La cuenta atrás ha comenzado. Una vez se aprueben definitivamente los presupuestos de la Generalitat pactados por los socios de Govern y los comunes, lo que se prevé que suceda en un pleno del Parlament a más tardar a principios de abril, el president Quim Torra podría anunciar la fecha de las próximas elecciones. No es seguro que suceda de inmediato, Torra podría mantener el suspense, aunque se arriesgaría a que en un momento u otro se las convoque de facto el Tribunal Supremo confirmando la inhabilitación del president. En todo caso, si opta por convocarlas tras la aprobación de las cuentas, y pasados 54 días de la publicación en el DOGC de la disolución de la Cámara, las elecciones se celebrarían entre el 17 de mayo y principios de junio. ERC, que presiona porque el calendario electoral se aclare de inmediato, podría beneficiarse de una convocatoria temprana, mientras que el espacio puigdemontista, si no resuelve a tiempo los deberes de la confluencia ―o no― en JxCat del PDeCAT, la Crida y otras organizaciones, podría acusar serios problemas para librar la batalla. ERC podría vender “orden republicano” frente al “guirigay puigdemontista”.

Si, por el contrario, Torra decide arriesgar y diferir el anuncio y la convocatoria, la nueva cita electoral podría retrasarse hasta el 1 de octubre, cuando se cumplirán tres años del referéndum de independencia. Una fecha de alto contenido político, emocional y simbólico que, nadie lo duda, supondría el colofón de la campaña que el president en el exilio, Carles Puigdemont, abrió en Perpinyà hace 10 días ante más de 100.000 personas y que ha puesto al rojo vivo la ya de por sí tensa relación entre JxCat y ERC.

¿Aguantaría en las urnas una ERC liderada por el vicepresident Pere Aragonès el tirón de una candidatura con Puigdemont al frente en pleno 1 d'Octubre?

¿Aguantaría en las urnas una ERC liderada por el vicepresident Pere Aragonès el tirón de una candidatura con Puigdemont al frente en pleno 1 d'Octubre? Esa es la duda y la fuente del nerviosismo desatado los últimos días en las filas de los republicanos, como puso de manifiesto el obús de Gabriel Rufián a Puigdemont ―“Está bien que te aplaudan en Perpinyà, el reto es que lo hagan en Cornellà"― y la durísima contraofensiva de Torra, al exigir a Roger Torrent, el president del Parlament, que le devuelva el escaño del que le desposeyó en cumplimiento de la resolución de la JEC ratificada por el Supremo.

¿Aceptarían ERC o JxCat al PSC de Miquel Iceta en el Govern, sea en formato nuevo tripartito de izquierdas o pacto sociovergente, como el de la Diputación de Barcelona?

Así que todo está abierto. Lo que se juegan JxCat y ERC, desde luego, es la primacía en el independentismo, partida que ganaron contra pronóstico los de Puigdemont a los de Oriol Junqueras el 21-D, no se olvide, por unos pocos miles de votos. Se trata de dilucidar quién es el primero, el hegemon, como llamaban los antiguos griegos al líder del ejército. Pero tan importante como eso es el para qué. ¿Para mantenerse atornillados sine die a la mesa de diálogo con el Gobierno de Pedro Sánchez, haya o no resultados? ¿O para darle la patada al tablero y reiniciar sí o sí la congelada vía unilateral aunque sea en el ambiguo horizonte de la “lucha definitiva” que dibujó Puigdemont? La tercera clave es el con quién. Es decir, con qué socios va a contar el independentismo, lo lidere ERC o JxCat, JxCat o ERC para formar el nuevo Govern, si es que los electores les dan la suficiente fuerza para ello. ¿Dónde van a poner el límite en la hora de los pactos ERC y JxCat? ¿Aceptarían ERC o JxCat al PSC de Miquel Iceta en el Govern, sea en formato nuevo tripartito de izquierdas o pacto sociovergente, como el de la Diputación de Barcelona? ¿Están dispuestos ERC y JxCat a prescindir el uno del otro para gobernar, sea la que sea la correlación de fuerzas entre ambos en el próximo Parlament?

Los votos del independentista sin partido, del independentista-manos-libres, del que no pregunta a quién tiene al lado de dónde viene, sino a dónde va, son los que van a valer más

He ahí las tres cuestiones que deberá plantearse ese segmento del electorado independentista, que no es de izquierdas ni de derechas sino radical y pragmáticamente transversal, que votó a Rufián en las generales y a Puigdemont en las europeas. Como esos estados que deciden la pugna en las presidenciales de los Estados Unidos, esos serán, si se me permite, los votos verdaderamente importantes. Ni los de Perpinyà residentes en Girona ni los de Cornellà de Llobregat de toda la vida. Esos que he dicho, los votos del independentista sin partido, del independentista-manos-libres, del que no pregunta a quién tiene al lado de dónde viene, sino a dónde va, son los que van a valer más, aunque quede mal decirlo.