En noviembre del 2016, justo antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el filósofo Slavoj Žižek, esloveno, y neomarxista, confesó que él, si pudiera, votaría a Donald Trump. "Él me horroriza, pero creo que Hillary es el verdadero peligro". ¿Se había convertido al trumpismo el pensador de moda en las últimas librerías de Europa? No, desde luego. Žižek, que provocó el incendio de rigor en las redes sociales, rápidamente aclaró —lo dijo en una entrevista en la cadena británica Channel 4— que Trump "no traerá el fascismo, pero puede provocar un gran despertar". Era una versión post-post de la vieja teoría leninista del cuanto peor, mejor —la guerra era "buena" porque traería la revolución—. En el caso de Lenin, el vaticinio se cumplió bastante: la guerra, la Gran Guerra —este año se ha cumplido un siglo del armisticio— favoreció el triunfo de los sóviets, el nacimiento de la URSS; en el caso de Žižek, dos años después del triunfo de Trump que ya parecen dos siglos, campan a placer el trumpismo y todas sus variantes locales (lo global no se entiende sin lo local de toda la vida), pero la (nueva) "revolución" no asoma por ninguna parte.

Se supone que los que tendrían que hacer frente al avance de "(nuestros) malos" por imperativo digamos "histórico", es decir, la (nueva) "izquierda", se encoge los hombros o se limita a surfear como puede el temporal, el tsunami negro. Pongamos por caso que hablo de Pedro Sánchez y el desastre del PSOE en Andalucía, la puerta por donde se ha colado el (neo)franquismo trumpista en las renqueantes instituciones de la democracia española. Por eso clama al cielo que Sánchez se haga el sueco cuando el president Quim Torra, por más independentista que sea, le señala lo evidente: que hacen falta alianzas democráticas para hacer frente al tripartito negro que puede descabalgarlo del poder mañana mismo. Efectivamente, esto no iba solo de independencia.

Dos años después del triunfo de Trump que ya parecen dos siglos, campan a placer el trumpismo y todas sus variantes locales, pero la (nueva) "revolución" no asoma por ningún sitio

El trumpismo ha insuflado nueva vida a todos los frankensteins malvados, a todos los fantasmas y espectros diversos que no han dejado de recorrer Europa desde hace dos o tres siglos. Al fin y al cabo, no hay que señalarlos. Todo el mundo sabe quiénes son, de qué (malos) espíritus se trata. Los hay y los ha habido de todos los colores: de derechas, de izquierdas, de misa, ateos, de nada de todo eso y de todo a la vez... El fascismo, o como queráis llamarlo, es el típico concepto de definición ambigua, imprecisa, interesada, pero todo el mundo sabe de qué se habla cuando se habla (seriamente) de fascismo: se huele a quilómetros el hedor que desprende. Incluso cuando se habla banalmente (por desgracia) de él todo el mundo sabe de qué hablamos.

Volviendo a la profecía de Žižek, quizás es que, como el fin del capitalismo teorizado por Karl Marx, el momento todavía no ha llegado del todo, y los europeos —incluidos los catalanes y los españoles— no despertaremos a la nueva alborada hasta que haya un Trump en cada esquina, en cada casa. No ya en cada Parlamento o en cada Consejo de Ministros. El problema no es que el capitalismo ya no tenga alternativa comunista. El problema es que el comunismo (conocido y fracasado, como demuestra el caso chino) se ha quedado sin alternativa socialdemócrata. El clima es ciertamente ideal, como se suele decir, para que la serpiente incube los huevos. Pero bien. Si, hoy por hoy, Žižek se equivoca, si es que todavía no hay un Trump (y un Casado, y un Rivera, y un Abascal) en cada esquina, en cada casa, reclamándote tu regalo de Navidad o Reyes, es que todavía hay esperanza para un mundo decente. Feliz año nuevo a los que sufren y sueñan por todos los demás.