Alternativa por Alemania (AfD), la pujante formación populista que fue segunda en las elecciones federales, defiende que los alemanes no tienen por qué pedir perdón por lo que hicieron sus abuelos. Sus abuelos nazis, se entiende. AfD, que tiene neonazis procesados entre sus miembros, y está investigada por extremismo por los servicios de seguridad, no habría pedido perdón por el brutal bombardeo de la Legión Cóndor en Gernika del 26 de abril de 1937, porque eso fueron cosas de los abuelos, de los abuelos nazis, se entiende. En consecuencia, la rutilante Alice Weidel, la lideresa de AfD nunca habría bajado la cabeza ante el mausoleo del recuerdo a las víctimas del ataque de la aviación de Hitler, aliado de Franco en la Guerra Civil española, como sí que hizo el pasado viernes el actual presidente de la RFA, Frank-Walter Steinmeier. Evidentemente, Weidel no tiene la culpa de que su abuelo, Hans Weidel (1903-1985) fuera miembro de las SS y ejerciera como Juez Militar Superior en la Varsovia ocupada por los nazis en la Segunda Guerra Mundial por deseo expreso del führer. Tampoco tiene ninguna culpa Sílvia Orriols, a pesar de que Aliança Catalana considere Alternativa por Alemania un partido hermano. En todo caso, hay muchos alemanes que no solo han descubierto con dolor que tuvieron un abuelo nazi, sino que se han conjurado para hacer todo lo posible porque el horror que desataron sus abuelos nunca se vuelva a repetir.

La democracia alemana se construyó sobre las cenizas de Auschwitz, el siniestro campo de exterminio nazi; en cambio, la democracia española se edificó sobre el olvido de los crímenes franquistas. La gran transacción fue esta: los españoles no tenían por qué pedir disculpas por lo que hicieron sus abuelos en la guerra civil o la larga dictadura de Franco. Se me dirá que esta amnesia obligatoria también benefició a los otros, a los republicanos, a los socialistas, a los comunistas, a los anarquistas, a los separatistas... Pero la comparación cojea, es tramposa: la mayoría de todos estos fueron fusilados, encarcelados, o tuvieron que callar para siempre o exiliarse. Los del bando de los vencedores que fueron víctimas de los incontrolados de izquierdas fueron honrados con monumentos e inscripciones en carreteras, iglesias y cementerios como “mártires de la Cruzada” durante casi 40 años. Los masacrados por los fascistas en el bando de los perdedores fueron lanzados a fosas comunes, unas 6.000 en todo el Estado, según los datos más recientes, y sobre la mayoría de las cuales, y a pesar de las leyes de memoria histórica, pesa un silencio ignominioso.

¿Cómo ha de condenar Felipe VI el franquismo, siendo hijo de un heredero directo, Juan Carlos I, que, como ha dejado por escrito en sus memorias, tampoco lo condena?

Todavía no hace quince días que se conmemoraba oficialmente los 50 años de la muerte de Francisco Franco y de la coronación de Juan Carlos I, el sucesor del dictador “a título de rey” como inicio de las libertades democráticas en España. El pasado viernes, Felipe VI acompañó en Gernika al presidente alemán, y conversó, como él, con víctimas del bombardeo, pero evitó toda condena durante el acto de desagravio alemán pese a la connivencia de Franco, que gobernó España desde 1939 a 1975 como ganador de aquella guerra. Alemania dejó en evidencia a la Corona y al Estado español, lo que visualizó de nuevo a cielo abierto el enorme agujero negro que persiste en el centro de su democracia. ¿Por qué Felipe VI no condenó el bombardeo de la histórica villa foral vasca? Muy posiblemente, por la misma razón que el expresidente José María Aznar se negó a condenar el franquismo en una entrevista radiofónica con Jiménez Losantos: “Yo no condenaré algo en lo que mi padre participó; mi padre hizo tres años de guerra”. “Lo curioso históricamente es que esta parte de la izquierda, que es una izquierda radical e ignorante, que no tiene en cuenta la historia, solo para reescribirla, comete los mismos errores que se cometieron en aquella época”, añadió. Para Aznar, queda claro que los culpables no fueron los que se alzaron contra el gobierno legítimo de la república, sino los otros. ¿Cómo iba a condenar lo que hizo su padre? ¿Cómo ha de condenar Felipe VI el franquismo, siendo hijo de un heredero directo, Juan Carlos I, que, como ha dejado por escrito en sus memorias, tampoco lo condena?

Hace ya muchos años que el historiador revisionista Pío Moa, autor de Los mitos de la Guerra Civil, tildó de invenciones propagandísticas la destrucción de Gernika bajo las bombas nazis y fascistas o la masacre de la plaza de toros de Badajoz. En España, y en Catalunya, el auge de los extremismos y los populismos de derecha tiene mucho que ver con un revanchismo nacional —el furibundo anticatalanismo— y de clase —el odio al débil— nunca suficientemente saciado. Y con el olvido interesado o directamente culpable de la experiencia histórica. La desfiguración miserable de hechos pavorosos, la banalización y la mentira son una consecuencia directa. La política se ha hecho irrespirable porque la desmemoria, y con ella una impunidad plenamente retroactiva, se ha convertido en ejercicio cotidiano. Sin memoria, o con una memoria lavada con lejía o con memes de TikTok, todo es posible que vuelva. Por eso los franquistas que nunca dejaron de serlo se aflojan la máscara, sin complejos, y más cuando no tienen nada que perder, y los nuevos lo celebran, pero les recuerdan que han llegado tarde. O por eso mismo, empieza a aparecer en las encuestas un voto ultra dual, que votará por la independentista Aliança Catalana en las elecciones al Parlament catalán y a la neofranquista Vox en las generales españolas.