Será un curso político descarnado, a muerte, sin lugar para los grises, o blanco o negro, o lo tomas o lo dejas. ¿Estás con Kirk o contra Kirk? O estás con un mártir del librepensamiento y la democracia que simplemente se dedicaba a expresar sus ideas, como lo han caracterizado Orriols y Abascal, atentos a las nuevas reglas del ring global, o estás con los que han celebrado el tiro de película con que el joven Tyler Robinson segó la vida del incendiario demagogo trumpista En realidad, la pregunta tendría que ser qué hace un hijo de familia también trumpista, apasionada por las armas, haciéndole el trabajo a los wokes y los "radicales de izquierdas", en expresión de Trump, que han celebrado la escalofriante ejecución del jefe de las juventudes del movimiento MAGA. Pero no permitas que la realidad te estropee un buen tuit. O estás con Kirk o estás contra Kirk. No hay matices en el nuevo orden del discurso y la acción política global.

O estás con Trump, a quien le gusta "el olor de las deportaciones por la mañana" como gozaba con "el olor del napalm por la mañana" aquel icónico oficial de Apocalypse Now, que, luciendo un sombrero del séptimo de caballería hacía surf entre los bombardeos en las playas de Vietnam, como recordaba ayer Jordi Amat en El País, o estás con la flotilla de Ada Colau, rumbo hacia la guerra de Gaza a golpe de selfie y buenrollismo, y, claro está, expuesta en alta mar a los drones del enemigo de la causa palestina y de todas las causas buenas del mundo que decrete la internacional buenista, que para eso está. Entre Escila y Caribdis, aquellos dos monstruos marinos que guardaban el estrecho paso que cruzó Odiseo en el retorno a Itaca, entre lo malo y lo peor, la elección es letal para el ciudadano que todavía levantaría el dedo en nombre del juicio y la decencia: "Escuche, un momento". Estamos en la sociedad de los extremos, estamos en guerra, y los que la quieren ganar simplemente esperan que los del medio decanten finalmente la balanza.

Las extremas derechas, que hoy arrasan en las expectativas demoscópicas en el Reino Unido, donde se podría imponer Nigel Farage si se celebraran elecciones, o en Alemania, donde la AfD, liderada por la nieta de un juez nazi que se permite tildar a Hitler de "comunista" podría desplazar del primer puesto a la imbatible CDU, tienen su trofeo más codiciado en el hombre y la mujer del medio, los que no responden si están con Kirk o contra Kirk, y, además, no les da la gana. Porque en la medida en que respondan habrán caído en la trampa: los extremismos no salvarán a la clase media de la destrucción de sus expectativas de futuro, como se demostró en los años treinta del siglo XX, sino que, simplemente, la llevarán a la guerra y el suicidio moral. La novedad es que, esta vez, la guerra ha dejado de ser posmoderna. Hundida toda tentativa de restablecer un orden bipolar, sea el que sea, porque no hay un amigo y un enemigo identificables (rusos o americanos, americanos o chinos) sino un mundo abandonado como una antigua novia elegante (la vieja Europa) y otro mundo de rostro pixelado por el que se pelean y se traicionan los nuevos pretendientes (Xi y los falsos amigos Trump y Putin), podría ser que tuviéramos una guerra de verdad.

Una guerra en casa. Por eso se alarga de manera atroz la reocupación de Gaza por el gobierno israelí de Netanyahu, al precio de seguir multiplicando ad infinitum la descomunal respuesta al ataque de Hamás en número de víctimas inocentes; y, por eso mismo, gente del medio, con trabajo e hijos, se prepara para una invasión rusa en las fronteras de Polonia esperando el próximo dron de Moscú. Si los electorados centrales, los que en Occidente han garantizado la paz a cambio de bienestar social y expectativas razonables de una vida digna los últimos setenta años, giran hacia el fanatismo, nuestros hijos, además de vivir peor que nosotros, volverán a conocer la guerra. Lo que se dibuja es de tal magnitud que incluso los que pintan poco, o nada, como Pedro Sánchez o Núñez Feijóo se lo han olido y están en posición de ataque. El primero, animando los propalestinos de las Españas a boicotear la Vuelta, que lograron parar en Madrid, y lo que convenga. El segundo, haciendo pinitos de ayusismo (es decir, de hijoputismo político) con la fruta que le gusta y de abascalismo con la fosa donde, según Tellado, portavoz del PP, Sánchez acabará sus días en política. Aviso para navegantes: ERC, Junts, el PNV. En los próximos meses, la política española no hará prisioneros.

Los extremismos no salvarán a la clase media de la destrucción de sus expectativas de futuro, como se demostró en los años treinta del siglo XX, sino que, simplemente, la llevarán a la guerra y el suicidio moral

El populismo global de derechas ya tiene, con Kirk, su primer santo martirizado. Empieza una nueva era en que las preguntas más crudas y simples armarán y rearmarán la conversación pública, mediática y política en las empresas y en las familias, no solo en el bar o las redes sociales. Malos tiempos para el hombre (y la mujer) del medio. Serán los primeros que caerán. Los del centro. Pasa en España y pasa en Catalunya, donde son cada vez más los orriolistas y, especialmente, los que entienden el orriolismo —ojo, porque estos tendrán la acción de oro en las próximas elecciones. Ante lo que se adivina, los del medio tratan de justificarse: el choque social y cultural con la inmigración sin control, que a menudo se lee como una especie de roca de Sísifo que Catalunya siempre tiene que trajinar montaña arriba, montaña abajo; el malestar en colectivos profesionales, los de la educación o la sanidad, que se sienten abandonados por la sociedad y los políticos, como dice el profesor Ramon Alcoberro; la traición de los líderes del procés independentista, por más que hay quien haya visto brotes verdes en la enclenque pero digna movilización de la última Diada; la necesidad de generar una conversación realista alternativa al lenguaje de lo políticamente correcto de los parlamentos, las universidades, la televisión y los diarios de siempre. El centro ya ha caído.