Un rápido repaso a la hemeroteca permite recordar los funestos presagios (de todo tipo de sabios) sobre el inicio del curso escolar en Catalunya. Si en la inminente vuelta de vacaciones de Navidad no se han vuelto a reproducir es sencillamente porque el curso escolar —al menos hasta la fecha, toquemos madera— ha sido un éxito rotundo. Tanto, que aquellos presuntos expertos que pronosticaban el holocausto si no se confinaban las escuelas enmudecen. La normalidad ha incinerado la especulación catastrofista.

Si las escuelas abrieron en septiembre fue, en buena medida, debido a la tenacidad y audacia del Conseller Bargalló que se empeñó en hacerlo posible contra viento y marea. Su perserverancia fue determinante, también, para mantener las constantes vitales de la economía. Cuando se paran las escuelas, se detiene la sociedad y la actividad económica. Al veterano Bargalló le han caído garrotazos a lo largo de esta legislatura, algunos muy discutibles. Pero como las escuelas han abierto con un resultado excelente, a pesar de las no pocas dificultades, el Conseller Bargalló ha salido del crematorio. Ya ni se habla de él. No es que lo hayan indultado, ahora lo obvian. Somos austeros en reconocimientos y mordaces en el reproche, aunque las escuelas eran el reto con mayúsculas. Recuerdo aquella elocuente locución inglesa. No news, good news.

Las dificultades de la gestión gubernamental de la pandemia se han acentuado con el advenimiento de las elecciones. Cualquier incidente se magnifica y retuerce hasta el paroxismo. Las elecciones, deliberadamente, no se convocaron aprovechando la ventana de oportunidad en verano, como sí hicieron vascos y gallegos. No fue un ejercicio de responsabilidad, fue todo infinitamente más prosaico. E inconfesable: puro cálculo electoralista. La magnífica crónica de Marta Lasalas de septiembre 'Torra castiga al PDCAT y sustituye a Buch, pero queda una cabo sin atar en el Govern' lo explicaba con todo lujo de detalles cuando narraba el carácter de los acuerdos del encuentro entre los presidentes Puigdemont y Torra en Colliure.

No haber convocado las elecciones —después de haber dado la legislatura por acabada repetidamente— tiene y tendrá un coste de oportunidad demoledor. Y no parece, a estas alturas, que haya permitido tampoco cambiar los pronósticos demoscópicos que siguen dando la victoria a los republicanos. Un escenario que, todo sea dicho de paso, parece la peor de las pesadillas para la cúpula nacionalista. Probablemente por eso no han sabido —o no han querido— negar que si de los 'nítidos' depende, repetir elecciones antes de investir a un Presidente republicano es más que probable.

La reyerta electoral complica todavía más la gestión de la pandemia, arma arrojadiza en medio de la batalla campal. Una reyerta en la que tampoco duda a participar, sin ningún tipo de complejos, el expresidente depuesto, presto a cuestionar la gestión gubernamental. O al menos una parte de esta, en una inacabable agonía de Gobierno decapitado que navega ahora en medio de la tormenta, con un capitán a quien se ha privado deliberadamente de autoridad efectiva.

La estridencia ante cualquier decisión de Salud, las manifiestas contradicciones entre el cerrémoslo todo y el abrámoslo, en las propias filas nacionalistas, contrasta con la dócil pasividad, con el silencio, ante la inhibición del conseller de Interior, designado en sustitución de un Buch caído en desgracia. No sabían que el "apretad" era para los Mossos. Interior es una conselleria compleja y se puede defender (o no) una intervención contundente; lo que es inadmisible es sacudirse impúdicamente toda responsabilidad como ha sucedido en la 'rave' de Llinars. Interior no ha dudado en apuntar a Salut, un ejercicio vergonzoso de omisión de responsabilidades y de insólito cainismo gubernamental. ¡Qué contraste con la actitud de Bargalló cuando cogió el toro por los cuernos y asumió la responsabilidad de abrir las escuelas en septiembre! Si no le hubiera ido bien no hay que especular con lo que se habría oído decir al conseller de Enseñanza. Le habrían cantado los responsos ipso facto. Pero fue una lección de determinación. La autoridad se ejerce. Y si se comanda a la Policía esta autoridad se supone inherente.

La actitud de centrifugar responsabilidades del conseller de Interior sería impensable en un gobierno con un Presidente con capacidades para convocarlo a capítulo. Cabe decir que probablemente no se habría producido, de tan mezquina como es, si no tuviéramos en un mes las hipotéticas elecciones de 14 de febrero. Tampoco conviene olvidar, para hacer un juicio justo, que la actual titularidad de Interior es una consecuencia directa de un acuerdo de partido (no de Gobierno) para ganar tiempo y preparar precisamente las elecciones aferrados al 'cuanto peor, mejor'. Hipotéticas, todavía, porque a mediados de enero se tendrá que tomar la decisión de mantener el calendario electoral (en el punto álgido del invierno) o posponerlo. A saber qué decisión tomarán los partidos a partir de los datos sanitarios y del incierto pronóstico que se pueda hacer. Y en todo eso, por aquello que hemos visto y aquello que han dicho, y ante lo que ahora mismo pronostican los sondeos, parece plausible apuntar que este gobierno en funciones puede verse obligado a una prórroga sine die. Y que en verano se deba volver a repetir la convocatoria electoral porque el candidato ganador no puede superar una mayoría de bloqueo.

No hacer elecciones cuando tocaba y especular con el calendario electoral a conveniencia, se está pagando con ruido, dudas y descrédito en medio de la peor crisis sanitaria, económica y social que hemos vivido. Hay decisiones que pasan factura, al país en su conjunto.