“No digáis nada, pero está en casa”. Pere, un amigo mío de Calella (Maresme), me envía una foto en la que aparece un Puigdemont en el dormitorio. Y pienso que, si yo fuera Soraya Sáenz de Santamaría esta noche al acostarme o mañana al levantarme miraría debajo de la alfombra, o de las sábanas, no vaya a ser que tenga ahí un Puigdemont agazapado. Puigdemont, el “prófugo” de Bruselas, es como los pokémon, que están por todas partes, y mucho me temo que mañana martes, 30 de enero, se celebre o no el pleno de investidura en el Parlament, lo va a estar mucho más. Cuidado, Soraya, porque detrás de una de esas caretas de Puigdemont que se están repartiendo para “asistir” a la investidura prohibida por el Tribunal Constitucional, podría aparecer el auténtico.

Las máscaras de las que hablamos, con el rostro de Puigdemont, son una adaptación “indepe” de la máscara de Guy Fawkes, revolucionario inglés del siglo XVII, que usaba V, el protagonista del cómic y después película V de Vendetta y que hicieron suyas en la dura realidad de los días de la Gran Crisis el colectivo Anonymous y el 15-M, entre otros movimientos sociales. Las comparaciones son odiosas pero, para el independentismo, esta España se parece cada vez más a aquella Inglaterra fascista contra la que se rebelaron los enmascarados de V de Vendetta (¡rebelión!, ¡sedición!, ¡malversación!) para restituir la democracia.  

Aunque improbable, muy improbable, no es ninguna tontería —“lo imposible es lo que ocurre”, escribió Derrida (a quien cito por enésima vez y las que hagan falta)— que Puigdemont pueda comparecer para ser (re)investido. Ahora o dentro de dos meses, que es el plazo máximo para investir nuevo presidente antes de la convocatoria de nuevas elecciones —si el 155 no manda otra cosa—. La prueba es que 11 de los 12 magistrados del Tribunal Constitucional —uno de ellos se indispuso— tardaron el sábado más de 6 horas en acordar (y no hubo acuerdo) si debían o no admitir a trámite el recurso del gobierno de Soraya para suspender o no automáticamente el pleno de investidura con el único fin y objeto de impedir que Puigdemont, a quien apoyan 70 diputados de la Cámara, pueda ser (re)investido. 

Cuidado, Soraya, porque detrás de una de esas caretas de Puigdemont que se están repartiendo para “asistir” a la investidura prohibida por el Tribunal Constitucional, podría aparecer el auténtico

Advertidos por el Consejo de Estado, los letrados del propio TC y el ponente del informe, el catalán Xiol, de que iban a cometer un fraude de ley si daban curso a la suspensión preventiva, pospusieron la decisión sobre el recurso. Pero, a la vez, cumplieron los designios de Soraya dictando una serie de medidas cautelares sin precedentes en la jurisprudencia constitucional para bloquear la (re)investidura del diputado Puigdemont. Aunque reconocen implícitamente su derecho a ser elegido —prueba que mantiene intactos sus derechos a la participación política en tanto que diputado del Parlament— lo condicionan a su presencia física y al permiso del juez.

No es que, como dijo Alfonso Guerra, Montesquieu —el teórico ilustrado de la separación de poderes— haya muerto, es que en España lo resucitan para matarlo cada día el gobierno y los jueces. Mientras tanto, y por lo que pudiera ser, la vicepresidenta ya tiene un auto del TC que prohíbe la investidura telemática o por diputado interpuesto, así como el voto delegado a los cinco de Bruselas. Lo cual demuestra una vez más que, como certeramente ha leído Le Monde —que en la España del siglo XXI haya que recurrir a la prensa extranjera para saber qué está pasando, como en plena dictadura, lo dice todo—, el pánico ha entrado en la Moncloa para quedarse una buena temporada bajo la alfombra. O bajo las sábanas.

Poca broma. El Estado español está en falso. Muy en falso. Europa se está dando cuenta a marchas forzadas. Si Puigdemont entra por el maletero, como parloteó Zoido, nervioso, tarde o temprano España saldrá por la ventana. El final del régimen del 78 será un hecho. Y si no entra, seguirá ahí, como el 155. Por eso, algunos, desde el independentismo, y no solo desde ERC, como ha hecho Joan Tardà en una entrevista en La Vanguardia, también hablan ya de sacrificarlo: porque les joderá el invento y la "normalidad".