A veces vale más dejar que las cosas pasen, y dedicar la energía que te costaría luchar para intentar evitarlas, a organizar la supervivencia. En la escuela de Marines tienen un ejercicio que consiste en atar a los cadetes de pies y manos y tirarlos a una piscina de nueve metros de profundidad. Los más listos se hacen el muerto. En vez de moverse compulsivamente, como pez fuera del agua, dejan que la piscina se los trague y cuando tocan el fondo se impulsan con los pies para salir a la superficie y respirar un momento. Así ahorran energía y aguantan un rato más que los compañeros que luchan por mantener la cabeza fuera del agua.

La abstención es una manera de hacer el muerto, de no desgastarse intentando arreglar una situación que, ahora mismo, los catalanes no podemos contribuir a solucionar sin hacernos cómplices de nuestros represores. En un país tan politizado como Catalunya no votar es un ejercicio doloroso, pero justamente por eso es una forma de favorecer la aparición de líderes nuevos y también de entrenar la sociedad a controlar los impulsos en situaciones de manipulación extrema. La abstención no sirve solo para pasar cuentas con los partidos que alimentaron las mentiras del proceso. La gracia de abstenerse es el espacio mental que libera, las comedias que destapa, los fantasmas que conjura.

Si los unionistas llegan a controlar las instituciones autonómicas, dudo que pase nada que no esté pasando ahora de forma sibilina. Ni el PSC ni VOX tienen capacidad para hispanizar el país más de lo que lo está, a través de la Generalitat. Un país no se improvisa y es mejor tener patriotas infiltrados en las instituciones españolas que tener unos partidos independentistas folklorizados y sin ideas. La misma facilidad con la cual se ha esparcido la idea de la abstención, y el reciclaje de figuras como Roger Muntanyola o Francesc Marc Álvaro, ya tendría que servir para ver que la política no tiene capacidad para defender nada que Madrid no necesite regalar para mantener las apariencias.

Un país es una idea, y las ideas que funcionan son las que se defienden cada día en las conversaciones difíciles, en los negocios creativos, en la vida de la calle, incluso en las disputas de Twitter. Solo hay que ver qué pasa en Francia para darse cuenta de que muchos de los parisinos que hace pocos años votaban a Macron en nombre de la regeneración de la política ahora aplaudirían un Estado policial y la intervención del ejército. Igual que los franceses, los catalanes hace tiempo que hemos agotado las cartas que teníamos para controlar nuestro futuro. Además, Zapatero ya pide el retorno de Puigdemont. No hace falta que rebajemos nuestra idea de la democracia para resolver temas que los españoles acabarán queriendo resolver igualmente.

Ahora mismo, relacionarnos con el mundo, o afirmarnos, a través de la política, solo hará que las heridas del procés, lejos de curarse, se vuelvan más hondas y traumáticas. enemos que explorar otras maneras de afirmar el país y trabajar para que la próxima vez que Europa tumbe hacia la libertad estemos en condiciones de exigir algo

Las elecciones del día 23 no van sobre cómo parar el fascismo, ni mucho menos de meter a VOX en el gobierno de España; las elecciones de este verano van de liquidar a Podemos. A Pablo Iglesias no lo pueden cerrar en la prisión, pero lo pueden usar de ejemplo para los políticos castellanos que puedan tener tentaciones de defender la autodeterminación, ni que sea de forma retórica. Los 20.000 euros que Iolanda Díaz ofrece a los jóvenes son una solución afrancesada para intentar fabricar españoles, pero tiene poco recorrido. La máxima preocupación del PP no es echar a Pedro Sánchez, sino restablecer la legitimidad del bipartidismo para salvar el régimen del 78. VOX es el espantajo del rey Felipe, igual que Ciudadanos era el espantajo del conde de Godó.

En Madrid saben que sin Europa el Estado implosionaría y, por lo tanto, los catalanes tendremos garantizados unos mínimos durante bastante tiempo para intentar rehacernos. Desde el final del franquismo, la política ha tenido un papel central en la articulación de la vida social en Catalunya. Justamente por eso se ha vuelto el principal punto débil del país, y hay tanta gente haciendo equilibrios para poder aferrarse a ella. Si se pudiera salvar algo de la política actual, Jordi Graupera no habría cometido la memez de escribir que tiene un problema personal conmigo porque algunos de sus antiguos compañeros de Primàries ya le habrían criticado públicamente la gestión de los últimos años.

Ahora mismo, relacionarnos con el mundo, o afirmarnos, a través de la política, solo hará que las heridas del procés, lejos de curarse, se vuelvan más hondas y traumáticas. Los países europeos cada vez se asemejan más a España, que es un país más preparado para resistir el desorden que otros muchos. No podemos remar solos contra las tendencias generales del continente, y menos con políticos sin ideas, que solo piensan en flotar. Tenemos que explorar otras maneras de afirmar el país y trabajar para que la próxima vez que Europa tumbe hacia la libertad estemos en condiciones de exigir algo.

Como digo hace tiempo, tenemos que aprovechar la situación para acabar de hacer limpieza y recordar que naufragar no es ahogarse. Sería una lástima que, por falta de paciencia y de frialdad, nos perdiéramos el próximo 1945.