Puede ser complicado explicarlo, y un ejemplo lo puede hacer más fácil. En la undécima legislatura, en la primera reunión del grupo por el cual ocupé un escaño en el Parlament, nos explicaron que hasta aquel momento habían tenido algo que ver los votos en las urnas y las preferencias expresadas por los que habíamos participado en las primarias. A partir de entonces, y mediante acuerdos de un grupo recortado de entrada y manipulado, se daba un papel secundario a Podem, y el presidente y el portavoz, del entorno de Iniciativa per Catalunya (IC), monopolizaban la voz y la opinión pública oficial del grupo. Que se hubieran hecho primarias solo en Podemos y se hubieran respetado escrupulosamente los resultados al configurar la candidatura no quería decir nada. En el lado menos transparente de la política, se había negociado en los despachos quién podría hablar en nombre del grupo en el hemiciclo.

Sin embargo, no parecía todo completamente perdido... Podríamos conseguir una o un portavoz adjunto, y entró entonces en juego, al hablar del tercer representante, la cuestión de género. Se propuso una diputada (entonces de IC, ahora en el PSC), mientras que el dirigente de Podem, hombre, en cambio, seguía sin voz y con el voto doblemente atenazado. Mi indignación era inmensa, aunque no era la primera vez que una aparente defensa de género pretendía dejar sin voz a todo un grupo político. Pero quizás nunca había presenciado un ataque tan chapucero, con un comportamiento tan claramente machista: el feminismo no parecía tener ningún valor para hablar ni de presidencia ni de quién era portavoz, solamente salía del banquillo para ver si se podía hacer un último desafío a todo o nada; entendiendo que el todo era siempre para Rabell y Coscubiela e IC, y el nada, si lo conseguían, era para Albano Dante y Podem.

Por más que queramos resaltar hechos inexcusables o deformar comportamientos ultrajerárquicos que se prolongan en nuestra historia, la conducta mayoritaria del Parlament es machista, la cultura parlamentaria es machista y los grupos políticos no son precisamente feministas

Por suerte, no consiguieron las migajas, pero enseguida entendí que era casi un milagro. Aquella fue una legislatura digna de recordar por muchas y muchas cosas, pero también porque se abrió la veda inclemente contra la presidenta del Parlament, Carme Forcadell. Y el sesgo de género se recuperó y se hizo crecer contra la última presidenta, Laura Borràs. Y con no demasiada imaginación; me parece todo un déjà vu: defensas de género y códigos de conducta feministas se vuelcan ahora contra un diputado sabiendo que también —y por parte de algunos, sobre todo— a quien se hiere y se debilita es a la presidenta Borràs.

Quizás algún perdonavidas podría aducir que todos llevamos dentro un miembro de la Junta Electoral Central y tenemos el derecho de inventarnos la realidad que más nos conviene. A pesar de boletines oficiales que proclaman desde Madrid a eurodiputados electos y de los años acumulados en la Eurocámara por Puigdemont, Ponsatí, Comín y Solé (e, incluso, de las órdenes de extradición emitidas desde la misma trinchera), quizás el máximo de democracia que los herederos del franquismo pueden enviar a Bruselas son solamente hologramas de la voluntad de las urnas. La democracia de los Borbones no se puede permitir que el president Puigdemont en el exilio y los que lo acompañan sean una realidad.

Porque lo cierto es que por más que queramos resaltar hechos inexcusables o deformar comportamientos ultrajerárquicos que se prolongan en nuestra historia, la conducta mayoritaria del Parlament es machista, la cultura parlamentaria es machista, y los grupos políticos —también los que han sido o son presididos por mujeres— no son precisamente feministas. Y no son necesarios solamente un bolígrafo violeta y gafas de género para describir la penosa realidad: es necesario librarnos sobre todo de un montón de prejuicios y normas adquiridas desde el patriarcado para empezar a hacer limpieza y andar sin miedo a resbalar y hacernos, las unas a las otras, mucho daño.

El Parlament tendría que ser un recinto de salud democrática. Y no recordar ni de lejos a un antro como el que hace cerrar el capitán Renault en Casablanca. "¡Es un escándalo! ¡Aquí hay machismo!", podría responder la autoridad competente mientras un empleado del local le entrega un sobre, diciendo: "Aquí tiene lo que ha ganado esta noche"...