Uno de los consejos más elementales a la hora de liderar un equipo es hacer una buena delegación de tareas porque, entre muchos beneficios, cada miembro gana en autonomía, en capacidad de decisión propia y, sobre todo, en aprendizaje. Y esto ya ocurre desde el minuto 1 de incorporación del trabajador en ese entorno laboral. Dicho de otra manera, si el jefe acaba haciendo el trabajo por desconfianza para con el subordinado, se desencadenarán tres hechos negativos: el trabajador se sentirá prescindible, menospreciado y desplazado; el jefe irá asumiendo sobrecarga de trabajo y mal humor; y, sobre todo, el jefe, el trabajador y la empresa en general habrán perdido una oportunidad preciosa para hacer la mejor de las formaciones: practicar.
Lo que se recomienda, por contra, es hacer una delegación de tareas operativa, sensata, transparente, proporcional y revisable. Y, sobre todo, asumir que delegar comporta riesgo. Pero hay que entender también que no delegar por no querer afrontarlo es peor que el riesgo en sí. El “quita, que ya lo hago yo” es de las peores frases que se pueden decir en una empresa, porque comporta unas dinámicas negativas difíciles de revertir. Es preferible aprender de la equivocación que absorber todas las tareas para intentar evitar el error. Además, el riesgo cero no existe en ninguna parte, y dice más de nosotros aquello que hemos aprendido de un error que no todo el sufrimiento y la energía vertida para intentar evitarlo a cualquier precio
Cuando cambiamos de idioma para 'facilitar la comunicación', estamos cortando de raíz lo básico para aprender una lengua: hablarla
Perdonen esta introducción propia de un coach, pero me ha servido de vía para exponer la necesidad, la bondad, la utilidad y la eficacia de hablar en catalán a todas las personas que viven en Cataluña. Si un ciudadano, pongamos por caso de origen extranjero, ha aterrizado en nuestra casa y quiere establecerse, ¿quiénes somos nosotros, los catalanohablantes, para quitarle horas de vuelo a su aprendizaje? Es posible —y las estadísticas así lo confirman— que no pueda asistir a cursos de catalán, ya sea por falta de plazas o por falta de energía después de jornadas laborales interminables. Con o sin cursos, la única manera que acabará aprendiendo y dominando el catalán es escuchándolo y hablándolo. No hay atajos ni fórmulas mágicas. Y el lamento porque aquella persona todavía no habla en catalán no se soluciona hablándole en castellano, sino, precisamente, haciéndolo en catalán. A esto, además, hay que añadir que privarle a una persona de hablar la lengua que estamos hablando nosotros es, también, una manera de transmitirle que no lo aceptamos en el grupo.
El conocimiento de cualquier disciplina se adquiere por transferencia y por práctica. No se me ocurre ningún ámbito en el que esto no sea así. Si alguien quiere aprender a conducir, es cierto que al principio puede recibir unas nociones teóricas mínimas, pero la aptitud solo la alcanzará si se pone al volante. Lo mismo se podría decir de la elaboración de facturas, la construcción de paredes, la redacción de guiones, la jardinería o la extracción de sangre para análisis: lo único que permitirá alcanzar el dominio será dedicarle horas. Exactamente lo mismo ocurre con el catalán. Cuando cambiamos de idioma para 'facilitar la comunicación', estamos cortando de raíz el requisito básico para aprender una lengua: hablarla. Si, de entrada, el catalanohablante se dirige en castellano a alguien que todavía no sabe, ¿cómo demonios se supone que lo aprenderá? (Ah, y en este caso, la renuncia al catalán es doble: quien lo sabe hablar deja de hacerlo, y se le niega una oportunidad de práctica a quien puede aspirar a hablarlo). De la misma manera que, imagino, en Toledo nadie deja de hablar castellano porque se aprenda el castellano, en Cataluña el catalán solo se aprenderá y se transmitirá a la próxima generación si se habla en catalán. No se nos ocurriría decir “quita, que ya lo hago yo” a una persona que está aprendiendo cualquier cosa. Y cambiarle de idioma a una persona que queremos que lo hable es lo que más se le parece.