"Esta manía de renunciar a las costumbres propias para gustar a las contracomunidades que nos disputan la tierra es un error que pagaremos muy caro. Son ellos los que se tienen que adaptar y diluir en nuestra sociedad, no nosotros en la suya". Las cursivas y la traducción del catalán son mías. Y el texto no es del líder de Vox, Santiago Abascal, o de Jorge Buxadé, ideólogo de la nueva ultraderecha española. Se trata de un tuit de la flamante alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, líder de Aliança Catalana. Y no hace falta mucha ciencia para darse cuenta de que el discurso de la primera autoridad de la capital del Ripollès lo puede suscribir cualquier racista –"diluir" en nuestra sociedad (porque es la buena y si no que se jodan)– o xenófobo. Ya sea practicante de una xenofobia consciente, más leída o ilustrada, como la de la misma Orriols –"contracomunidades", término que forma parte de la teoría supremacista del gran reemplazo o sustitución– o más primaria y estomacal –"que nos disputan la tierra"–. Sí, eso es racismo y xenofobia aquí y en la Rusia de Putin, donde, por cierto, en las últimas horas, con la rebelión del grupo Wagner, hemos visto qué puede pasar cuando se alimenta y se engrasa el fascismo desde el núcleo mismo del poder político oficial. Otra cosa es que algunos, sin compartir el fondo del mensaje, lo utilicen o se sirvan de él como (falso) camino de salida de muchos y varios problemas que, a buen seguro, exceden los límites del municipio de Ripoll, empezando por el de un independentismo –Orriols es independentista– ahora mismo desnortado.

La alcaldesa Orriols ha respondido con el citado tuit, todo él bañado de pura inocencia, a los reproches que se le han hecho después de que, el viernes pasado, y con la intención de "recuperar la hoguera de Sant Joan" como primera medida del nuevo gobierno municipal, convocara "a todo el mundo" a una verbena donde habría se indicaba en el cartel oficial "coca, fuet y chocolate para todo el mundo". Que repartir fuet la noche de Sant Joan sea una tradición de Ripoll lo desconozco, pero si es así me parece perfecto. En casa, en el Maresme –y no sé si en el Conflent o el Vallespir, pero tanto me da– comemos coca y butifarra y bebemos cava por Sant Joan (no sé si por una cuestión de presupuesto, Orriols se olvidó el cava en la nevera). El problema es que el cartel y la fiesta pagada con los impuestos de todos los vecinos y vecinas de Ripoll excluye, de entrada, a una parte bastante significativa del conjunto, los que profesan la fe musulmana y por ello no ingieren cerdo. Son una parte significativa. Y no tanto por el número –son de origen inmigrante el 13,3% de los 10.641 habitantes censados en Ripoll, según datos del Idescat (2022)– sino por el hecho de que quien invita a  fuet es la misma persona que los ha situado bajo sospecha porque son musulmanes en una villa, Ripoll, donde un imán salafista convirtió a unos chicos de orígenes magrebíes en terroristas.

He ahí lo que late detrás de la broma del fuet. Un relato ofensivo y peligroso que convierte a todos los musulmanes, por el hecho de serlo, en delincuentes. Y que ha sido bendecido con un notabilísimo éxito electoral, que en ningún caso le da derecho a Orriols a incumplir los mínimos de respeto exigibles a una autoridad pública hacia sus conciudadanos y ahora gobernados, hayan nacido en Marrakech o en Lima. Se puede estar en contra del velo islámico, y son muchas las razones que lo avalan, pero en una sociedad democrática también es perfectamente lógico, sano y mentalmente higiénico dudar de qué busca la alcaldesa Orriols cuando invita a fuet "a todo el mundo" en una noche de Sant Joan con dinero público.

Se puede estar en contra del velo islámico, pero en una sociedad democrática también es perfectamente lógico, sano y mentalmente higiénico dudar de qué busca a la alcaldesa Orriols cuando invita "a todo el mundo" a fuet una noche de Sant Joan, con dinero público

De hecho, el mensaje subliminal de Orriols lo entendieron perfectamente aquellos a quienes se dirigía. Basta con repasar los comentarios en la cuenta de Twitter del Ayuntamiento: desde quién sugería añadir "jamón" o "coca de chicharrones" al menú de la verbena, celebraba la presencia del fuet –"Graaande lo del fuet", "Eso del fuet es genial"– a quien, que no falte la creatividad, pedía "chocolate con virutas de cerdo" (traduzco los tuits del catalán). Alguien apuntó que, de hecho, no hacía falta porque la coca ya lleva manteca de cerdo. ¿No hacía falta para qué? ¿Para ahuyentar de la fiesta a los vecinos no cristianos como si fueran moscas? "¡Ripoll ha recuperado la ilusión y la hoguera de Sant Joan! Y no ha sobrado ni una pizca de fuet", celebraba la propia alcaldesa. "Aquí no se excluye nadie. Quien se sienta excluido que vuelva allí de donde viene", aclaraba otro.

Pronto hará seis años, cuando los brutales atentados yihadistas de la Rambla de Barcelona y de Cambrils, tuve la sensación de que un exceso de buenismo y de multiculturalismo mal entendido había tapado durante demasiado tiempo en Ripoll el huevo de la serpiente. Después de los resultados de las elecciones municipales del 28 de mayo, que han situado la lista de Orriols como primera minoría electoral –6 concejales de 17– y le han permitido acceder a la alcaldía por la política miope del resto de partidos (Junts, ERC, PSC y CUP), he pensado que, ahora, muchos ripolleses han pasado al lado opuesto, el de la normalización y banalización de la islamofobia y el populismo xenófobo una vez purgado el pecado de condescendencia anterior. Pero sería reduccionista limitar el análisis al perímetro de la sociología electoral de la condal villa y su experiencia, obviamente problemática, con la inmigración de países islámicos.

Orriols, que ejerce la fascinación de una especie de Giorgia Meloni 'nostrada', puede acabar por convertirse en candidata del independentismo que ya no vota y vuelve a llamar a la abstención el 23-J

Orriols recibió el viernes la Flama del Canigó en el monasterio de Ripoll con una bandera negra al lado de la tumba de Guifré el Pilós, mítico padre fundador de la nación catalana. Ripoll como cuna, ahora, de una nueva reconquista. Orriols es una independentista identitaria en la que una parte del independentismo que se siente frustrado y abandonado por los líderes ve una especie de princesa del pueblo o una justa venganza. Ya hay quien la anima a presentarse a la Generalitat. Más allá de la presuntamente inocua provocación del fuet contra el vecino musulmán, el síndrome de Ripoll traduce el malestar de un independentismo a quien los grandes partidos del procés le han negado toda posible salida y que, en el conjunto de Catalunya, se ha hecho visible mediante la abstención en las pasadas municipales como voto de castigo –los 300.000 sufragios perdidos básicamente por ERC y no incorporados por Junts ni la CUP–. Orriols, que ejerce la fascinación de una especie de Giorgia Meloni nostrada, puede acabar por convertirse en candidata del independentismo que ya no vota y vuelve a llamar a la abstención en las elecciones generales del 23-J. El cuarto partido podría ser este y su fisonomía da un poco de miedo. Al final, solo las cuatro barras separan los discursos de Orriols de los de un Abascal o un Buxadé, lo cual dudo mucho de que sea una buena noticia para nadie.