Resulta curioso ver como los mismos diarios que han liderado la cruzada mediática contra el independentismo y sus movilizaciones, aplauden estos días la histórica huelga feminista del 8 de marzo. Algunos, incluso reclamaban en sus editoriales de este domingo que las mareas moradas del 8-M se traduzcan en "medidas concretas, calendarios de aplicación y recursos presupuestarios".  En cambio, las las "medidas concretas" que han reclamado en el caso de las manifestaciones independentistas, y del propio referéndum del 1-O, ya saben cuales son: judicializarlas y hacer de ellas prueba de los presuntos -e irreconocibles- delitos de rebelión y sedición que aun mantienen en prisión preventiva a Junqueras, Forn y los Jordis. Al final, será más fácil que las mujeres se liberen del yugo antropológico del patriarcado y el machismo de los Salvadó i compañía que Catalunya sea independiente. 

Al final, será más fácil que las mujeres se liberen del yugo antropológico del patriarcado que Catalunya sea independendiente

Desde Bruselas o desde Madrid. O resignarse al 155, de manera directa o indirecta -gobierno autonómico bajo vigilancia a la turca- o asumir que "hacer la República" no es hacer "la puta i la ramoneta", lo cual implica, de entrada, que es a Carles Puigdemont a quien corresponde la autoridad política "efectiva". Más o menos, y con tantos acentos como se quiera, este es el mensaje que el independentismo movilizado ha vuelto a emitir con la multitudinaria manifestación de la ANC en Barcelona. La gente, en general, es muy difícil de levantar del sofá un domingo de invierno por la tarde (la rutina de los días es siempre paralizante por más duras que sean las circunstancias y nobles las causas). Sin embargo, atención, porque las esteladas han vuelto a la calle. Y los carteles que reclaman la materialización de la República para "ahora", no admiten demasiadas interpretaciones.

El independentismo social está pidiendo una rectificación en toda regla a los políticos -y las políticas- que han (mal) dirigido el post-21D. Y una vez más, y ya no sé cuántas van desde la errática negociación del Estatut después fulminado por el Tribunal Constitucional hace una década, el diagnóstico, sobradamente compartido, es que "no nos estamos gustando". Por eso es normal que la intensidad del clamor de la base indepe suba, y lo que subirá el los próximos días. Las bases del independentismo se decepcionaron cuando el 10 de octubre se suspendió el mandato del referéndum -la proclamación de la República; la misma sensación frustrante la volvieron a experimentar con la no proclamación del 27 de octubre y aquel extraño sábado de silencios que la siguió y que nadie no ha entendido aún; y, a pesar de eso, demostraron una capacidad de resistencia política en las urnas el 21 de diciembre que da continuidad a la evidenciada ante las porras de la policía española el 1 de octubre.

El depósito moral del independentismo está lleno a tope: por eso sus bases no pueden avalar ningún paso atrás (más) de sus representantes políticos

El depósito moral del independentismo está lleno a tope: por eso sus bases no pueden avalar ningún paso atrás (más) de sus representantes políticos. Por eso el independentismo volvió a inquietarse cuando el presidente del Parlament, Roger Torrent, decidió aplazar el pleno de investidura de Puigdemont a raíz de una interlocutoria del TC y ha aplazado el de Sànchez a raíz de la emitida por el juez Llarena del Supremo. Por eso el independentismo aplaude a la consellera Ponsatí cuando abre un nuevo frente internacional al Estado español al volver a su universidad escocesa de Saint Andrews. Por eso el independentismo sale a la calle un domingo por la tarde para exigir a los dirigentes de JxCat, ERC y la CUP que arranquen la legislatura de una puñetera vez y al precio que sea. La enmienda a la estrategia de minimización de costes seguida hasta ahora, que ha impedido la investidura de Puigdemont i Sànchez para evitar nuevas imputaciones, es total.

El independentismo sale a la calle para exigir a los dirigentes de JxCat, ERC y la CUP que arranquen la legislatura de una puñetera vez y al precio que sea

La opción entre una Catalunya gobernada desde Madrid con el 155 o desde Bruselas por el presidente Carles Puigdemont, tendría que estar clara para el independentismo con todas las consecuencias. Se trata de voluntad política. Todo lo demás, incluida la investidura de un presidente o presidenta de la Generalitat "legal", y, por descontado, la composición del Gobierno, viene después. Bajo el régimen del 155, la alternativa al bloqueo no es ir a nuevas elecciones, contrariamente a lo que ha insinuado el mismo presidente Puigdemont, sino a un alargamiento de la validez "legal" del estado de excepción encubierto impuesto por Madrid. Efectivamente, el Estatut establece que si no se elige presidente en dos meses automáticamente deben convocarse nuevas elecciones. Pero, en ausencia de "president", ¿quién las convocará? ¿Roger Torrent? Desde el 27 de octubre pasado, es un tal M. Rajoy quien decide cuándo se convocan y cuando no las elecciones en Catalunya. Igual que es un juez del Tribunal Supremo quien decide si los diputados Puigdemont o Sànchez pueden ser o no investidos presidentes de la Generalitat por muy diputado que sean y mucha mayoría parlamentaria que reúnan o puedan reunir.

Ante este estado de cosas, el independentismo puede seguir peleándose y lamiéndose las heridas -¿alguien puede dudar aún de la naturaleza autoritaria del Estado?, ¿alguien espera aún un milagro?- o tomar decisiones sin mirar atrás. Las esteladas han vuelto a las calles para recordar los deberes pendientes.