Supongamos, lo cual es mucho suponer, que los miembros de los CDR detenidos hoy hace una semana, o acaso algunos de ellos, efectivamente hubieran ideado y estuvieran preparando -lo cual, no supone necesariamente que las llevaran a cabo- acciones violentas de protesta por la sentencia del 1-O. Supongámoslo. Pues bien, la pregunta es: ¿en qué se diferencia el trato que les dispensa la justicia del estado español, que les acusa de terrorismo, del que han recibido y reciben los líderes del 1-O, encarcelados preventivamente, algunos de ellos desde hace casi dos años, sin que aún se haya determinado qué papel tuvo la violencia -si es que la hubo y lo tuvo- en aquello de lo que se les acusa? ¿Cómo es que se trata igual a los (presuntos) terroristas que a los que no lo son ni presuntamente, siendo, no obstante, la (presunta) violencia la clave de bóveda en la acción judicial contra los unos y los otros?

¿No será que se pretende fabricar con los CDR la prueba que no se deja encontrar contra los miembros del Govern, la presidenta del Parlament y los Jordis, encarcelados por el referéndum, Rajoy dixit, que nunca existió?

Que no está nada claro que los líderes procesados del procés incurrieran en acciones violentas lo demuestra el hecho de que el Supremo aún no ha decidido si la condena será por rebelión (lo que implica necesariamente violencia o un alto grado de la misma -“alzamiento violento y público”- contra la Constitución) o por sedición (“alzamiento público y tumultuario” contra las leyes, con uso o no de la fuerza). Y, como quiera que el juez Marchena busca la unanimidad de los magistrados, tampoco se descarta una figura híbrida o intermedia que matice la mayor, del tipo “en grado de tentativa”. Pues bien: no hay diferencia de trato a los presos y presas políticas y a los CDR, a los que el independentismo también ha incluído ya en aquella categoría. La consecuencia es que mucha gente piensa en Catalunya que podría ser el próximo o la próxima. Y, por supuesto, no hablo ni de Carrizosa ni de Roldán.

La situación es enormemente paradójica. Si resulta que, para hipócrita alborozo de no pocos, las detenciones de los CDR, de los miembros de eso que se quiere hacer pasar nada más y nada menos que por una ETA catalana, la ERT o Equipos de Resistencia Táctica, demuestran que el procés se ha “radicalizado”, y que se está transformando en un movimiento “terrorista”, es que hasta ahora, a pesar de todos los pesares, de todo lo dicho, escrito y vomitado, era lo contrario. Es ahora cuando el independentismo, se nos dice y bombardea, muestra su verdadera cara. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Será, entonces, que los políticos independentistas dieron un "golpe de Estado posmoderno", como sostiene el filósofo Pau Luque en La secesión en los dominios del lobo (Los libros de la catarata, 2018), es decir, con completa ausencia de violencia? ¿Y cómo se sentencia eso?

Todo es tan absurdo, que ahora resultará que habrá que disculpar al pobrecito Estado español por no saber cómo responder con una sentencia posmoderna al supuesto golpe de Estado posmoderno del posmoderno independentismo catalán. Lo cual es, desde luego, una manera muy posmoderna de justificar la vieja política del jarabe de palo a la que suele recurrir históricamente el Estado español en su contencioso con Catalunya cuando ni se quiere, ni se tiene, la más remota idea de cómo hacer política de verdad. ¿No será que es el Estado español quien, de manera recurrente, evidencia un muy serio problema con el uso de la violencia, legítima o ilegítima, como respuesta a conflictos que son políticos por definición?

¿No será que es el Estado español quien, de manera recurrente, evidencia un muy serio problema con el uso de la violencia, legítima o ilegítima, ante conflictos que son políticos por definición?

Cuidado. Con su insinuación que no le temblará la mano para aplicar de nuevo el 155, bendecida por la plana mayor del PSC en la tradicional Festa de la Rosa del partido, el presidente-candidato Sánchez ha añadido más leña al fuego en el tórrido otoño catalán del 2019. Este septiembre ha aparecido en su versión catalana Manual de desobediència civil (Edicions Saldonar), un ensayo en el cual no se habla de Catalunya pero que bien podría convertirse en una suerte de libro rojo del movimiento independentista catalán en los tiempos que vienen. Los autores, Mark i Paul Engler, inician su estudio con la evolución que realizó el teórico Gene Sharp desde el pacifismo basado en las creencias religiosas o éticas a la resistencia no-violenta, basada en los resultados prácticos. Sharp, que cumplió pena de prisión como objetor de conciencia en la guerra de Corea, advirtió el matiz estudiando la cobertura periodística  de la campaña de resistencia satyagraha liderada por Mahatma Gandhi en los años treinta. La mayoría de los participantes en aquel movimiento independentista no defendían la no-violencia porque tuvieran un sentido de compromiso moral sino porque creían que funcionaba. O sea, eran pacifistas pragmáticos. Se entiende enseguida si se atiende a los resultados de las pacíficas protestas estudiantiles contra el cambio climático, con la joven Greta Thunberg como referente mediático global, o a los de los activistas de Hong Kong, que, por primera vez en 70 años, han obligado al régimen chino a recular en su propio territorio, y en las que se han usado muchas de las técnicas de revuelta pacífica recopiladas por Sharp.

El movimiento independentista catalán ha acreditado sobradamente su carácter pacífico, pero está siendo sometido a una dura prueba de estrés

Sigo dudando que el independentismo catalán, contrariamente a lo que ansía la propaganda unionista, y los aparatos del Estado lanzados a justificar a posteriori con supuestas derivas violentas una sentencia que será poco justificable, organice este otoño una suerte de Montgomery como el de Martin Luther King, que puso fin a la segregación racial en los comercios del centro de aquella ciudad de Alabama tras una durísima campaña de resistencia negra no violenta, y violentamente reprimida. Y aún menos un Maidan. Ahora bien. El movimiento independentista catalán ha acreditado sobradamente su carácter pacífico, pero está siendo sometido a una dura prueba de estrés. Uno de los efectos de “exigir amor” por aquellos que han hecho cosas crueles, -escribió Sharp-  puede impulsar “las personas que estan justificadamente resentidas o que son incapaces de mostrar afecto a sus oponentes” a todo lo contrario. Es un mecanismo -añado yo- que funciona en todas direcciones. Cuidado.