Este Sant Jordi ya podrán comprar y regalar libros escritos o asistidos en su proceso de creación por Inteligencia Artificial (IA), como avanzaba el otro día Revers, el espacio de cultura de El Nacional.cat. Tranquilos. Todo está previsto. No duden de que lo que tenga que ser será y lo que no es no puede ser y además es imposible; y, aunque siempre podamos argumentar que "inteligencia" y "artificial" es un oxímoron, o sea, una contradictio in terminis, esta dejará de ser más pronto que tarde la clave del debate. En el fondo, la pregunta no será tanto si la inteligencia artificial es o no es inteligente sino si hará falta la inteligencia para circular por el mundo que viene. De entrada, el concepto de inteligencia que teníamos hasta anteayer ya está en cuestión solo por el hecho de plantearnos que la IA sea un tipo de inteligencia.

En vísperas de mayo del 68, Michel Foucault anunció la muerte del hombre como concepto en el último párrafo de Las palabras y las cosas y el ChatGPT ya ha publicado en La Vanguardia artículos con la cara y la firma de quien habitualmente los escribía quien, además, los ha validado para que nadie se engañe. La frontera entre las creaciones humanas y las de las máquinas deviene porosa y confusa: una imagen, que antes valía más que mil palabras en tanto que copia "real" de las cosas, hoy ya no vale un real: la consecuencia es que los términos "verdad" y "mentira" se tambalean y nosotros mismos empezamos a ser un fake, mucho menos que una sombra de la caverna platónica. El filósofo francés tenía más razón que un santo y por eso mismo, puestos a replicarnos, también se nos hace inevitable pensar en un robot que hubiera seguido pensando como él después de que muriera víctima del V.I.H en 1984. Asistimos a un gran proceso de transferencia de la condición humana a las máquinas que posiblemente siempre nos ha acompañado como especie; y, a la vez, en una gran transición que acelerará la transferencia de capacidades de las máquinas a los seres humanos. No descartens que, en el final de los tiempos, lleguemos a la síntesis perfecta entre las máquinas humanizadas y los humanos maquinizados, por decirlo dialécticamente, a la manera de Hegel, pero tampoco se extrañen de que no quede nadie para explicar el final de la película.

Si la IA puede escribir libros para Sant Jordi también puede elegir al próximo presidente de la Generalitat si es que no lo ha elegido ya (y a ver si la próxima vez afina más)

Ahora bien: tranquilos. Todo está controlado. De la misma manera que ahora somos capaces de alimentar con inteligencia lógico-racional una máquina para que replique un Jack Kerouac con un 1 the Road que no es exactamente el mítico On the road del no menos mítico escritor de la generación beat ni falta que le hace, quizás mañana cerraremos el círculo programando un robot para que sea capaz de desear. Y, en el final del trayecto, capaz de escoger y, por lo tanto, de consumir, que es lo que de verdad necesita el sistema como alternativa al siempre problemático consumidor y usuario y productor y creador humano demasiado humano. Pero insisto: tranquilos. Al fin y al cabo, la diferencia práctica entre lo que mucha gente percibe y asume -y consume en forma de papeleta electoral- como el discurso vacío de la política y un texto redactado por el ChatGPT puede ser bastante ínfima. Por decirlo lisa y llanamente, todo el mundo sabemos dónde acaban la mayoría de las promesas de los políticos. Borradas en la arena de la playa, como el rostro que se desdibuja al final del libro de Foucault. ¿Y pues, por qué tengom que creerme más el discurso del político X que lo que le he hecho escribir al ChatGPT?

Ante la indecisión, ¿quién tomará la decisión? ¿El político indeciso o el algoritmo siempre decidido a decidir? Si la IA puede esdcribir libros para Sant Jordi también puede elegir al próximo presidente de la Generalitat si es que no lo ha elegido ya (y a ver si la próxima vez afina más). No hay que pensar en manipulaciones masivas de los resultados mediante bots rusos (que también), solo hay que prever los riesgos de la sustitución de la decisión racional sobre a quién votamos -elección que también incluye los sentimientos- por la recomendación que nos haga una máquina. ¿Así pues, dónde reside el verdadero peligro ético y práctico del uso y abuso de la IA? Mucho me temo que la IA también es el chivo expiatorio de nuestras propias debilidades, la hija del abismo que hemos abierto entre el discurso y la realidad, entre lo que decimos y lo que hacemos. Pregunten a la IA, si no lo tienen claro, de dónde viene la antipolítica o el populismo versión 3.0. ¿Para qué elegir políticos que se equivocan, para qué esperar largos debates parlamentarios o reuniones de gobierno si la IA tiene la solución rápida e infalible para todo solo con hacer un click?

Mientras tanto, no descarten una fase intermedia en que, a falta de robots concienciados, con capacidad de sentir y, por lo tanto, de sufrir -que es la otra cara de la luna de eso que llamamos inteligencia- se robotice a la gente tant como sea posible para que callemos, produzcamos y sigamos rebuscando en los puestos de Sant Jordi, que al fin y al cabo es lo que cuenta y siempre le ha funcionado al Maquinista de la General.