Bodorino y en Waterloo, o las imágenes de la batalla de Austerlitz, en que los soldados austríacos se ahogan en un lago helado, son espectaculares tanto por el realismo como por la fotografía. Sin el toque poético de las escenas bélicas, la película no se sostendría. Aun así, Scott mete en los créditos finales el número de muertos que provocó cada una de las batallas de Napoleón, como dando a entender que fueron fruto de su capricho.

La película es tan floja que al final te preguntas cómo demonios nos distraeríamos si no pudiéramos entretenernos con las salvajadas perpetradas por nuestros antepasados. En Guerra y Paz se ve claro que los hombres van contentos a la guerra porque prefieren morir en el campo de batalla que aguantar las comedias pintorescas de la vida social de la ciudad. Por más alegados que hagamos contra la guerra, y por más que encumbremos a las mujeres, si vamos haciendo películas tan grises pronto preferiremos matarnos por las calles que ir al cine.

Scott no parece llevar dentro el potencial de la película, sino más bien el reflejo de un mundo exhausto, sobrepasado por la tecnología y el exceso de información. A pesar de que Scott es conocido por evitar los puntos de vista personales, o quizás por este motivo, ha hecho un panfleto de época. Napoleón es una película épica sin sentido de la épica, una película histórica sin sentido de la historia, e incluso una película romántica sin mucho amor. Me recuerda que vivimos en una democracia sin democracia, y que en Waterloo, precisamente, se ha pactado una amnistía que no es tanto una amnistía como un acuerdo de paz entre el PSOE y el mundo extinto de Convergència para que un día pueda gobernar el PP.