La militancia de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) ha revalidado el tándem directivo Junqueras-Rovira al frente del partido y bendecido a sus correspondientes “terminales” ejecutivas: Pere Aragonès ―que podría ser el candidato “efectivo” a la Generalitat, aunque no es el único nombre sobre la mesa― y Marta Vilalta ―de creciente ascendencia pública y en el aparato republicano―. Pese a lo que parece, no se trata tanto de una unidad monolítica entorno a Junqueras, como de una convergencia necesaria de intereses y estrategias entre los unos y los otros (que haberlos haylos), gestionada con inteligencia y engrasada, desde luego, tanto por las expectativas de victoria final como por los buenos resultados electorales ya conseguidos. Ello, pese a las heridas aún supurantes del Ayuntamiento y la Diputación de Barcelona y, claro está, la asignatura pendiente de la presidencia de la Generalitat, la pieza mayor cuya posesión sancionará la hegemonía en el campo del independentismo-soberanismo, entre ERC y el mundo posconvergente.

ERC, el partido en activo más antiguo del lugar, una vez la historia ha pasado por encima del PSUC, de Unió y, pese a su juventud como organización, de Convergència, se refuerza como maquinaria política preparada para la gestión del día a día, en Barcelona y en Madrid, como si se tratase de un partido de los de antes del procés; casi como si el procés ―o su fase álgida― estuviera aún por desplegarse. Para hacer frente, con la máxima normalidad, a la profunda anormalidad de los tiempos, la moldeada por las consecuencias del procés realmente iniciado: las conocidas (represión, prisión y exilio) y las inmediatamente por llegar (sentencia del Supremo y otras sobre el 1-O). En suma, ERC se refuerza para ganar la Generalitat y para que la siguiente fase del procés no se lleve por delante sus expectativas y la preciada unidad interna forjada y mantenida por el junquerismo. En último término, ERC está enviando el mensaje que el junquerismo ―una suerte de pujolismo (suavemente) de izquierdas y abierto al entendimiento con los poderes, también en los tiempos más duros― será su carta de navegación incluso sin Junqueras al frente. Es decir, con un Junqueras que, en la condena del Supremo, podría ser inhabilitado para ocupar cargo público durante mucho, mucho tiempo. Incluso más de lo que se espera.

Mientras ERC se pone a punto para el día a día, el espacio posconvergente sigue sin tener claro qué va a hacer los lunes, los martes o los miércoles además de sumarse a la movilización permanente a la que ya han vuelto a convocar a la ciudadanía Puigdemont i el Consell de la República desde Waterloo. La paradoja es fenomenal y, ciertamente, puede ayudar a comprender por qué el procés está donde está. Mientras ERC, el partido incuestionablemente republicano e independentista, fía su futuro a la gestión de lo inmediatamente posible ―la Generalitat―, JxCAT-PDeCAT, la posconvergència puigdemontista diseña el siguiente paso para intentar aplicar el mandato del 1-O pasado mañana, o sea, para hacer efectiva la independencia. O, al menos, eso es lo que dicen sus dirigentes.

Mientras ERC fía su futuro a la gestión de lo posible ―la Generalitat―, la 'posconvergència' puigdemontista diseña el siguiente paso para hacer efectiva la independencia

Mientras ERC exhibe músculo y robustez orgánica frente a la tempestad, a la manera de los viejos partidos fuertes, JxCAT-PDeCAT vuelve a dejar para más adelante su (re)articulación como partido, en la duda entre entre el acelerón y el nuevo momentum que persigue Quim Torra y el retorno al preprocés como hoja de ruta (cumbre de Poblet, con el tándem Pascal-Campuzano al frente). Pese a todo, la postconvergència sabe que, mientras no se demuestre lo contrario, sus opciones más seguras de victoria y supervivencia en el poder pasan por Waterloo y, ante todo, por lo que el independentismo realmente movilizado, el de los 600.000 (según la Guardia Urbana) que siguen poniéndose la camiseta de la ANC en la Diada, decida en cada momento. Se vio en las elecciones al Parlament del 21-D convocadas por Madrid con el 155 y las europeas del 26-M. En ambas se impuso ―contra pronóstico―, Puigdemont.

En los tiempos de Jordi Pujol siempre pudo más el moviment que el partit. Por eso, y a diferencia de lo que sucede con Junqueras en una ERC que es bastante más partit que moviment, se hace tan difícil pensar en un puigdemontismo sin Puigdemont. Lo que no quiere decir que, ante el forzado exilio del president, JxCAT-PDeCAT no deba definir más pronto que tarde qué “terminal” ejecutiva, qué candidato o candidata realmente presidenciable, piensa proponer a la ciudadanía ―a toda ella― para gestionar el frente interior. Es decir, la puñetera (a)normalidad del día a día.