Como el PSOE siempre quiere más (por menos), José Luis Ábalos, desde la clausura del congreso del PSC, le ha mandado a ERC el mensaje que no habrá diálogo sin investidura, el mismo día que Pere Aragonès, desde La Vanguardia, ha venido a decirle al PSOE, más bien a susurrarle, algo así como “investidura por presos”, aunque sea de segundo en segundo grado o con flexibilidades diversas. Oriol Junqueras, preso en Lledoners, debe decidir si Pedro Sánchez, cooperador político necesario en su encarcelamiento, en el 155, y la represión del independentismo, tiene que continuar en la Moncloa. Parece imposible que quede alguna garita peor donde hacer guardia para los republicanos. Y, sin embargo, haberlas haylas...

Empieza este lunes una semana de vértigo a ambos lados del tablero, el catalán y el español, con partida judicial doble en Bruselas y Luxemburgo, y Clásico en el Camp Nou con Tsunami Democràtic a las puertas. Y no solo. Este lunes, en Bruselas, vista de la nueva euroorden del juez Pablo Llarena contra el president Carles Puigdemont; el jueves, en Luxemburgo, el Tribunal Superior de Justicia de la Unión Europea (TJUE) se pronunciará sobre la inmunidad de Oriol Junqueras como eurodiputado electo ―y, de rebote, sobre las de Puigdemont y Comín―. El miércoles, el independentismo civil 3.0 ―el Tsunami Democràtic― intentará realizar el difícil equilibrio entre apretar todo lo que se pueda, que diría Quim Torra, sin que el Barça-Madrid deje de disputarse, no en balde y precisamente, estarán pendientes de lo que suceda todas las televisiones del mundo mundial de aquí a la China Popular. Y, mientras tanto, el martes, Pedro Sánchez llamará finalmente a Quim Torra y al resto de presidentes “autonómicos” ―empezará por Urkullu― para esquivar, como decíamos aquí el otro día, una querella criminal o algo peor. Aquel café para todos de la Transición y más allá vuelve a repartirse a litros en el escenario de la investidura: mal presagio. Investidura que, si Junqueras quiere, en la Moncloa no descartan que se lleve a cabo, si no antes de la misa del gallo, justo a tiempo para comerse las uvas, y dar la bienvenida a los nuevos me temo que no muy felices años veinte.

Aquel café para todos de la Transición y más allá vuelve a repartirse a litros en el escenario de la investidura: mal presagio

El PSOE siempre quiere más (por menos), pero, se vista de seda o de (presunto) nuevo pacto de San Sebastián, y como ya pasó con Zapatero, la mona, mona se queda. No estamos en los años treinta y ya quisieran muchos que la historia se repitiese, como tragedia, como farsa, o como todo a la vez. Hace ochenta y tres años, la victoria electoral del Frente Popular sirvió para amnistiar a los líderes dels Fets d’Octubre y restablecer plenamente la Generalitat, empezando por la excarcelación de su president, Lluís Companys, y todo el Govern detenido, juzgado, condenado y encarcelado. La diferencia es que, ahora, los fiscales, el juez Marchena y el sursuncorda del deep state harían lo imposible para que Junqueras y el resto de presos políticos no salieran a la calle hasta el último día de condena. En esas condiciones, el planteamiento de una investidura por presos, o algo parecido, deviene, todo lo más, una ocurrencia. 

El gesto que ERC debería exigir a Sánchez y Sánchez corresponder es una visita a Junqueras en Lledoners

Y en las notas a pie de página, claro, las próximas elecciones catalanas. JxCat necesita un Aragonès ―o una, aunque suene raro― y ERC necesita un Puigdemont, o un Junqueras vestido de president a l'exili. JxCat tiene que salir a la arena electoral, con independencia de que el hombre de Waterloo sea de nuevo número uno, con un candidato o candidata a president sobre el que no quede ninguna duda que podrá ser investido para gestionar el día a día del Govern. Y ERC, para despejar casi todas las dudas sobre si será capaz de ganar con claridad, necesita que Junqueras le arranque un Majestic postprocés a Pedro Sánchez pero bastante diferente en contenido, y recorrido, del famoso pacto que firmaron Aznar y Pujol allá por 1996.

ERC necesita conseguir un pacto con luz y taquígrafos que levante el estado de excepción político, económico, judicial y policial al que ha sido sometido el independentismo y sus líderes y, con ello, el conjunto de la ciudadanía catalana. El gesto que ERC debería exigir a Sánchez y Sánchez corresponder es una visita a Junqueras en Lledoners. No es imposible. Lo hizo en su día Pablo Iglesias, teórico futuro vicepresidente del gobierno español. Y si los barones del PSOE y la Zarzuela montan en cólera, dos tazas. Si el sistema político español puede dar por buena la investidura de un presidente del Gobierno decidida por un preso político independentista, condenado por sedición, también debería admitir que el directo beneficiario, en este caso, Sánchez, reconozca a ese preso a todos los efectos, también en el diálogo cara a cara. Sí, ERC necesita un Junqueras que le diga a Sánchez que el independentismo lo quiere todo (y más).