El otro día nos preguntábamos aquí si Carles Puigdemont aceptaría comerse con patatas la hoja de ruta que lo ha llevado donde está, en el exilio, como ha llevado a Oriol Junqueras y los consellers y conselleres y la expresidenta del Parlament y los Jordis a la prisión. La respuesta es la investidura, este lunes, del editor y escritor Quim Torra como 131 presidente de la Generalitat. ¿No querían caldo?, Pues venga, tres tazas, parece ser el mensaje enviado por el presidente en el exilio con la propuesta de Torra como candidato y la CUP lo ha entendido a la perfección. También lo han entendido, de mala gana, los que se han apresurado a dibujar la caricatura de un Torra dispuesto y encantado de hacer el teatro que haga falta. Olvidan que la comedia, por más comedia que sea, puede acabar en drama. En la España de hoy, determinados excesos de performatividad, de sobreactuación (por ejemplo, las declaraciones de independencia de 8 segundos, etc.) se pagan con prisión. Como explicó Judith Butler, la performatividad (el hacer como si...) crea realidad nueva porque fuerza y cuestiona la realidad "real". Y eso, como se ha visto en el caso catalán, puede ser trágico.

Puigdemont es el presidente "legítimo" -la única razón que le impide ser (re)elegido por el Parlament son los autos del juez Llarena- pero además es el presidente "efectivo". Como demuestra el hecho de que es su candidato quién será el elegido hoy nuevo president, tan "legal" como "provisional", es decir, que ocupará la plaza al menos hasta que él decida cuándo se convocan nuevas elecciones. Eso es lo que todo el mundo parece tener claro: el señor Torra, como lo llaman, no tendría que estar donde está -él mismo lo dijo en la primera sesión de la investidura en el Parlament, invirtiendo el famoso "ya soc aquí" de Tarradellas-, pero así son las cosas del 155. Catalunya tendrá a partir de hoy un presidente "interior" y otro en el "exilio" porque la única cosa que hasta ahora ha puesto el Estado español sobre la mesa del conflicto son policías, jueces, hooligans (Arrimadas, Albiol) y cínicos (Iceta). O sea, cero política.

A Torra, la prensa de allí y la de aquí y varios políticos le han dicho de todo – "racista", "xenófobo", "supremacista", "gilipollas"- y lo han amenazado con encerrarlo. Inés Arrimadas le ha dedicado algunas de las miradas y muecas de odio más explícitas que se recuerdan – "pero esto que es, esto que es?", gritaba el sábado en la tribuna del Parlament, enfurecida, como si le fuera la vida. Y es cierto que aquellos famosos tuits de Torra en que tilda a los "españoles" de espoliadores, etc, se avienen poco tanto con su talante culto y afable como con el estilo friendly de la llamada revolución de las sonrisas. Pero es que resulta que el 1 de octubre del 2017 a este país le helaron la sonrisa a golpes de porra y no sólo a los independentistas. Es que resulta que este país tiene diputados encarcelados y exiliados a la fuerza. Y es que resulta que este país elegirá hoy a un presidente amenazado desde el minuto cero por el gobierno español, que ya ha hecho saber que estará "vigilando". ¿De verdad que con el panorama del 155, y después de 4 investiduras y tres candidatos vetados por la justicia española, alguien creía que Puigdemont iba a proponer para la presidencia a un Santi Vila? ¿En respuesta a qué gesto del gobierno español para favorecer el diálogo y el acuerdo? Con Torra, Puigdemont recuerda una vez más a Madrid y al independentismo que la guerra no ha acabado. Ni paso al lado, ni paso atrás, ni mucho menos retirada, por más que algunos -también en las propias filas- sigan suspirando por una "normalidad" que hacía la vida cómoda pero castraba los sueños; aquella normalidad de los eunucos.

¿De verdad que después de 4 investiduras y tres candidatos vetados por la justicia española alguien creía que Puigdemont iba a proponer para la presidencia a un Santi Vila?

Los tuits que en su día hizo Torra pueden ofender; pero el régimen del 155 puede activar todos sus dispositivos judiciales, policiales, políticos y mediáticos para meterte en la prisión por el solo hecho de hacerlos. Desde mi modesto conocimiento directo del personaje, dudo de que Quim Torra se riera de Inés Arrimadas si, por la circunstancia que fuese, ingresara en prisión; pero también dudo, y lo lamento, que se pueda decir lo contrario de la líder de Ciutadans. Efectivamente, la democracia es, ante todo, una cuestión de piel: o empieza por la piel, o no empieza.