Los que han perdido gente querida en la pandemia, o el trabajo, o el tiempo, o, simplemente, no les gusta ir con la boca tapada por la calle, los que estaban a gusto con el mundo que teníamos ayer, con aquella normalidad, querrían volver a ella. Es lógico. En cambio, las mujeres y los hombres que seguirán viviendo con personas y estructuras que los maltratan, la pareja, el jefe, el ayuntamiento o el Estado; o estas familias con madre y cinco niños que viven en un pisito sin agua caliente ni conexión wifi, las personas mayores que seguirán contando las horas en soledad, querrían que, después de la pandemia, naciera un mundo nuevo. Como escribe Paul B. Preciado en El País aludiendo a la destrucción del planeta, el capitalismo patriarco-colonial o las viejas formas de hacer política, "es preciso negarse a volver a la normalidad porque la normalidad es el problema, no la solución".

¿Cómo será el retorno a la "normalidad" catalana? Veníamos de normalidades anormales y nos adentramos ahora en la tierra incógnita de la "nueva normalidad" por fases de Pedro Sánchez. El presidente español sale ahora a predicar una cogobernanza para la salida de la crisis con las comunidades autónomas, y admite el desconfinamiento por regiones sanitarias, no solo por provincias, pero mantiene el mando único, el soberano que dicta y modula el perímetro del estado de alarma. Quim Torra, que de ser el presidente vicario pasará a ser reconocido como el presidente de la Generalitat que, sin atribuciones legales ni medios y en medio del desprecio y el odio sectario, allí y aquí, plantó cara a la pandemia, ya no está solo. En la reunión de este domingo, la revuelta autonómica en la cumbre de presidentes con Sánchez ha sido generalizada. Los dirigentes de las otras dos "nacionalidades históricas", Euskadi y Galicia, el lehendakari Iñigo Urkullu (PNV) y el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo (PP), han exigido el fin del estado de alarma. Cuando los moderados Urkullu y Feijóo hablan de uso "desproporcionado del estado de alarma" y de "recuperar la legalidad ordinaria" de forma "democrática", cuando empiezan a hablar como el radical Torra o piden lo mismo, recuperar la autonomía sanitaria, es que algo apesta en la Moncloa.

Cuando los moderados Urkullu y Feijóo hablan como el radical Torra y piden lo mismo, recuperar la autonomía sanitaria, es que algo apesta en la Moncloa

El escritor gerundense Javier Cercas ha dicho en una entrevista en El Periódico que "esta crisis es terrible, pero me afectó más el otoño del 2017". A Cercas le preocupa más el procés independentista, aquel otoño en que una mayoría política y social intentó hacer una Catalunya más libre, que los 25.000 muertos de la Covid-19, incluidos los 10.000 catalanes. Es una desgracia colectiva que el autor de Soldados de Salamina piense así. Pero tampoco está solo en su trinchera. Salvando las distancias temporales y la magnitud de la catástrofe, la posición de Cercas está en línea con la de una cierta izquierda española que, por boca de Negrín y Azaña, siempre ha atribuido a la "deslealtad" de la Generalitat la derrota de la República en la Guerra Civil. La estrategia de mando único y recentralización de Sánchez, la negativa a las demandas de Torra y otros presidentes autonómicos, después aplicadas tarde y mal, o la insistencia en los eslóganes unitaristas: #EsteVirusLoParamosUnidos, "entramos juntos en esto y saldremos juntos", responden a la misma plantilla jacobina y el mismo temor. La izquierda española tiene un miedo cerval no ya que Catalunya vuele libre, sino que, además, salga adelante sola en momentos de grave crisis, ya sea la Guerra Civil, los atentados yihadistas del 17-A o la pandemia de Covid-19. Nadie sabe a ciencia cierta si una Catalunya independiente habría gestionado mejor la actual emergencia. Pero la duda le corroe. Un fantasma, catalán y con mascarilla, persigue a Pedro Sánchez. 

Nadie sabe a ciencia cierta si una Catalunya independiente habría gestionado mejor la emergencia de ahora. Pero la duda le corroe. Un fantasma, catalán y con mascarilla, persigue a Pedro Sánchez

Catalunya, de nuevo, como chivo expiatorio de los miedos y las políticas erráticas de los gobernantes españoles, ahora de la izquierda -y conste que odio el victimismo gratuito que demasiado a menudo se practica aquí-. Yo lo que temo es que la "nueva normalidad" de Sánchez seguirá sin garantizar la seguridad física, económica, social y democrática de la gente. Y no solo de los catalanes. La "nueva normalidad" se puede convertir en una normalidad secuestrada, espectral, paralizadora; legitimada en el miedo, la famosa "distancia social", no higiénica, sino ideológica, inoculada por los gestores de la pandemia.

Vuelven las disciplinas de Michel Foucault. Biopolítica -negativa- en estado puro. La vieja normalidad a la que algunos no queremos volver ha empezado con deporte en horas dictadas por el mando único. El cuerpo, social e individual, bajo (auto)control. Y las mascarillas mañana serán bozales.