El final de la desescalada se precipita hacia un verano que se anuncia de retorno a los años setenta: de semireclusión en casa, en el pueblo, o muy cerca, en el turismo de proximidad, retroutopía simpática en colores de Polaroid para conjurar el miedo o, por lo menos, encadenarlo hasta septiembre como una bestia de película de terror. En eso estamos. Todo vuelve en el eterno retorno de las cosas, como ya advirtió Nietzsche, incluidos los autocines. Y vuelven a retumbar los tambores de guerra en Madrid y en Barcelona como en una película de vudú para poner fin a la legislatura agotada de Quim Torra, a quien el Supremo acaba de hacerle el spoiler y señalarle el deadline al fijarle el 17 de septiembre como fecha para la vista que conducirá a la inhabilitación del president. El tam-tam suena con más intensidad ahora que el gobierno de coalición Sánchez-Iglesias parece haber alejado el fantasma del 8-M. Si alguien ha salido más fuerte de la crisis, en su debilidad congénita de político-zombi que siempre vuelve, ese es Pedro Sánchez

El gobierno Sánchez-Iglesias parece respirar -a la manera de los zombis, lo justo e imprescindible- después de que la juez Rodríguez-Medel ha archivado la causa abierta contra el delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco Pardo, al concluir que no pudo tener conocimiento del riesgo que entrañaban las manifestaciones y concentraciones pese a que la pandemia de la Covid-19 era ya una realidad. En el inicio del desconfinamiento, los coronapijos de Abascal salieron a la calle en Madrid, en un burdo remedo de las protestas populares contra la mentira de Aznar en el 11-M, para tumbar el gobierno Sánchez-Iglesias y presionar a los tribunales. Y entre la conspiración ultra para derribar al gobierno de coalición y la fiscalización del desastre de la gestión de la pandemia la elección para los socios de Sánchez, desde Podemos hasta Cs pasando por ERC y el PNV ha sido salvar al zombi, al revés que en las películas de los setenta y los ochenta. Lo primero, salvar a Sánchez del asedio ultra, es lo primero. Y lo segundo, pasar cuentas del desastre sanitario, queda para septiembre. O para nunca jamás. Porque cuando llegue septiembre la discusión serán los presupuestos del Estado y el miedo a la crisis económica y al Gran Rebrote -que no se descarta-, que volverán a insuflar vida en forma de apoyos de sus socios y satélites al gobierno del zombi Sánchez.

El miedo a la crisis económica y al Gran Rebrote volverán a insuflar vida en forma de apoyos de sus socios y satélites al gobierno del zombi Sánchez

¿Puede tropezar el zombi Sánchez en Catalunya? Si, ante la eventualidad de unas elecciones al Parlament, ERC decidiera darle la espalda a los presupuestos del Estado, y a diferencia de lo que sucedió en la anterior legislatura, Sánchez podrá recurrir a los votos de Inés Arrimadas. Contra lo que sostienen los republicanos, la legislatura española no tiene por qué acabarse sin su apoyo a Sánchez; o si la etérea mesa de diálogo cuya convocatoria -puede que telemática- se anuncia para julio, vuelve a quedar en eso: humo. Esta vez no se acabará la legislatura española, no. Para eso está ahí Cs y su “política de Estado”, compartida -quién lo iba a decir- por un Podemos confortado por el apoyo casi universal del Congreso (tan solo se abstuvo Vox) al ingreso mínimo vital. Además, la investigación de la fiscalia al rey emérito, Juan Carlos I, es un dique de contención ante cualquier intento de añadir inestabilidad al pavoroso escenario. 

Otra cosa es que ERC interprete que el electorado catalán, que la ha premiado con claridad en las últimas elecciones españolas -aunque con menor apoyo en las del 2019-, mantiene la apuesta por dejar atrás los planteamientos unilateralistas y volver al viejo juego de la  intervención en la gobernabilidad española. Se puede argüir a favor de ello que, dado que la independencia va para largo, y se han quemado tantas naves en el intento, obtener nada en Madrid ya será ganar mucho. Como dice el refrán, quien no se consuela es porque no quiere. Pero, como le sucede con el asunto del suplicatorio de Laura Borràs, la portavoz de JxCat en el Congreso, por presunta corrupción, ERC debería ir con cuidado: una cosa es salvar a Sánchez y la otra matar a Torra. Lo primero puede pasar como mal menor, lo segundo puede parecer que, en realidad, a quien se quiere fulminar, por enésima vez, es a Puigdemont y, de paso, crionizar el sueño independentista para el resto de la eternidad como si se tratase de Walt Disney. 

ERC puede conseguir la presidencia de la Generalitat si le cuadran los números con las otras izquierdas... y volver a perder la hegemonía del independentismo

A los de Pere Aragonès les convendría no equivocarse de cine ni de película. El electorado independentista no entenderá fácilmente que ERC aguante al zombi Sánchez como un partido “de Estado (español)” más -como hacía CiU- y a la vez debilite al Govern independentista del que forma parte, avalando el final de Torra o de Borràs en el mismísimo Tribunal Supremo. O sea, el que condenó a los líderes del 1 de octubre. Por ese camino de máxima confrontación con sus espectros domésticos, o sea, Puigdemont, ERC puede conseguir la presidencia de la Generalitat si le cuadran los números con las otras izquierdas... y volver a perder la hegemonía del independentismo.