Hace ahora cinco años, el entonces primer ministro francés, Manuel Valls, calificaba de terremoto la irrupción en el Parlamento Europeo de los partidos euroescépticos. Nunca antes unas elecciones europeas como las del 25 de mayo del 2014 habían despertado tanto interés. Aquellos comicios se convirtieron en un auténtico seísmo, como titulaba su portada el diario La Vanguardia. De vez en cuando conviene un repaso a las hemerotecas. Y ver cómo la prensa no siempre se equivoca. Un lustro después, el movimiento tectónico detectado en las tradicionalmente intrascendentes elecciones europeas ha derivado en una crisis sin precedentes de la cual todavía no hemos salido, y en la cual nada parece imposible. Empezando porque Manuel Valls, finiquitada abruptamente su carrera política en Francia, sea ahora candidato a la alcaldía de Barcelona, continuando porque el Reino Unido decidió brexitar-se -salir del club europeo- dos años después, o añadiendo que en la Europa de hoy vuelve a haber ciudadanos europeos que son presos políticos y exiliados interiores, como Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, a la vez candidatos a las elecciones del domingo que viene para renovar la Eurocámara.

El debate sobre los populismos y el retorno de los autoritarismos y los peores fantasmas de la Europa negra -necesario: nunca se tiene que bajar la guardia ante los fascismos- esconde la realidad de los déficits democráticos estructurales que todavía arrastran Estados miembros de la UE como el español. El trato dispensado por la democracia española a las demandas del independentismo catalán, la represión y la judicialización de un conflicto legítimo que no se tendría que resolver en ningún sitio más que en las urnas, es también un problema europeo. Este martes, cuando la constitución de las Cortes españolas proporcione la imagen de cuatro presos políticos tomando posesión del escaño en el Congreso -Junqueras, Sànchez, Turull y Rull- y un quinto en el Senado -Romeva-, Europa se pondrá delante del espejo español y se verá extraña, como le pasó a Gregor Samsa, aquel vendedor de telas de la Metamorfosis de Kafka.

El trato dispensado por la democracia española a las demandas del independentismo catalán es también un problema europeo

El mismo Junqueras, que había sido eurodiputado en el mandato anterior -también Romeva fue miembro del Europarlamento-, celebraba ahora hace cinco años su primera victoria electoral, y la del partido que preside, ERC, desde la República. El procés soberanista empezaba a coger velocidad. Aquel año 2014 del Tricentenario de 1714 y la confesión de Jordi Pujol, el gobierno de Artur Mas convocó la consulta soberanista del 9-N. En las europeas, ERC había hecho el sorpasso a la federación de CiU, su rival histórico en la pugna por la hegemonía del soberanismo en plena mutación hacia el independentismo. Convergència, y Unió, dos partidos que ya no existen, se presentaron todavía juntos a aquellas europeas y a las municipales del 2015, después de las cuales la fractura ya irreversible entre las estrategias de Artur Mas y Josep A. Duran y Lleida se amplió hasta la ruptura final. Hace cinco años, en la noche electoral de las europeas, todavía comparecieron juntos Mas, Duran y Núria de Gispert, entre otros, para apoyar al candidato Ramon Tremosa. En aquellos momentos se ponía en valor que en Catalunya había ganado el derecho a decidir -55,83% para ERC, CiU e ICV- y la alianza estratégica entre Junqueras y Mas. 5 años después Catalunya ha celebrado un referéndum de independencia y ha vivido la suspensión de la autonomía (artículo 155), la destitución de su Gobierno, el encarcelamiento y exilio de la mayoría de sus miembros, el juicio... Y Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, el heredero del espacio postconvergente, el domingo que viene trasladarán su duelo a las urnas europeas después de la segunda gran victoria del republicano en las generales españolas. Pero a Catalunya no le han dejado decidirse sobre su futuro en relación con España y con Europa. Y ha pagado caro, muy caro, el intento.

La victoria contundente de ERC en las españolas del 28-A se ha querido leer como la ratificación en las urnas de la apuesta por el pragmatismo del líder de los republicanos y su dirección. Pero como ha evidenciado el caso Iceta con el portazo final de ERC a facilitar al primer secretario del PSC la presidencia del Senado, todavía desconocemos la magnitud del cataclismo en que vivimos, los efectos de la onda expansiva, cuánto tiempo se prolongará. Curiosamente, los moderados de las europeas del 2015, los herederos de CiU, la lista de Puigdemont, Lliures per Europa, son ahora los "radicales", mientras que los "radicales" de entonces, Junqueras y el podemita Pablo Iglesias, la irrupción del cual en aquellos comicios todavía se leyó como una protesta coyuntural –"el televisivo Iglesias", titulaba la prensa-, son las opciones "moderadas" en Catalunya y España.ERC y Podemos, las opciones complementarias, estabilizadoras, vaya, para que Pedro Sánchez, el hombre que emergió en medio de la tormenta, tenga una navegación plácida. Como si el terremoto ya hubiera pasado. Como si todo se hubiera puesto de nuevo en su sitio. Como si el espejo no devolviera la imagen, horrible, que devuelve.