Entre todos los datos de la encuesta del CIS presentada ayer, hay uno especialmente relevante y que ofrece una nítida foto del enorme enfado que existe entre la sociedad catalana con el maltrato que recibe del Estado español por el encorsetamiento de su autonomía, la limitación reductiva de sus competencias y los incumplimientos del gobierno central: el 73,9% de los catalanes aspiran a más poder político. Tres de cada cuatro ciudadanos o bien quieren que el Estado dé un salto hacia un modelo competencial mucho más ambicioso para Catalunya (27,8%) o, abiertamente, la posibilidad de convertirse en un estado independiente (46,1%). Existe también una pequeña franja del 22,9% que ya están de acuerdo con el status quo actual y la agenda recentralizadora del gobierno español o incluso con un estado más unitarista. Los datos son relevantes porque ahí reside el, para algunos, incomprendido problema catalán y el salto de amplios sectores del catalanismo pragmático hacia la orilla ideológica en que se asienta el soberanismo y el independentismo. Hoy se volverá a visualizar la magnitud del cambio en la manifestación del 11 de septiembre que será un ejemplo más de su musculatura si vuelve a movilizar a cientos de miles de personas como han conseguido sus organizadores en los tres últimos años. Este año, además, la Diada coincide con el inicio de la campaña de las elecciones del 27-S en las que, según las encuestas publicadas y conocidas, llevan una ligera ventaja las fuerzas independentistas. Ventaja en escaños ya que de unas elecciones se trata y las decisiones les corresponderán a los diputados. Hubo tiempo para pactar un referéndum o una consulta, pero ni se aceptó negociar estas posibilidades ni tan solo considerarlas como tema de discusión y debate. Por tanto, sumarán escaños y no votos en la noche del 27-S. Y serán plebiscitarias no porque lo diga la ley, que no lo dice, ni por el decreto de convocatoria, que tampoco lo establece. Las han convertido plebiscitarias las fuerzas políticas del "Sí", la propia opinión pública catalana y, al final, quizás fruto de los nervios, también el gobierno del PP con la internacionalización de las elecciones y la petición de ayuda a Merkel y a Cameron.