El ministro del Interior en funciones, Fernando Grande-Marlaska, ha indignado a víctimas del terrorismo de ETA como Rosa Lluch, hija de Ernest Lluch, el economista y exministro socialista asesinado de dos tiros en la cabeza, o Robert Manrique, que padeció la brutalidad del atentado de Hipercor, al asegurar en una entrevista en La Razón que “en Catalunya, la violencia ha sido de mayor impacto que en el País Vasco”. A Grande-Marlaska, que además de político y juez es vasco, se le debería caer la cara de vergüenza. Pero para que ello fuera posible, no basta con tener cara, ni, como es el caso, tenerla muy dura.

Podríamos preguntarnos: ¿A cuántos entierros de guardias civiles, de policías, de mossos d’esquadra o de políticos del PSOE asesinados por el independentismo catalán ha asistido el ministro Marlaska? Me temo que el ministro confunde muy interesadamente -lo cual es ciertamente inquietante- la Catalunya desde luego indignada tras la sentencia contra los líderes del procés, y la parte que incluso ha hecho prácticas de quema de contenedores de basura en el centro de Barcelona y similares, con los años de plomo de los 800 muertos de ETA y las salvajadas de la kale borroka (la violencia de los GAL la debe haber olvidado del todo, claro). Pero, con todo, no es eso lo más grave.

¿A cuántos entierros de guardias civiles, de policías, de mossos d’esquadra o de políticos del PSOE asesinados por el independentismo catalán ha asistido el ministro Marlaska? 

Lo más grave es que el ministro Marlaska, responsable de varios sumarios contra ETA y Arnaldo Ortegi, amén de la atribución a la supuesta incompetencia de la tripulación del accidente del Yak-42, eximiendo así de toda culpa al ministro Trillo y el Gobierno del PP; Marlaska, ese magistrado que, como si el reloj se hubiese retrasado 50 o 60 años llevó a juicio a la revista de humor El Jueves por injurias a la Corona en 2007... no ha sido desautorizado ni por el presidente del Gobierno en funciones ni por ningún miembro del PSOE ni del PSC. Lo digo con dolor, porque vivo en el pueblo donde nació Ernest Lluch, puedo hojear sus libros en la biblioteca pública y estoy orgulloso de haber compartido mesa con él y otras personas en una ocasión,  donde, como siempre, supo transmitirnos su profunda humanidad y erudición. Pero parece mentira que ni siquiera Miquel Iceta haya salido a pedir a Marlaska que se retracte.

Lo más grave es que, como demuestra este episodio de terrorismo verbal en boca de Marlaska, el 155 no solo sirvió para intervenir la autonomía de Catalunya -situando así en una zona opaca, de excepción, una parte del propio sistema constitucional español-, sino para instaurar con total impunidad el relato del todo vale contra el independentismo catalán, incluso la memoria de los muertos catalanes de ETA. Ese marco lo mismo sirve para justificar las desproporcionadas condenas del 1-O que para identificar el independentismo, que lo único que ha hecho es pedir urnas, con la violencia sectaria. Marlaska ha dado una nueva vuelta de tuerca porque quizás, 15 días después, se está viendo que ni la sentencia ha servido, como pretendían algunos para que el independentismo, acogotado y resignado, se retirara de las calles, ni tampoco para que el Estado -incluído su ministro del Interior- cese en su campaña de hostigamiento y provocación al independentismo.

Lo más grave es que el 155 no solo sirvió para intervenir la autonomía de Catalunya, sino para instaurar el relato del todo vale contra el independentismo catalán, incluso la memoria de los muertos catalanes de ETA

Ayer se manifestaron en Barcelona unas 80.000 personas, siguiendo la convocatoria de los partidos españolistas. Bastantes menos que las 350.000 que -según las discutidas cifras de la Guàrdia Urbana-reunieron la víspera las entidades independentistas, la ANC y Òmnium. Como estamos a pocos días del inicio oficial de la campaña electoral del 10-N, los miembros del Gobierno de Sánchez y los dirigentes del PSC asistentes a la marcha unionista en compañía del PP, Cs y Vox, el 155 al completo y su vástago neofranquista, evitaron la foto conjunta y, en cuanto pudieron, hicieron mutis por el foro. Tras la manifestación del sábado hubo algunos incidentes; en paralelo a la del domingo, también: los ultras de Artós bajaron hasta plaza Sant Jaume a la caza del indepe. Ningún policía les disparó nada.

Mientras los independentistas cuentan, todo lo más, con algunos chicos que, aprovechando el marco de indignación por la sentencia, queman contenedores, los españolistas están protegidos por miles de policías, guardias civiles y mossos d’esquadra a sus órdenes -para evitar, como ha declarado el conseller Buch, otro 155, claro-. Es decir, el españolismo tiene a su servicio el aparato de seguridad del cuarto Estado de la Unión Europea al completo frente a unas docenas de jóvenes exaltados y quizás algunos profesionales de la guerrilla urbana, independentistas o no. Esa es la imagen. Y esa es la relación de fuerzas realmente existente, el diferencial de poder entre el españolismo y el independentismo; y la profunda asimetría que se deriva, y interesadamente se oculta, cuando hablamos de "violencia". Basta con repasar las imágenes de estos días (si intentamos ver algo más allá de las siempre espectaculares llamas en las calles en plena noche, claro)

El españolismo tiene a su servicio el aparato de seguridad del cuarto Estado de la UE frente a unas docenas de jóvenes exaltados y quizás algunos profesionales de la guerrilla urbana, independentistas o no

Aplíquese ese mismo esquema de profunda desigualdad entre el poder real -y la violencia- que pueden ejercer unos y otros a las relaciones de fuerzas en el Congreso de los Diputados, por ejemplo, y se verá por qué es una gran farsa retórica plantear al independentismo que lleve allí sus demandas: siempre perderá, aunque los 47 diputados que elige Catalunya fueran todos de la CUP. ¿Por qué, en teoría, el PSOE o el PP o Cs, e incluso Podemos, pueden aplicar su programa si gobiernan, después de ganar unas elecciones o alcanzar pactos, y el independentismo no?

Con independencia de la independencia, convendría, en esta hora, que empezáramos a ser un poquito más serios.