No puedes salir de fiesta si eres la primera ministra de un Estado que se ha adherido a la OTAN sin un referéndum. Esta es la vara de medir por parte de los que condenan a Sanna Marin por lo que, al menos una vez en la vida, habéis hecho los que me leéis y yo misma: tomar un par de copas, bailar canciones malísimas con los amigos, pasármelo bien. Ayer le leía en El País a la escritora y columnista Ana Iris Simón que "nadie dice que los políticos no tengan derecho al ocio. Lo que se señala es que, si la situación que le has vendido a tu pueblo para tomar ciertas medidas es de peligro y de emergencia, es un poco extraño que te vayas de farra durante este peligro y esta emergencia". Es decir, que como siendo primera ministra te toca valorar cuál es el nivel de peligro y de emergencia que la mano larga de Putin infunde sobre la ciudadanía de tu país y tomar medidas, no puedes hacer nada que no sea clausurarte en tu cámara en la torre más alta del castillo y ser primera ministra. Tienes que ser primera ministra haciéndote un huevo frito, ser primera ministra cambiando el rollo de papel higiénico, ser primera ministra mientras vacías las cápsulas de la cafetera pensando que siempre te toca a ti, ser primera ministra cuando una amiga te hace confidencias. Lo tienes que ser porque, de hecho, lo eres. Pero serlo no significa tener que ser juzgada por todo aquello que haces siendo primera ministra si no son funciones de primera ministra. Es básico y generalmente aceptado, pero el debate no es este. Esta es la excusa. A Sanna Marin no se le castiga la fiesta, se le castiga haber tenido la cabeza fría y la mayoría parlamentaria para hacer aquello que parte de la izquierda de este país siempre considerará alta traición: plantar cara a Rusia. Y hacerlo con una sonrisa y una copita en la mano de vez en cuando.
No hay ninguna fiesta ocasional que invalide a alguien para ser primera ministra aunque haya solicitado la entrada a la OTAN
Te tiene que faltar un hervor para pensar que la lectura del peligro o emergencia de una nación tiene que ser la misma que la lectura del peligro o emergencia sobre una vida humana, y que tiene que afectar directamente al ocio de quien la vive. Incluso durante una guerra hay quien sale de fiesta si la logística se lo permite. Otra vez, el problema no es la farra. No hay ninguna fiesta ocasional que invalide a alguien para ser primera ministra, y no hay ninguna fiesta ocasional que invalide a alguien para ser primera ministra aunque haya solicitado la entrada a la OTAN. No hay ninguna correlación entre una cosa y la otra si el exceso de la primera no interviene en la ejecución de la segunda. Solo está el interés sucio de quien, con una Europa en guerra delante de los morros, es capaz de recurrir al puritanismo más tronado para negarle la vida privada a quien considera que no se ha portado bien.
Sanna Marin está sentenciada por no haberse quedado de brazos cruzados cuando había que tomar decisiones para proteger a los fineses
Sanna Marin está sentenciada por no haberse quedado de brazos cruzados cuando, viendo a los muertos extendidos en las calles de Bucha con las manos atadas a la espalda, había que tomar decisiones para proteger a los fineses. Eso, que para alguien con dos dedos de frente tendría que ser motivo de admiración e incluso de orgullo, despierta los ardores de los nostálgicos más chalados. Entre Ana Iris Simón y los trastornados que en una manifestación contra la invasión de Ucrania en Barcelona llevaban pancartas contra la OTAN no hay mucha diferencia, en el fondo. Son gente que le buscaría excusas al diablo para tener razón. Y que piensa que una primera ministra solo puede divertirse si antes se ha comportado. Qué barco tan cutre, el de los escépticos de pacotilla. No me encontraréis sobre él. Entre tirar al vertedero la carrera política de una primera ministra de 36 años porque Putin, y aprender a no meterse en la vida de la gente si la vida de la gente no interfiere con el ejercicio del cargo público, me encontraréis de fiesta con Sanna Marin.