La primera noticia del debate de TV3 es el hecho de que nuestra tele pública subcontratara los servicios de la productora Mediapro (por el módico precio de más de ciento cincuenta mil pepinos) con la excusa de tener los platós de Sant Joan Despí okupados por los críos de Euforia. El entretenimiento marca la agenda, y al ciudadano le resulta incluso natural que La Nostra dedique más recursos y espacio al gaznate de las futuras estrellas del pop nacional que a las mandangas que los candidatos a la alcaldía tienen que proferir sobre una cosa tan nimia como la capital del país (al fin y al cabo, los debates también forman parte de un espectáculo mucho menos estimulante que los movimientos de cadera). Así fueron las dos horas de un intercambio a siete que, a causa de la pluralidad de voces, podía ir poco más allá de los eslóganes y que los candidatos solo fueron capaces de salvar chutando balones fuera.

En eso de resistir, Ada Colau siempre será la reina del baile. La alcaldesa domina muy bien la televisión (un medio indisociable de su carrera política), aguantó notablemente los ataques de los rivales y contrarrestó el auge de Collboni disfrazándose de rojo sociata, reivindicando el pacto de progreso y permitiéndose la indulgencia de alabar el trabajo de los concejales del bipartito (solo le faltó un poco más de mala leche a la hora de recordar a los electores del PSC que están a punto de votar a un candidato que nunca se sabe si acabará el trabajo al cual se compromete). A pesar de ser el favorito, Jaume no lo tenía fácil y compartió victoria con Colau a base de no entrar en el cuerpo en cuerpo y, en caso de verse acosado en sus numerosas contradicciones, haciendo aquello tan de ZP que es sonreír. Si los debates tienen que marcar los resultados, lo de ayer manifestó que la lucha final será entre los dos socios.

Con respecto a un tema tan nuestro como el independentismo, los dos alcaldables sénior certificaron perfectamente el fin de los liderazgos agónicos marcados por el procés. Trias estuvo sorprendentemente flojo, contrarrestando la fuerza hierática de Colau con un ademán más próximo al tribunero que a la figura sensata de un antiguo alcalde; impreciso con los datos y disfrazado de viejo gruñón, Trias solo consiguió remontar el vuelo cuando nos recordó que los españoles le imputaron tener un montón de pasta en Suiza. Too little too late. Afligido por la bajada en las encuestas, Ernest estuvo un poco más combativo; fue la mar de interesante ver cómo se burlaba de la dependencia del binomio Colau-Collboni con Madrit (la conoce muy bien; él todavía es, básicamente y por convicción, un federalista del PSC, de los tres o cuatro que quedan), si bien reivindica el municipalismo liberador de su hermano.

Si hacemos caso a los politólogos, en Barcelona todavía quedan alrededor de trescientos mil indecisos, un trascendental 28% de electores con derecho al voto

De independencia, solo faltaría, se habló muy poco. De hecho, y por aquellas ironías de la vida, la aparición del elefante secesionista al debate lo tuvimos que agradecer a la adición de los candidatos de la derecha españolista al procés (si no hubiera sido por sus apelaciones habituales al golpe de estado y etcétera, los "nuestros" habrían pasado perfectamente por alcaldables de la sociovergencia de los años 90). La cosa tiene todavía más gracia porque, como ya he escrito en numerosas ocasiones, la destrucción del post-processisme también ha contagiado a los partidos sucursalistas del kilómetro cero; así pasó con el triunvirato Parera-Sirera-Grau, que se empequeñecieron con sus elogios ditirámbicos a la Guardia Urbana, pintando Barcelona como una especie de Bronx mediterránea. Sus spin doctors tampoco son nada del otro mundo; ni Grau ni Sirera recordaron aquellos tiempos en que Parera defendía referéndums.

Si hacemos caso a los politólogos, en Barcelona todavía quedan alrededor de trescientos mil indecisos, un trascendental 28% de electores con derecho al voto. Se calcula que de estos —tradicionalmente abstencionistas, con cierto predominio de las personas mayores, y más bien críticos con la gestión del Ayuntamiento— votarán la mitad. Sorprende, por lo tanto, que los candidatos que disputan la alcaldía no colaran al debate demasiadas menciones a aquello que antes denominábamos "las personas mayores". Hay otras cosas que sorprenden menos, como el absentismo total de aquello que antes llamábamos "cultura", porque ya se sabe que el desvelo de los ciudadanos y la mejor de su criterio es una cosa de poca importancia. Quizás hacen bien porque, para tragarse lo de anoche, cuantas menos entendederas tangas, mejor. Afortunadamente, Barcelona todavía tiene mucha más fuerza que sus políticos.