El catalán se salvará porque su futuro no depende de un militar, un policía, un ministro, un juez o un (presunto) Defensor del Pueblo, que de todo ha habido a lo largo de la historia en la (frustrada) pretensión de aniquilarlo o residualizarlo, sino de que mantenga la vocación y el tremp de unir la gente. Cuanta más gente mejor. Venga de donde venga y vaya a donde vaya. No en balde, el catalán es un idioma que sirve, básicamente, para derribar muros interiores y fronteras exteriores. Justamente por eso lo atacan y justamente por eso también puede lidiar con el principal reto que tiene ante si: la globalización. Y hasta hacerlo con más garantías de éxito de las que se le suponen y enseñan las estadísticas, francamente catastróficas.

El catalán, como decía con una sonrisa aquella Norma que dibujó el añorado Lluís Juste de Nin, sigue siendo cosa de todos. Si es cosa de unos cuantos no saldrá adelante. O podrá aspirar, como mucho, a un entierro digno en el panteón de las lenguas -no es inevitable- de fosilización lenta pero segura. Pensaba en ello este jueves mientras seguía el coloquio organizado por El Nacional.cat "El català en perill? El català en acció"! donde todos los invitados, gente que lo tiene muy claro, quisieron hablar más de qué hacemos con el catalán, nosotros, que de lo que le quieren hacer ellos -que ya lo sabemos. Para entendernos, más de cómo posicionamos en Netflix -pero también en la panadería cuando vamos a comprar- que de cuántos votos recogerán Pablo Casado o Pedro Sánchez por llamarnos nazis o por firmarnos un cheque con tinta invisible a cambio de unos presupuestos del Estado.

Es cierto que, como sostiene el presidente de Òmnium, Jordi Cuixart, si no espabilamos, si los políticos de aquí no se ponen las pilas, el catalán lo tendrá chungo en el mundo global. Este es el nuevo campo de batalla. 40 años de política lingüística propia, de normalización e inmersión en las escuelas, no han evitado que, como señaló Arnau Rius, creador de la plataforma en catalán Canal Malaia, el catalán haya perdido una generación, la generación Z, la de los jóvenes que hace un cuarto de siglo inauguraron la era 2.0. Conocen la lengua, pero no la utilizan. Se trata, ahora, de no perder la siguiente generación, la Alfa, la que viene. ¿Cómo? Las lenguas con estado propio, como remarcó la periodista y exdirectora de la editorial La Galera Iolanda Batallé, el islandés, por ejemplo, flotan. Y es posible, como apostilló Cuixart, que, los últimos años "buscando el Estado hemos perdido un poco la nación". He ahí el drama, y la oportunidad. Porque en el fondo, en un mundo postnacional, global-local, si queréis, ya no es suficiente, para salvarse, con tener una televisión "nacional", una TV3 -que también- en la lengua "nacional". No tenemos Club Super3 o Tres Bessones en el mundo de Netflix, HBO Max o Filmin, porque, como cantaba Raimon, no són d'eixe món, de este de ahora. Ergo habrá que buscar alternativas.

El catalán es un idioma que sirve, básicamente, para derribar muros interiores y fronteras exteriores. Justamente por eso lo atacan y justamente por eso también puede lidiar con el principal reto que tiene ante si: la globalización

Decía Cuixart parafraseando a Joan Fuster que el castellano entró en las casas por la radio y que ahora se trata que el catalán vuelva por el audiovisual. Hace falta que la próxima Rosalia que seamos capaces de producir o fabricar, por decirlo a la manera de Foucault, coloque un trap o lo que sea en las plataformas globales en la lengua de su pueblo. Que lo escuchen los jóvenes o no tan jóvenes de Sant Esteve Sesrovires, pero también de Vallecas y de Atlanta. Sin pedir pasaporte. Es la manera como todos ellos consumen día y noche los grandes hits del trap latino, que no están hechos en la "lengua del imperio" sino en una lengua que suena y se distorsiona y se rima bien. Y ya.

Sí, el catalán está fatal, no hay que poner más azúcar de la cuenta. El catalán, como ya ha empezado a serlo el castellano y lo es desde hace décadas el inglés, tendrá que ser postnacional, o sea global. Se tendrá que desterritorializar para reconquistar su territorio-madre. Hay que globalizar la nación tanto como sea posible aunque parezca y lo pinten como un contrasentido. ¿Y por dónde se empieza? ¿Cómo se hace eso? Se trata, como apuntaba Batallé, que la gente lo quiera y que, además, sea en catalán. Hay que desacomplejarse para recuperar el uso de la lengua en la calle, en la escuela, en la oficina, en la cama. Pero, sobre todo, hay que desacomplejarlos. Cuanto más gente desacomplejada, mejor. Indignaos, espabilaos, desacomplejémonos (todo el mundo). El catalán siempre ha servido para eso. Es como aquella chica que -lo explicó Blanca Pujals, de Viena Edicions- miró un libro de la parada y dijo, en castellano: "Me lo compro en catalán". Y si eso es así, entonces, seguro que sí.