El otro día Inés Arrimadas detuvo con gran solemnidad una entrevista de RAC1 y cuando todos nos pensábamos que iba a decir alguna cosa, acusó a los guionistas de Minoría Absoluta y de Polonia de fabricar gags machistas sobre ella. Según la jefa de la oposición, insinuar que una líder política es un títere o que tiene poca cosa a ofrecer más allá de su imagen física es machista por defecto. A mí no me sorprendió el numerito de Arrimadas porque hace tiempo que vengo diciendo que el feminismo es la nueva ideología de la colonización española, igual que en su tiempo lo fue el cosmopolitismo y años atrás lo fue el comunismo.

Todo sistema de colonización que no utilice sólo la fuerza física necesita recurrir a la estigmatización de la experiencia y al chantaje emocional para sostenerse. Es fácil saber que Alemania es un país colonizado por los americanos porque los alemanes todavía hoy son incapaces de construir un discurso propio sobre la Primera Guerra Mundial y el nazismo que vaya más allá del remordimiento y de la culpa. Yo sé que mi país está ocupado porque todavía hoy no puedo hablar de mi educación y de la historia de mi familia sin generar escándalos y malentendidos. España, igual que buena parte de la Europa occidental, se aguanta sobre un discurso buenista porque sus ciudadanos no son lo bastante fuertes para asumir su pasado y pensar por ellos mismos.

No hace mucho publiqué en este diario un retrato de Ada Colau que escandalizó a muchos podemitas. En el último párrafo comparaba a la alcaldesa con Jordi Pujol. Hacía notar con cierta ironía que, quizás para enmascarar su sofisticación y su voluntad de poder, Colau a veces va mal vestida e incluso utiliza sujetadores de ropa de aquellos que dejan transparentar los pezones, y que eso hace feo en las ruedas de prensa. Ahora veo que la revista Vanity Fair publica un retrato suyo en portada. La imagen está tan retocada que parece que le hayan sacado diez quilos de encima. En los anuncios del Ayuntamiento, la cara de Colau también aparece pasada por el Photoshop, pero no tiene el aire angelical que busca la publicidad, sino que parece Michael Jackson. Si la imagen comunica mal, ¿por qué no lo podemos comentar?

Yo no entendí cómo me tenía que relacionar con las mujeres hasta que no me di cuenta de que todo lo que me habían enseñado en la escuela y en los diarios sobre la igualdad de géneros era una farsa. Es verdad que la ciencia ha liberado a la mujer de la obligación de tener hijos y que eso da mucho margen a la humanidad para experimentar. Pero también es verdad que una forma de convertir a la población en un rebaño es despolarizar la relación entre los hombres y las mujeres. Vaciar al individuo de sus atributos esenciales y acostumbrarlo a relacionarse con el mundo a través de banalidades y de discursos abstractos es el camino más corto para aislarlo socialmente y convertirlo en un esclavo infantil, obediente y mediocre.  

El problema del feminismo, como el del catalanismo, y el de todas las ideologías que sobreprotegen a un colectivo es que folklorizan el pensamiento y se llenan de caraduras que utilizan el dolor de los otros para sus intereses

Sin amor no hay libertad. Lo explicaba ayer un articulista muy castizo en una columna sobre la poesía de los higos y los tomates. Decía el hombre que, desde que se divorció, sólo encuentra "pubis rasurados" y "pechos de silicona", y que empieza a añorar los sexos peludos más que los tomates de antaño. A mí, la silicona y los pubis rasurados me parecen bien, aunque echo de menos el sabor auténtico de los tomates del Masnou, cuando todavía no existían las cámaras frigoríficas. Mientras sirvan para jugar y no me priven de amar a las personas y las cosas tal como son, que cada uno añada los complementos que quiera a su imagen corporal. Ahora bien, si una política andaluza me quiere dar lecciones de antifranquismo y de política lingüística y no sabe quién es Carles Rahola, es probable que sólo vea su escote.

El problema del feminismo, como el del catalanismo, y el de todas las ideologías que sobreprotegen a un colectivo es que folklorizan el pensamiento y dan pista libre a los caraduras que utilizan el dolor de los otros para sus intereses. Sólo hay que ver qué pasó con los insultos que recibió Anna Gabriel esta Navidad. A Gabriel no la insultaron por ser mujer, sino porque se pasó por el forro el discurso paternalista y políticamente correcto de la nación en peligro, salvada por un mesías, que durante años vendió el pujolismo. A raíz de los hechos, un diario de Barcelona publicó un reportaje sobre la supuesta dificultad de ser mujer y dedicarse a la política. Era interesante de ver qué dirigentes salían entrevistadas, y qué partidos representaban. Les parece extraño que no apareciera el nombre de ninguna política de la CUP –¿ni flaca ni gorda, ni peluda ni depilada?–.