En el fondo y en la superficie, ni Pedro Sánchez tiene (casi) nada que ofrecer en la negociación con ERC, ni ERC, vistas las circunstancias, tendría que aceptar facilitar de ninguna de las maneras la (re)investidura del líder del PSOE como presidente. En el fondo y en la superficie, los dirigentes de los republicanos, seguramente más que nadie, son plenamente conscientes, del drama. De la tragedia griega que coprotagonizan. Es suficiente con repasar las imágenes de la primera reunión formal en el Congreso entre los unos y los otros. El apretón de manos y las miradas de resignación, con algo de melancolía, pero también de estupor, que intercambiaron Gabriel Rufián y Adriana Lastra y el resto de miembros de las dos delegaciones negociadoras, los gestos graves, casi forzados, eran de funeral. De despedida dolorosa.

O ERC ya ha decidido que, más tarde que pronto -eso sí- se tragará el sapo de la investidura, permitir a Sánchez que continúe en la Moncloa, o Sánchez ya se ha hecho a la idea de que sólo podrá gobernar si se pone en marcha una especie de gran coalición tácita con la derecha. No declarada, pero efectiva. Un acuerdo en la sombra con el PP y Cs para aprobar políticas de choque como la mordaza digital; y con Catalunya en el punto de mira, en todo momento, que sirva para calmar a los mercados y el deep state. La abstención de Podemos en la votación del decreto de censura digital hace pensar que, incluso los de Pablo Iglesias aceptarían la comedia.

O ERC ya ha decidido que se tragará el sapo de la investidura de Sánchez o Sánchez ya se ha hecho a la idea de que sólo puede gobernar con una gran coalición tácita, no declarada, pero efectiva, con la derecha

La investidura de Sánchez pende de un hilo, más de lo que parece. No en balde, dos antiguos rivales como los presidentes Felipe González y José María Aznar, ya han advertido -cada uno a su manera- que no puede ser que los "comunistas" entren en un gobierno validado por los "separatistas". Los peores fantasmas de la transición, del consenso para desactivar los "extremos" que tanto invoca el antiguo líder del PSOE, e incluso de la Guerra Fría, con el consenso de los cementerios sobre el cual se sostuvo el franquismo, parecen comparecer en esta hora extraña del escenario político español. Tampoco descarten que la gran coalición tenga que pasar de tácita a explícita... por imperativo real.

El drama es que un simple diálogo entre gobiernos en la comisión bilateral Estado-Generalitat, que se tendría que realizar de oficio, casi de manera obligada, si no automática, se haya convertido en materia de negociación para vestir una investidura, valga la redundancia. ¿Amnistía para los presos políticos? ¿Reconocimiento del derecho a la autodeterminación? ¿Acuerdo político para un referéndum a la escocesa o similar? ¿Alguien se imagina a los que de verdad mandan en el Estado español aceptar la hipótesis de perder un referéndum de independencia en Catalunya para que Sánchez pueda ser investido presidente de nuevo? No hay más preguntas, señoría.

Si Sánchez se digna a coger el teléfono a Torra será una de las noticias del año. O bien, motivo de querella criminal.

Los más optimistas -con el agua al cuello- se conformarán con imaginar que el reconocimiento por parte de los negociadores del PSOE que el conflicto Catalunya-Espanya es político permitirá recuperar, con el tiempo y una caña, el punto de partida anulado después de la cumbre de Pedralbes. Soñar es gratis. Todo es tan fino, hay tan poca agua en la piscina, la pista de aterrizaje para que ERC dé el placet al candidato del PSOE está tan abollada... que si Sánchez se digna a coger el teléfono a Torra -es decir, a cumplir sus obligaciones institucionales- será una de las noticias del año. O bien, motivo de querella criminal.